Oti Rodríguez Marchante, ABC “«En la ciudad de Sylvia» es una película de una sencillez casi inaceptable y con muy poco más allá de lo que se ve: un hombre que busca y sigue a una mujer, o el recuerdo (o el fantasma) de una mujer (...)La película de Guerín pretende defenderse con ese nimio argumento de los ojos de un hombre y el rostro, el aire, de una mujer, y la cámara no se sale de esa intriga: rostros, gestos, esbozos en hojas de papel (...), calles de una ciudad, Estrasburgo, sus habitantes, sus rótulos, pintadas, deseos, espejos..., y en eso consiste una trama que se explica, sólo, mediante el estado de ánimo que la provoca, profundamente primaveral, ingenuo, optimista, ardoroso, erótico (...) Debe de haber tantos modos de sentarse y ver esta película como rostros de mujeres salen en la pantalla. Se puede estar ante ella como en la terraza de ese bar y dedicarse pacientemente a ese indiscreto modo de mirar, espiar, soñar, que la vida real no nos permite, al menos sin molestar a los demás. Se puede ser impaciente, pedirle a la cámara que nos cuente algo, que nos muestre más. Se puede, igualmente, participar de la intriga que sugiere al tener ese título (...) Como ven, nada o casi nada que te obligue a saltar en la butaca; bien: puede estarse uno tranquilamente en ella, observando, sin molestar ni molestándose, en el mero quedarse con lo que sugiere un gesto, una mirada, un cartel, un vendedor de flores, un inmigrante, unos bocetos en un cuaderno que podrían querer ser una historia, pero que no lo son. «En la ciudad de Sylvia» es una película de Guerín, pero si alguien se esfuerza también puede apropiársela, hacerla completamente suya, porque allí está, en la pantalla, con todo por hacer.”
Enric González, El País “¿De cuántos elementos puede despojarse una película, sin dejar de ser película? Ésa es la cuestión que plantea En la ciudad de Sylvia. La obra de José Luis Guerín cuenta con un argumento extremadamente sencillo (un chico mira a una chica), unas pocas líneas de diálogo y una banda sonora tejida con ruidos ambientales. Pese a tanta desnudez, hay película. Y belleza. También hay una severa exigencia de complicidad por parte del espectador, y parsimonia, y riesgo de trauma para los adictos al videojuego y la gente con prisa (...)Si se acepta el juego, si se logra simultanear el candor emotivo y el análisis inteligente (porque ésas son las reglas, más cercanas a Antonioni que a los pioneros del cine, establecidas por Guerín), la película puede constituir una experiencia gratificante, enriquecedora y casi iniciática. Guerín posee una mirada sutil, acaricia lo que filma. Ocasionalmente, puede ocurrirle como a los grandes oradores cuando se escuchan a sí mismos y caen en un trance autohipnótico.”
Sergi Sánchez, La Razón “«En la ciudad de Sylvia» es, sorpresa, una película de filiación «hitchcockiana», una revisión adolescente de «Vértigo» cuya frágil belleza no hace otra cosa que seducirnos. Expliquémonos. Sinopsis: un joven busca desesperadamente a Sylvia, la chica que conoció hace seis años en un bar de Estrasburgo. Punto y final. La forma en que se desarrolla esta premisa resulta fascinante por varias razones: 1/La película es una reflexión sobre la mirada como productora de sentido y, en concreto, como recreación fantasmática de una cierta idea del eterno femenino. La obsesión del protagonista, como la del James Stewart de «Vértigo», es construir un mundo colonizado por una imagen, la de la mujer soñada. No es difícil ver en esa mirada la de Guerín, que, tan hechizado por el recuerdo de Sylvia (Pilar López de Ayala, espléndida presencia) como por la ciudad que la acoge, traza una preciosa topografía del amor en forma de laberinto; 2/ Estrasburgo no es Estrasburgo, es un espacio mental donde voces, sonidos urbanos, diálogos cogidos al vuelo y sombras diurnas tocan la misma canción, compuesta a dos manos por el azar y la premeditación. 3/ La recreación de esa imagen femenina adquiere, una vez perdida, una vez olvidada, una delicada dimensión poética -pienso en el espectro reflejado (¿o imaginado?) de Sylvia en los cristales del autobús, una ilusión de linterna mágica-. Sería injusto ignorar la valentía que Guerín demuestra en esta obra con apariencia menor. Hay que ser valiente para perseguir el amor; en fin, hay que creer en él.”
Carlos Boyero, El Mundo “Las expectativas de que ocurra algo que tenga sentido, me intrigue o me conmueva se me van cerrando a los 15 minutos de proyección. Y no se que hacer con mi cuerpo ni con mi cabeza durante la hora y cuarto que me queda de suplicio (...) Pilar López de Ayala es una actriz y mujer que a mi me seduce siempre. Encuentro precioso su rostro y lo que me sugiere, babeo con su expresividad, me gusta como se mueve y el enigma que desprende, puedo mirarla con arrobo durante mucho tiempo, pero me parece un abuso intolerable sobre los espectadores dedicar una película entera a ese homenaje tan particular, sin que ocurra nada que se pueda narrar, con tres o cuatro minutos de diálogo en la inexistente o estéril acción de esa película. Admito la esforzada vocación de cine poético, de sensaciones, de clima que pretende En la Ciudad de Sylvia, pero como yo soy muy prosaico permanezco fatigosamente inmune a esos dones subterráneos.”
SURIYAKI WESTERN DYANGO (Takeshi Miike, Japón)
Enric González, El País “Sukiyaki western Dyango es una broma encerrada en una parodia y envuelta en sátira. Su director, Miike Takashi, proclamó que Dyango, uno de los spaghetti western más celebrados en los cines de parroquia de finales de los sesenta, formaba parte de las obras maestras del cine. Y decidió rendir homenaje a esa obra inmortal realizando un remake del Dyango original, firmado en 1966 por Sergio Corbucci. Takashi combinó paisajes y temática japoneses con revólveres Colt y diálogos en inglés macarrónico. Para que no se plantearan equívocos, colocó a Quentin Tarantino, patrón y protector de la astracanada posmoderna, en la primera secuencia. Y puso en marcha un mecanismo de violencia gratuita, sátira cultural y humor primario. La salvaje autoironía de Sukiyaki western Dyango proporciona más de una sonrisa, pero no lleva a ninguna parte. El círculo parodia-homenaje se parece a la frase "nunca digo la verdad": conduce a un colapso de la lógica. Se puede discutir durante años sobre En la ciudad de Sylvia, y aprender bastante en el proceso. No hay nada que discutir, en cambio, sobre el Dyango japonés.”
Sergi Sánchez, La Razón “El más prolífico de los cineastas del universo mundo -ésta es su película número 72, y ya tiene casi listos dos títulos más- ha reciclado la estética del cine de samuráis y, sobre todo, del «spaghetti western», género muy celebrado en Japón y homenajeado con una espléndida retrospectiva en la Mostra, en una película incomprensible, un monótono ejercicio de estilo que no sabe superar el atractivo de su marciano punto de partida, con un jugoso cameo de Tarantino. Menos mal que aparece en el prólogo...”
Oti Rodríguez Marchante, ABC “Takashi Miike se presentaba (¡a concurso, qué valor!) con una cosa titulada «Sukiyaki western Django», protagonizada en parte por Tarantino. Cualquier cosa que se diga sobre ella será poco. Y cualquier cosa que se añada, mucho.”
Carlos Boyero, El Mundo “Me resulta imposible encontrar un adjetivo lo suficientemente injurioso para describir con precisión lo que siento ante una cosita descerebrada, aunque pretenciosa que firma un japonés llamado Takeshi Miike, señor idolatrado por los modernuquis de la última hormada y del que no había tenido la desgracia de ver otros presumibles engendros. Es un remake de Django, un infame spaghetti western que dirigió Sergio Corbucci y que Takeshi considera la mejor película que ha visto nunca. Ni como boutade tendría gracia pero al parecer el pavo lo dice en serio.”
CRISTOVAO COLON, O ENIGMA (Manoel de Oliveira, Portugal)
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