“Esto es un poco La Balada del Narayama 2 ¿no?” “No, te estás equivocando: lo que va a pasar ahora es que probablemente se va a encontrar con los protas de El Bosque del Luto de Kawase…” Coñas fáciles aparte con alguna que otra evidente similitud, mucho más temática que formal, el caso es que la película turca La Caja de Pandora me había dejado un buen sabor de boca: narra la historia de tres hermanos de mediana edad que de repente ven como su mundo se tambalea cuando tienen que hacer frente al hecho de que su anciana madre padece Alzheimer y se ven obligados a llevársela de su pequeño pueblecito del interior donde ha vivido toda su vida al caótico Estambul donde ellos residen y empezar a masticar poco a poco el marrón que supone enfrentarse a la dura realidad de esa enfermedad cabrona que jode mucho más la vida a aquellos que rodean al enfermo que a aquel que la padece. Todo está contado con una sencillez desarmante, ya sea la difícil relación a tres entre esa hermana mayor carcomida por su afán controlador con el pasota del hermano pequeño y la solitaria hermana pequeña, la búsqueda del hijo bala perdida de la primera, desesperado por encontrarle a su vida un sentido o sobre todo, esa enferma magistralmente interpretada por Tsila Chelton – apúntenla, que junto con Melissa Leo, huele a premio y además ha arrasado en su paso por Donosti, con sus 90 años a cuestas repartiendo autógrafos a diestro y siniestro - cuya adorable ancianita que cambia las vidas de todos con su sola presencia se hace más y más simpática según va desgranando como quien no quiere la cosa verdades ocultas del pasado dolorosas como puñales. Hay cierta morosidad en el ritmo de una película que a ratos se puede hacer monótona y cuyo desenlace, aun viéndolo venir de lejos no por ello resulta menos hermoso… hubiese sido muy interesante preguntarle a la directora Yesim Ustaoglu si ha visto películas como La Balada del Narayama, El Bosque del Luto o incluso nuestra En La Ciudad sin Límites, pero lamentablemente uno no está para atender todas las ruedas de prensa del Kursal: entre peli y peli también hay que comer algo de vez en cuando.
Hoy les tendría que estar hablando de Tiro en la Cabeza, la tercera película de Jaime Rosales, director de La Soledad y segunda presencia española a concurso. Por desgracia a veces las cosas en los Festivales no salen exactamente como uno quiere y aunque La Sección Oficial suele tener prioridad, me habían hablado muy bien de una película chilena de Horizontes Latinos, Tony Manero, que descarté ayer un tanto apresuradamente: esta mañana era la comidilla de algunos medios del Festival, que se hacían eco de una peli pequeña pero que estaba provocando tantas entusiastas adhesiones como alguna que otra enérgica descalificación. Así pues, dispuesto a alinearme en uno u otro bando, cambié la peli de Rosales por esta película cuyo argumento, a priori, no es que pareciera demasiado atrayente: en el Santiago de Chile de 1978, con Pinochet reprimiendo a destajo cualquier atisbo de disensión, un cincuentón barriobajero y delincuente habitual está tan obsesionado con encarnar al personaje de John Travolta en Fiebre del Sábado Noche que es capaz de cometer todo tipo de desmanes con tal de conseguir un traje idéntico al de su ídolo, transformar el café cutre que frecuenta en la discoteca en la que se ambienta el filme y, sobre todo, ganar un concurso televisivo de imitadores para convertirse en una estrella del espectáculo. Y si hay que robar, asesinar y eliminar a todo lo que se interponga entre este hombre y su sueño, pues adelante con ello. Tony Manero es una película que, si alguna vez llega a estrenarse en las salas españolas (cosa que dudo, tal y como está el patio) va a conmocionar a más de uno: siendo una película extremadamente sórdida, consigue algo tan difícil como resultar incluso entrañable y delirante a un tiempo. Por más que su protagonista – un tremendo Alfredo Castro que a ratos parece el mismísimo Al Pacino en un personaje que sobre el papel parece imposible pero que consigue hacer creíble – sea un tipo despreciable capaz de las mayores atrocidades, uno no puede sino conmoverse casi en defensa propia por el patetismo que produce un ser tan entera y devotamente entregado a una causa tan delirante como profundamente hortera. Bien ambientada, aunque con un realización irregular y alguna vuelta de tuerca de más (hay incluso una fugaz felación real que se podían haber ahorrado: el sexo se presenta, como el resto de los elementos del filme, de una forma muy sórdida) Tony Manero es una película que merece la pena descubrir aunque solo sea por lo insólito de su atrevidísima propuesta y por una gran virtud: es imposible que provoque indiferencia. Ahora que para hablar de películas que provocan inquebrantables adhesiones o que hacen que la gente huya en masa de la sala, no por la calidad de la película – incuestionable – sino por la dureza de lo que cuenta, ahí está Hunger. La Cámara de Oro del reciente Festival de Cannes, presentada aquí en la sección de Zabaltegui Perlas de Otros Festivales, es una de las experiencias más estremecedoras que este cronista ha tenido ocasión de vivir delante de una pantalla de cine. Y les aseguro que ya llevo unas cuantas. Steve Mc Queen, realizador irlandés que nada tiene que ver con el famoso actor, cuenta en su deslumbrante opera prima la vida cotidiana en la tristemente famosa prisión de Maze, el lugar donde los británicos encerraban a los miembros del IRA durante los años más duros del conflicto, bajo el Gobierno de Margaret Thatcher. La película tiene tres partes bien diferenciadas. En la primera, sin apenas diálogos y con una crudeza casi insoportable, se narran las torturas sistemáticas a las que eran sometidos los presos, así como la vida de aquellos encargados de ejercer la represión – la de uno de esos funcionarios torturadores está contada con una brillantez y una sutileza, sin necesidad de diálogo alguno, digna de los mayores elogios – todo ello bajo unas condiciones de extrema dureza que McQueen no le escatima al espectador en ningún momento, por desagradables que pudieran resultar. Tras ese primer y magnífico bloque, el director y guionista nos ofrece en un alargado plano fijo una impresionante conversación entre uno de los líderes del IRA, Bobby Sands, y un cura amigo en el que aquel, entre otras muchas cosas, le comunica al segundo su intención de empezar con el resto de sus compañeros una huelga de hambre hasta sus últimas consecuencias con el fin de conseguir llamar la atención sobre su insoportable situación, conseguir un estatus de prisioneros políticos y mejorar sus insufribles condiciones de vida. Es una secuencia brillante en la que los dos actores, como en el boxeo, intercambian golpes y frases brillantes, argumentos y anécdotas, ofreciendo una visión clave del conflicto para entender la película. El tercer y aun más insoportable bloque es en el que se cuentan los efectos de esa huelga de hambre en el cuerpo de Sands hasta su fallecimiento final. Hunger es una película magnífica que no da tregua al espectador. No apta para estómagos sensibles e incluso para algunos más curtidos, pone sobre la mesa el viejo debate de hasta qué punto es lícito mostrar según qué cosas en una pantalla para establecer una historia. McQueen, con un afán casi documental pero siempre consciente de que el cine es manipulación, lleva al límite su propuesta para obligar al espectador a, casi en trance, pasar por una experiencia tan sumamente traumática sin, de nuevo, escatimar ningún detalle por muy escabroso desagradable que pueda ser. No sé donde empiezan y deberían terminar los límites para mostrar según qué cosas, no soy quien para juzgar, más allá de lo que me dicte mi propia moral sobre la conveniencia o no de determinadas imágenes. Solo sé que Hunger me ha parecido una película impresionante, magníficamente rodada e interpretada y que, con todas las prevenciones posibles, no puedo hacer otra cosa que recomendarla a todos aquellos que busquen explorar esos límites. Dicho esto, es posible que no pase por el trance de verla una segunda vez. Es una droga demasiada dura, hasta para mí.
Hoy les tendría que estar hablando de Tiro en la Cabeza, la tercera película de Jaime Rosales, director de La Soledad y segunda presencia española a concurso. Por desgracia a veces las cosas en los Festivales no salen exactamente como uno quiere y aunque La Sección Oficial suele tener prioridad, me habían hablado muy bien de una película chilena de Horizontes Latinos, Tony Manero, que descarté ayer un tanto apresuradamente: esta mañana era la comidilla de algunos medios del Festival, que se hacían eco de una peli pequeña pero que estaba provocando tantas entusiastas adhesiones como alguna que otra enérgica descalificación. Así pues, dispuesto a alinearme en uno u otro bando, cambié la peli de Rosales por esta película cuyo argumento, a priori, no es que pareciera demasiado atrayente: en el Santiago de Chile de 1978, con Pinochet reprimiendo a destajo cualquier atisbo de disensión, un cincuentón barriobajero y delincuente habitual está tan obsesionado con encarnar al personaje de John Travolta en Fiebre del Sábado Noche que es capaz de cometer todo tipo de desmanes con tal de conseguir un traje idéntico al de su ídolo, transformar el café cutre que frecuenta en la discoteca en la que se ambienta el filme y, sobre todo, ganar un concurso televisivo de imitadores para convertirse en una estrella del espectáculo. Y si hay que robar, asesinar y eliminar a todo lo que se interponga entre este hombre y su sueño, pues adelante con ello. Tony Manero es una película que, si alguna vez llega a estrenarse en las salas españolas (cosa que dudo, tal y como está el patio) va a conmocionar a más de uno: siendo una película extremadamente sórdida, consigue algo tan difícil como resultar incluso entrañable y delirante a un tiempo. Por más que su protagonista – un tremendo Alfredo Castro que a ratos parece el mismísimo Al Pacino en un personaje que sobre el papel parece imposible pero que consigue hacer creíble – sea un tipo despreciable capaz de las mayores atrocidades, uno no puede sino conmoverse casi en defensa propia por el patetismo que produce un ser tan entera y devotamente entregado a una causa tan delirante como profundamente hortera. Bien ambientada, aunque con un realización irregular y alguna vuelta de tuerca de más (hay incluso una fugaz felación real que se podían haber ahorrado: el sexo se presenta, como el resto de los elementos del filme, de una forma muy sórdida) Tony Manero es una película que merece la pena descubrir aunque solo sea por lo insólito de su atrevidísima propuesta y por una gran virtud: es imposible que provoque indiferencia. Ahora que para hablar de películas que provocan inquebrantables adhesiones o que hacen que la gente huya en masa de la sala, no por la calidad de la película – incuestionable – sino por la dureza de lo que cuenta, ahí está Hunger. La Cámara de Oro del reciente Festival de Cannes, presentada aquí en la sección de Zabaltegui Perlas de Otros Festivales, es una de las experiencias más estremecedoras que este cronista ha tenido ocasión de vivir delante de una pantalla de cine. Y les aseguro que ya llevo unas cuantas. Steve Mc Queen, realizador irlandés que nada tiene que ver con el famoso actor, cuenta en su deslumbrante opera prima la vida cotidiana en la tristemente famosa prisión de Maze, el lugar donde los británicos encerraban a los miembros del IRA durante los años más duros del conflicto, bajo el Gobierno de Margaret Thatcher. La película tiene tres partes bien diferenciadas. En la primera, sin apenas diálogos y con una crudeza casi insoportable, se narran las torturas sistemáticas a las que eran sometidos los presos, así como la vida de aquellos encargados de ejercer la represión – la de uno de esos funcionarios torturadores está contada con una brillantez y una sutileza, sin necesidad de diálogo alguno, digna de los mayores elogios – todo ello bajo unas condiciones de extrema dureza que McQueen no le escatima al espectador en ningún momento, por desagradables que pudieran resultar. Tras ese primer y magnífico bloque, el director y guionista nos ofrece en un alargado plano fijo una impresionante conversación entre uno de los líderes del IRA, Bobby Sands, y un cura amigo en el que aquel, entre otras muchas cosas, le comunica al segundo su intención de empezar con el resto de sus compañeros una huelga de hambre hasta sus últimas consecuencias con el fin de conseguir llamar la atención sobre su insoportable situación, conseguir un estatus de prisioneros políticos y mejorar sus insufribles condiciones de vida. Es una secuencia brillante en la que los dos actores, como en el boxeo, intercambian golpes y frases brillantes, argumentos y anécdotas, ofreciendo una visión clave del conflicto para entender la película. El tercer y aun más insoportable bloque es en el que se cuentan los efectos de esa huelga de hambre en el cuerpo de Sands hasta su fallecimiento final. Hunger es una película magnífica que no da tregua al espectador. No apta para estómagos sensibles e incluso para algunos más curtidos, pone sobre la mesa el viejo debate de hasta qué punto es lícito mostrar según qué cosas en una pantalla para establecer una historia. McQueen, con un afán casi documental pero siempre consciente de que el cine es manipulación, lleva al límite su propuesta para obligar al espectador a, casi en trance, pasar por una experiencia tan sumamente traumática sin, de nuevo, escatimar ningún detalle por muy escabroso desagradable que pueda ser. No sé donde empiezan y deberían terminar los límites para mostrar según qué cosas, no soy quien para juzgar, más allá de lo que me dicte mi propia moral sobre la conveniencia o no de determinadas imágenes. Solo sé que Hunger me ha parecido una película impresionante, magníficamente rodada e interpretada y que, con todas las prevenciones posibles, no puedo hacer otra cosa que recomendarla a todos aquellos que busquen explorar esos límites. Dicho esto, es posible que no pase por el trance de verla una segunda vez. Es una droga demasiada dura, hasta para mí.
2 comentarios:
he tardado, pero por fin he echado una ojeada a tu blog...está muy bien, definitivamente eres un bicho de cine!!
No te preocupes, Elsa: más vergüenza siento yo tanto de no haber todavía visto tu documental como sobre todo de no haberte escrito en todo este tiempo...Te aseguro que no ha sido ni mucho menos por falta de ganas.
Ya sabes que esta jornada fue muy especial por muchos motivos. Siempre estaré agradecido al destino por el hecho de que te sentara a mi lado durante la proyección de Hunger y tener así la oportunidad de conocerte, charlar contigo a la salida del Victoria Eugenia y empezar así a compartir contigo una jornada estupenda que es uno de los recuerdos más agradables que guardo de San Sebastián.
Ahora que ha terminado mi periplo festivalero con Sevilla y Huelva, empiezo a encargarme en serio de Mérida y espero tener tiempo para ponerme al día con unas cuantas cosas... Me alegro mucho que hayas dejado un comentario precisamente aquí, en la crónica de la jornada que compartimos. ;-)
Un beso y cuidate mucho
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