Huelva, Crónica 1. Cobertura del 35 Festival de Cine Iberoamericano para La Butaca.Net. David Garrido Bazán. Todos los Derechos Reservados.
- La verdad es que con imágenes como ésta, la crónica se escribe sola…
No pude reprimir el comentario. Y es que una cosa muy distinta es asumir que, a sus 97 años, el ínclito Manoel de Oliveira siga teniendo la vitalidad suficiente como para hacer una película por año, y otra francamente distinta era verlo bailar sevillanas con una buena moza que posiblemente era más de medio siglo más joven que él en plena recepción en el Ayuntamiento de Huelva. Era para alucinar. Alucinaban hasta los del coro rociero que en vivo y indirecto nos amenizaban la comida, y más de uno dejó de lado (por un instante, no se vayan a creer) la copita de fino y la tapita de jamón serrano para asistir al espectáculo.
Llegué a Huelva con un día de retraso. El festival se había inaugurado el sábado con una gala de apertura transmitida por televisión a la que siguió la proyección de un documental, El Nacimiento de una Pasión, que narraba los orígenes del fútbol. La cosa tenía su coña, porque entre la disyuntiva de asistir a dicho evento o ver en directo en el mismo horario todo un R. Madrid – Barça, pues los más futboleros elegimos, obviamente, lo segundo. Así pues el domingo se amontonó un buen puñado de acreditados de prensa que habían llegado con retraso en los pases de tarde de las primeras películas de la Sección Oficial, bastante repletos de público.
El domingo estaba, al parecer, dedicado a Cuba – aunque oficialmente el país invitado al Festival es Brasil, que dispone de una sección propia donde podrá verse una muestra de su cinematografía más actual – si bien la primera película de la Sección Oficial era una producción española, Agua Con Sal. Pedro Perez Rosado, un director y productor de amplia experiencia en el campo documental, que ya nos presentó en su momento Cuentos de la Guerra Saharaui, no tuvo que mirar muy lejos para encontrar esta historia de amistad entre mujeres e inmigración. Básicamente, al otro lado de su cama, porque la guionista de esta historia es su propia esposa, la cubana Lilian Rosado González, que, por lo visto en la película, sabe bastante bien de lo que habla. Agua con Sal es la historia de Olga, una joven cubana que llega a España gracias a una beca de tres meses y está más que decidida a quedarse en nuestro país, aunque sea sin papeles y de forma ilegal, con el fin de buscar un sustento para el hijo pequeño que dejó en su Cuba. Mari Jo es una joven valenciana un tanto zarandeada por la vida y por una familia problemática, con una hermana en la cárcel por parricida a la que no piensa dejar sola y que, para salir adelante, trabaja de forma ilegal en la misma fábrica de muebles donde acaba de entrar Olga y redondea sus ingresos ejerciendo ocasionalmente la prostitución. Olga tiene ese carácter luchador propio de las supervivientes acostumbradas a lo que sea para salir adelante, pero no ha perdido su ilusión por vivir y su carácter dulce. Mari Jo, en cambio, es fiera y de trato bastante desagradable, no confía en las extranjeras y vive siempre amargada. La amistad entre ambas no será fácil al principio, pero la necesidad hará que ambas se acerquen la una a la otra. Alguno que esté leyendo estas líneas ya habrá sacado sus conclusiones: esta película tiene demasiados puntos en contacto con Princesas de Fernando León. Y es verdad, aunque el acercamiento de Pedro Pérez al tema es radicalmente distinto a ese lirismo lleno de puntos de fuga de la realidad que tanto gusta al director de Los Lunes al Sol. De hecho, su planteamiento está casi más cercano al de Rosetta de los implacables hermanos Dardenne, sobre todo en la minuciosa descripción de ese ambiente laboral ilegal y que no concede derecho alguno y en la lucha despiadada que estas mujeres ilegales mantienen por mejorar unas condiciones de vida deplorables. Agua con Sal es una película correcta, cuyo mensaje no por sabido resulta menos interesante y cuyo punto fuerte es una estupenda interpretación a cargo de su protagonista principal, la cubana Yoima Valdés ¿Se acuerdan ustedes de aquella escena de 800 Balas en la que una prostituta cubana le enseñaba al chaval protagonista como se debían acariciar los pechos de una mujer? Pues ese bellezón resulta que además de ser una mujer preciosa – en persona aun mucho más, se lo aseguro, que he tenido ocasión de comprobarlo, aunque nunca se separaba mucho de su esposo, el actor cubano Vladimir Cruz, con el que forma una pareja de guapos tremenda – demuestra en esta película que sabe actuar de maravilla y emociona con un personaje sólido cuya trayectoria en España, más llena de sinsabores que de alegrías, compartimos. Por el contrario, tuve la sensación de que Leire Berrocal, que interpreta a Mari Jo, resultaba un tanto forzada en su composición, sobre todo en el tramo inicial de la película, aunque es verdad que su personaje evoluciona hacia algo bien distinto según avanza el metraje y su relación con Olga. Como anécdota, reseñar que la película gustó mucho a un público que se hartó de aplaudir en los títulos finales, hasta hacer brotar lágrimas de pura emoción a su director Pedro Pérez, que no esperaba tan buena acogida. La verdad es que, sin ser una obra notable, Agua con Sal es una película más que digna que refleja de modo valiente una realidad que conocemos pero que normalmente preferimos ignorar. Y lo hace sin tremendismos ni dramatismos forzados, simplemente mirándola de frente. Sin duda que, cuando se estrene el próximo 2 de diciembre, a la película le va a perjudicar las comparaciones con Princesas, pero se defiende bien por sí misma.
- A mi, con lo que me gustan las buenas lloreras, me he quedado como nueva…
El comentario de mi vecina de butaca a su acompañante resumía a la perfección el espíritu con el que había sido recibido el segundo plato de la sección oficial, la producción cubana Barrio Cuba, segunda parte de una trilogía sobre la Cuba actual y sus habitantes que el veterano realizador Humberto Solás inició hace ya cuatro años con Miel para Oshun y que concluirá próximamente… si la financiación lo permite. Más que nada porque, como explicó en rueda de prensa este director, figura clave de la cinematografía de América Latina, su método de trabajo es muy particular, casi un acto de fe: el rueda con actores amigos a los que no paga un céntimo todo el material en video digital y, con el material ya rodado, busca co-productores que le permitan abordar el proceso de post-producción con cierta garantías. Barrio Cuba es una semblanza de La Habana que los occidentales no conocemos, muy alejada de la imagen tradicional con la que suele ser retratada y quizás algo más cercana a aquella espléndida película que era Suite Habana, un esfuerzo por acercarse a personajes muy reales, con problemáticas muy cercanas y que viven en barrios donde el turista jamás se aventura. Humberto Solanas afirma que La Habana, con su océano de gentes dispares, muchos ellos inmigrantes de otras zonas del país, de distintas razas y creencias, es un universo lleno de contradicciones y dramas cotidianos a los que él le gusta acercarse desde la ficción, pero con un ojo muy firme en la realidad de ahora mismo. Su película la protagonizan un conglomerado de personajes (Oh, cielos, otra Vidas Cruzadas) de lo más variopinto: una pareja joven a punto de tener su primer hijo, un matrimonio cuya estabilidad está en peligro por la imposibilidad de ser padres, una mujer madura desengañada de la vida y abandonada por su última pareja que es cortejada por un señor mucho mayor que ella (el actor Mario Limonta, que por cierto estaba sentado a mi izquierda durante la proyección de la película, lo que no dejaba de crear una situación particular cuando aparecían sus escenas en pantalla), un padre que no acepta la homosexualidad de su hijo – tema jodido este en la Cuba actual, como ya sabemos – y sobre todos ellos, la sombra siempre permanente de los que se van, de los que buscan una vida mejor más allá de las fronteras de la isla.
Barrio Cuba es una película interesante, pero sin duda desigual y sobredimensionada. Las cuatro historias principales que la componen y multitud de pequeñas tramas secundarias puede que consigan su objetivo de mostrar una realidad de La Habana distinta a la que conocemos, pero la necesidad de cerrar todas esas historias – que, como siempre pasa en estos casos, no interesan en igual medida – obligan a un desenlace un tanto alargado y que se decanta por lo melodramático en su tramo final, con alguna que otra escena preparada para que el respetable pueda dar rienda suelta a su emotividad en forma de lágrimas, algo que, como le pasaba a mi otra compañera de butaca, alguno agradecerá, pero que a este cronista le dejó más bien indiferente. Alguna que otra interpretación destacable – no de Jorge Perugorría, que vuelve por enésima vez a hacer lo que mejor sabe, sino de gente como Luisa María Jiménez, Mario Limonta o Isabel Santos -, una presencia constante y de lo más agradable de la música tradicional cubana y ese retrato de La Habana desconocida están entre los puntos más positivos de esta película protagonizada por un puñado de personajes cuyo nexo común es sin duda esa búsqueda de la felicidad un tanto esquiva en medio de una realidad cotidiana que no invita precisamente a relajarse, sino a todo lo contrario. Humberto Solás mantiene, eso sí, que no ha sufrido cortapisa alguna y que ha hecho la película que desde el principio quería hacer, un retrato honesto y sincero para sus compatriotas de un país que, como el dice “siempre ha sido capaz de grandes hazañas y que siempre ha pagado un alto precio por su libertad. Algo así como la Polonia de la América Latina”.
Decididamente, tengo imán para las grandes actrices que presiden o presidieron la Academia. Si en la pasada Seminci tuve un par de encuentros de lo más curioso con Mercedes Sampietro, ahora era Marisa Paredes quien, acompañando al infatigable Manoel de Oliveira, se sentaba un par de butacas a mi derecha para la pryección de un documental premiado en la Seminci que no pude ver en su momento: El Mamut Siberiano. Una de las primeras secuencias de este estupendo documental pertenece a la película objeto del mismo, Soy Cuba, de Mikhail Kalatozov, y deja literalmente boquiabierto: es un plano secuencia que empieza en una calle donde tiene lugar un funeral que se ha convertido en una especie de manifestación espontanea. La cámara asciende y asciende por uno de los edificios mostrando la multitud allí congregada, desplazandose luego a lo largo de sus cornisas en un movimiento tan espectacular como casi imposible. Es una escena de una majestuosidad y una complejidad de realización imposibles de imaginar en una película de 1964. Pero es que, como nos cuenta este documental brasileño, Soy Cuba es así: esta la historia de una película de propaganda realizada en Cuba durante dos larguísimos años de rodaje para los cuales el equipo de filmación soviético tuvo todos los medios que solicitaron para llevarla a cabo, incluyendo cinco mil extras en algunas secuencias y multitud de equipo cubano a su disposición, a los que embarcaron en una aventura apasionante, realizar una apología de la revolución cubana con la estética propia del realismo proletario tan común en aquella época en el cine soviético. La película, cuyo proceso de realización fue tan laborioso como costoso, fue un fracaso absoluto tanto en Cuba – donde los cubanos no se sintieron identificados con la forma tan ‘soviética’ de presentar a su pueblo – como en la extinta URSS – donde incomodaron sobremanera las secuencias que mostraban la época de Batista, prerrevolucionaria y llena de encantos occidentales, como otro espectacular plano-secuencia en una piscina que parece sacado mismamente de El Padrino II – y en ambos países no duró más de una semana en cartel, condenándose después al archivo y a un olvido injusto del que solo fue rescatada cuando Martin Scorsese y Francis Ford Coppola volvieron a estrenar la película en los EE.UU en los años noventa, afirmando sus muchas virtudes… algo que los miembros cubanos del equipo que realizó Soy Cuba que aun viven en Cuba desconocían por completo.
Esta es una de esas historias apasionantes que se descubren casi por azar: el realizador brasileño Vicente Ferraz, que no en vano se formó en la Escuela Internacional de San Antonio de los Baños, se obsesionó con esta película hasta el punto que ha dedicado años de su vida a reconstruir la apasionante aventura del rodaje de una película que casi es una imagen de la historia de la Revolución Cubana desde sus inicios hasta la decadencia en la que hoy se halla sumida. Llena de momentos brillantes y con el único inconveniente de que aquí en Huelva no se puede, como sí era posible en Valladolid, ver la película original de Kalotozov – algo de lo que doy fe que, tras las imágenes que pueden verse en el documental, dan unas ganas tremendas – El Mamut Siberiano es una de esas películas que nos enseñan a los que creemos saber algo de cine que, en el fondo, no tenemos ni puñetera idea, y que deja con la inquietante sensación de que debe haber por ahí cientos de joyas como esta Soy Cuba, defenestradas en su momento por público y/o crítica, que jamás contarán con un Scorsese o un Coppola que las recupere.
Bueno, pues hasta aquí (con cierto retraso, lo reconozco, pero es que he tenido ciertos ‘problemillas técnicos’ afortunadamente ya solventados) la primera crónica del festival de Huelva. Mañana lunes ya tomaremos el ritmo normal de cuatro o cinco películas por día y les iremos contando todo lo que vaya sucediendo por este simpático festival que me va a permitir, tras una semanita en Sevilla inundada de cine europeo hasta las cejas, cambiar de tercio y ver que se cuece por las igualmente interesantes cinematografías de América Latina.
- La verdad es que con imágenes como ésta, la crónica se escribe sola…
No pude reprimir el comentario. Y es que una cosa muy distinta es asumir que, a sus 97 años, el ínclito Manoel de Oliveira siga teniendo la vitalidad suficiente como para hacer una película por año, y otra francamente distinta era verlo bailar sevillanas con una buena moza que posiblemente era más de medio siglo más joven que él en plena recepción en el Ayuntamiento de Huelva. Era para alucinar. Alucinaban hasta los del coro rociero que en vivo y indirecto nos amenizaban la comida, y más de uno dejó de lado (por un instante, no se vayan a creer) la copita de fino y la tapita de jamón serrano para asistir al espectáculo.
Llegué a Huelva con un día de retraso. El festival se había inaugurado el sábado con una gala de apertura transmitida por televisión a la que siguió la proyección de un documental, El Nacimiento de una Pasión, que narraba los orígenes del fútbol. La cosa tenía su coña, porque entre la disyuntiva de asistir a dicho evento o ver en directo en el mismo horario todo un R. Madrid – Barça, pues los más futboleros elegimos, obviamente, lo segundo. Así pues el domingo se amontonó un buen puñado de acreditados de prensa que habían llegado con retraso en los pases de tarde de las primeras películas de la Sección Oficial, bastante repletos de público.
El domingo estaba, al parecer, dedicado a Cuba – aunque oficialmente el país invitado al Festival es Brasil, que dispone de una sección propia donde podrá verse una muestra de su cinematografía más actual – si bien la primera película de la Sección Oficial era una producción española, Agua Con Sal. Pedro Perez Rosado, un director y productor de amplia experiencia en el campo documental, que ya nos presentó en su momento Cuentos de la Guerra Saharaui, no tuvo que mirar muy lejos para encontrar esta historia de amistad entre mujeres e inmigración. Básicamente, al otro lado de su cama, porque la guionista de esta historia es su propia esposa, la cubana Lilian Rosado González, que, por lo visto en la película, sabe bastante bien de lo que habla. Agua con Sal es la historia de Olga, una joven cubana que llega a España gracias a una beca de tres meses y está más que decidida a quedarse en nuestro país, aunque sea sin papeles y de forma ilegal, con el fin de buscar un sustento para el hijo pequeño que dejó en su Cuba. Mari Jo es una joven valenciana un tanto zarandeada por la vida y por una familia problemática, con una hermana en la cárcel por parricida a la que no piensa dejar sola y que, para salir adelante, trabaja de forma ilegal en la misma fábrica de muebles donde acaba de entrar Olga y redondea sus ingresos ejerciendo ocasionalmente la prostitución. Olga tiene ese carácter luchador propio de las supervivientes acostumbradas a lo que sea para salir adelante, pero no ha perdido su ilusión por vivir y su carácter dulce. Mari Jo, en cambio, es fiera y de trato bastante desagradable, no confía en las extranjeras y vive siempre amargada. La amistad entre ambas no será fácil al principio, pero la necesidad hará que ambas se acerquen la una a la otra. Alguno que esté leyendo estas líneas ya habrá sacado sus conclusiones: esta película tiene demasiados puntos en contacto con Princesas de Fernando León. Y es verdad, aunque el acercamiento de Pedro Pérez al tema es radicalmente distinto a ese lirismo lleno de puntos de fuga de la realidad que tanto gusta al director de Los Lunes al Sol. De hecho, su planteamiento está casi más cercano al de Rosetta de los implacables hermanos Dardenne, sobre todo en la minuciosa descripción de ese ambiente laboral ilegal y que no concede derecho alguno y en la lucha despiadada que estas mujeres ilegales mantienen por mejorar unas condiciones de vida deplorables. Agua con Sal es una película correcta, cuyo mensaje no por sabido resulta menos interesante y cuyo punto fuerte es una estupenda interpretación a cargo de su protagonista principal, la cubana Yoima Valdés ¿Se acuerdan ustedes de aquella escena de 800 Balas en la que una prostituta cubana le enseñaba al chaval protagonista como se debían acariciar los pechos de una mujer? Pues ese bellezón resulta que además de ser una mujer preciosa – en persona aun mucho más, se lo aseguro, que he tenido ocasión de comprobarlo, aunque nunca se separaba mucho de su esposo, el actor cubano Vladimir Cruz, con el que forma una pareja de guapos tremenda – demuestra en esta película que sabe actuar de maravilla y emociona con un personaje sólido cuya trayectoria en España, más llena de sinsabores que de alegrías, compartimos. Por el contrario, tuve la sensación de que Leire Berrocal, que interpreta a Mari Jo, resultaba un tanto forzada en su composición, sobre todo en el tramo inicial de la película, aunque es verdad que su personaje evoluciona hacia algo bien distinto según avanza el metraje y su relación con Olga. Como anécdota, reseñar que la película gustó mucho a un público que se hartó de aplaudir en los títulos finales, hasta hacer brotar lágrimas de pura emoción a su director Pedro Pérez, que no esperaba tan buena acogida. La verdad es que, sin ser una obra notable, Agua con Sal es una película más que digna que refleja de modo valiente una realidad que conocemos pero que normalmente preferimos ignorar. Y lo hace sin tremendismos ni dramatismos forzados, simplemente mirándola de frente. Sin duda que, cuando se estrene el próximo 2 de diciembre, a la película le va a perjudicar las comparaciones con Princesas, pero se defiende bien por sí misma.
- A mi, con lo que me gustan las buenas lloreras, me he quedado como nueva…
El comentario de mi vecina de butaca a su acompañante resumía a la perfección el espíritu con el que había sido recibido el segundo plato de la sección oficial, la producción cubana Barrio Cuba, segunda parte de una trilogía sobre la Cuba actual y sus habitantes que el veterano realizador Humberto Solás inició hace ya cuatro años con Miel para Oshun y que concluirá próximamente… si la financiación lo permite. Más que nada porque, como explicó en rueda de prensa este director, figura clave de la cinematografía de América Latina, su método de trabajo es muy particular, casi un acto de fe: el rueda con actores amigos a los que no paga un céntimo todo el material en video digital y, con el material ya rodado, busca co-productores que le permitan abordar el proceso de post-producción con cierta garantías. Barrio Cuba es una semblanza de La Habana que los occidentales no conocemos, muy alejada de la imagen tradicional con la que suele ser retratada y quizás algo más cercana a aquella espléndida película que era Suite Habana, un esfuerzo por acercarse a personajes muy reales, con problemáticas muy cercanas y que viven en barrios donde el turista jamás se aventura. Humberto Solanas afirma que La Habana, con su océano de gentes dispares, muchos ellos inmigrantes de otras zonas del país, de distintas razas y creencias, es un universo lleno de contradicciones y dramas cotidianos a los que él le gusta acercarse desde la ficción, pero con un ojo muy firme en la realidad de ahora mismo. Su película la protagonizan un conglomerado de personajes (Oh, cielos, otra Vidas Cruzadas) de lo más variopinto: una pareja joven a punto de tener su primer hijo, un matrimonio cuya estabilidad está en peligro por la imposibilidad de ser padres, una mujer madura desengañada de la vida y abandonada por su última pareja que es cortejada por un señor mucho mayor que ella (el actor Mario Limonta, que por cierto estaba sentado a mi izquierda durante la proyección de la película, lo que no dejaba de crear una situación particular cuando aparecían sus escenas en pantalla), un padre que no acepta la homosexualidad de su hijo – tema jodido este en la Cuba actual, como ya sabemos – y sobre todos ellos, la sombra siempre permanente de los que se van, de los que buscan una vida mejor más allá de las fronteras de la isla.
Barrio Cuba es una película interesante, pero sin duda desigual y sobredimensionada. Las cuatro historias principales que la componen y multitud de pequeñas tramas secundarias puede que consigan su objetivo de mostrar una realidad de La Habana distinta a la que conocemos, pero la necesidad de cerrar todas esas historias – que, como siempre pasa en estos casos, no interesan en igual medida – obligan a un desenlace un tanto alargado y que se decanta por lo melodramático en su tramo final, con alguna que otra escena preparada para que el respetable pueda dar rienda suelta a su emotividad en forma de lágrimas, algo que, como le pasaba a mi otra compañera de butaca, alguno agradecerá, pero que a este cronista le dejó más bien indiferente. Alguna que otra interpretación destacable – no de Jorge Perugorría, que vuelve por enésima vez a hacer lo que mejor sabe, sino de gente como Luisa María Jiménez, Mario Limonta o Isabel Santos -, una presencia constante y de lo más agradable de la música tradicional cubana y ese retrato de La Habana desconocida están entre los puntos más positivos de esta película protagonizada por un puñado de personajes cuyo nexo común es sin duda esa búsqueda de la felicidad un tanto esquiva en medio de una realidad cotidiana que no invita precisamente a relajarse, sino a todo lo contrario. Humberto Solás mantiene, eso sí, que no ha sufrido cortapisa alguna y que ha hecho la película que desde el principio quería hacer, un retrato honesto y sincero para sus compatriotas de un país que, como el dice “siempre ha sido capaz de grandes hazañas y que siempre ha pagado un alto precio por su libertad. Algo así como la Polonia de la América Latina”.
Decididamente, tengo imán para las grandes actrices que presiden o presidieron la Academia. Si en la pasada Seminci tuve un par de encuentros de lo más curioso con Mercedes Sampietro, ahora era Marisa Paredes quien, acompañando al infatigable Manoel de Oliveira, se sentaba un par de butacas a mi derecha para la pryección de un documental premiado en la Seminci que no pude ver en su momento: El Mamut Siberiano. Una de las primeras secuencias de este estupendo documental pertenece a la película objeto del mismo, Soy Cuba, de Mikhail Kalatozov, y deja literalmente boquiabierto: es un plano secuencia que empieza en una calle donde tiene lugar un funeral que se ha convertido en una especie de manifestación espontanea. La cámara asciende y asciende por uno de los edificios mostrando la multitud allí congregada, desplazandose luego a lo largo de sus cornisas en un movimiento tan espectacular como casi imposible. Es una escena de una majestuosidad y una complejidad de realización imposibles de imaginar en una película de 1964. Pero es que, como nos cuenta este documental brasileño, Soy Cuba es así: esta la historia de una película de propaganda realizada en Cuba durante dos larguísimos años de rodaje para los cuales el equipo de filmación soviético tuvo todos los medios que solicitaron para llevarla a cabo, incluyendo cinco mil extras en algunas secuencias y multitud de equipo cubano a su disposición, a los que embarcaron en una aventura apasionante, realizar una apología de la revolución cubana con la estética propia del realismo proletario tan común en aquella época en el cine soviético. La película, cuyo proceso de realización fue tan laborioso como costoso, fue un fracaso absoluto tanto en Cuba – donde los cubanos no se sintieron identificados con la forma tan ‘soviética’ de presentar a su pueblo – como en la extinta URSS – donde incomodaron sobremanera las secuencias que mostraban la época de Batista, prerrevolucionaria y llena de encantos occidentales, como otro espectacular plano-secuencia en una piscina que parece sacado mismamente de El Padrino II – y en ambos países no duró más de una semana en cartel, condenándose después al archivo y a un olvido injusto del que solo fue rescatada cuando Martin Scorsese y Francis Ford Coppola volvieron a estrenar la película en los EE.UU en los años noventa, afirmando sus muchas virtudes… algo que los miembros cubanos del equipo que realizó Soy Cuba que aun viven en Cuba desconocían por completo.
Esta es una de esas historias apasionantes que se descubren casi por azar: el realizador brasileño Vicente Ferraz, que no en vano se formó en la Escuela Internacional de San Antonio de los Baños, se obsesionó con esta película hasta el punto que ha dedicado años de su vida a reconstruir la apasionante aventura del rodaje de una película que casi es una imagen de la historia de la Revolución Cubana desde sus inicios hasta la decadencia en la que hoy se halla sumida. Llena de momentos brillantes y con el único inconveniente de que aquí en Huelva no se puede, como sí era posible en Valladolid, ver la película original de Kalotozov – algo de lo que doy fe que, tras las imágenes que pueden verse en el documental, dan unas ganas tremendas – El Mamut Siberiano es una de esas películas que nos enseñan a los que creemos saber algo de cine que, en el fondo, no tenemos ni puñetera idea, y que deja con la inquietante sensación de que debe haber por ahí cientos de joyas como esta Soy Cuba, defenestradas en su momento por público y/o crítica, que jamás contarán con un Scorsese o un Coppola que las recupere.
Bueno, pues hasta aquí (con cierto retraso, lo reconozco, pero es que he tenido ciertos ‘problemillas técnicos’ afortunadamente ya solventados) la primera crónica del festival de Huelva. Mañana lunes ya tomaremos el ritmo normal de cuatro o cinco películas por día y les iremos contando todo lo que vaya sucediendo por este simpático festival que me va a permitir, tras una semanita en Sevilla inundada de cine europeo hasta las cejas, cambiar de tercio y ver que se cuece por las igualmente interesantes cinematografías de América Latina.
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