Parece una obviedad, pero luce el sol en Sevilla. Tanto que resulta una tentación de lo más sugerente olvidarse del motivo que nos ha traído a esta ciudad temporalmente destripada (las obras del futuro metro se cobran su precio) pero igual de seductora y fascinante que siempre. Pero estamos a los que estamos: Sevilla ha sabido reconvertirse la mar de bien en lo que a su Festival de Cine se refiere, y lo que hasta hace apenas un par de años era un certamen de cine deportivo, ahora se ha convertido en un desbordante escaparate del cine europeo más actual. El éxito de la edición del pasado año ha hecho multiplicarse las películas y secciones que componen este festival, pero no vayan ustedes a pensar siquiera por un momento que eso disuade de alguna forma a los sevillanos, que están acudiendo en masa – y, salvo el caso de algunos autores consagrados, un poco a ciegas – a los múltiples pases. La Sección Oficial competitiva – bonito y sobre todo, muy sevillano, el premio ese del Giraldillo de Oro, que podrá sonar un poco a coña, pero que con sus 60.000 euros resulta de lo más apetecible – esta compuesta de 13 largometrajes. Pueden parecerles pocos, pero es que la cosa se complica extraordinariamente al ritmo que uno descubre las distintas secciones: Europa, Europa muestra 28 largometrajes seleccionados por la Academia del Cine Europeo (entre ellas las galardonadas en la reciente Seminci Manderlay y El Tiempo que Nos Queda, más las españolas Crimen Ferpecto y Habana Blues); la selección de documentales Eurodoc; Eurimages, que presenta otros diez filmes financiados por el Consejo de Europa a través del programa que lleva el mismo nombre (con Caché de Michael Hanecke y One Day in Europe como estrellas); Generación Europa, cajón de sastre con otras diez películas más cuyo nexo común es contar historias protagonizadas por adolescentes o que tratan una temática cercana a ellos (y créanme: son muchos los adolescentes que acuden al Festival, algo remarcable para los tiempos que corren); Shooting Stars con diez jóvenes actores promesas del cine europeo que presentan otros tantos filmes – la representación española corre a cago del estupendo Unax Ugalde y Frío Sol de Invierno - ; Colección Arte, con quince largos de ficción y documentales producidos por esta prestigiosa cadena franco-alemana – y que nos permitirá ver Clean de Olivier Assayas o Los Muertos, del argentino Lisandro Alonso - ; más una sección dedicada exclusivamente al cine francés más reciente llamada Francia Siglo XXI, una retrospectiva homenaje al gran director francés Patrice Cherau, director de Intimidad o La Reina Margot y la que para los cinéfilos más irredentos es la joya, la ‘delicatessen’ de este festival: toda la filmografía del inclasificable director húngaro Bela Tarr, que, como decimos en mi tierra, “es para echarle de comer aparte”, pues rarito es un rato el muchacho. Total: más de 300 películas en apenas ocho días y un follón considerable a la hora de decidir que demonios ver en cada momento, porque como ustedes ya pueden imaginar, no hay muchas oportunidades para ver cada film. Al menos en ese sentido, a un servidor le facilita las cosas seguir la Sección Oficial – que se celebra en el precioso Teatro Lope de Vega todas las mañanas – y solo hay que jugar al rompecabezas por las tardes en las seis salas que los cines Nervión han cedido para el festival de las 20 que disponen. Un sitio al que mucho me temo que los béticos amantes del cine – que haberlos los habrá – irán a regañadientes, pues está justo al ladito del estadio del eterno rival futbolístico, el Ramón Sánchez Pizjuán, campo del Sevilla. En fin, por el buen cine se hacen los sacrificios que sean necesarios. O no, vaya usted a saber.
Bueno, vamos a lo nuestro: La Sección oficial abrió fuego esta mañana con una producción danesa, Anklaget (Acusado), que ya estuvo a concurso en la pasada edición del festival de Berlín. La verdad es que si tuviéramos que juzgar el carácter de los daneses únicamente en función de las temáticas de las películas que nos llegan de aquellos lares, llegaríamos a la conclusión que nacer danés no resulta demasiado divertido. No hace falta remontarse a Dreyer, basta con citar títulos recientes como Rompiendo las Olas o Los Idiotas de Lars von Trier, la tremenda Celebration de Thomas Vinterberg – película con la que Acusados guarda alguna relación temática -, Te Quiero para Siempre, Brothers, La Herencia o incluso Wilbur se quiere Suicidar para darse cuenta que no son la alegría de la huerta, precisamente. Pues Acusados no se queda precisamente atrás en cuanto a la dureza del tema que plantea: Henrik, su mujer Nina y su hija adolescente Stine parecen formar una familia de lo más normal. Él trabaja en una piscina local dando clases a niños y adultos, está enamorado de una mujer que le corresponde con locura y su hija, bueno, como a veces pasa con las adolescentes, parece estar atravesando una fase algo difícil que la hace vivir encerrada en su cuarto. Hasta ahí todo en orden. El problema es que un buen día Stine huye a un albergue de acogida de los Servicios Sociales y denuncia que su padre la ha obligado a tener varias relaciones sexuales con él a lo largo de estos años, con lo que la reposada vida de Henrik y su mujer salta hecha pedazos. Acompañamos a Henrik en todo el proceso: es interrogado por la policía y posteriormente enviado a prisión a la espera de un juicio que determine su inocencia o culpabilidad. Su angustia y su tensión psicológica es en todo momento la nuestra, y aunque puede que nos encontremos naturalmente inclinados a creer en su inocencia – o no -, el trabajo de dirección y de guión es tan férreo que uno no descarta del todo ninguna posibilidad. Como muchos de los que rodean a Henrik, nosotros podemos también sentir tanto comprensión como algo de desconfianza hacia ese tipo inteligente, tranquilo y, eso si, lleno de rencor hacia su hija cuya vida acaba de cambiar irremisiblemente, quizás sin motivo alguno, quizás por un delito horrible. Jacob Thuesen, montador que ha colaborado con Lars Von Trier en la serie de televisión The Kingdom y con Jorgen Leth en algunos documentales, debuta en la dirección de largometrajes con una película de lo más sólida que engancha bien al espectador gracias a una medida puesta en escena que nos lleva de la descripción somera de la tranquila vida familiar y laboral de Henrik al infierno por el que pasa cualquier acusado – ojo: digo acusado, más allá de su posible inocencia o culpabilidad – de un delito de pederastia e incesto. El temor de cualquier sociedad occidental a que haya un mínimo viso de verdad en un crimen tan terrible prejuzga de manera irremediable y hace que la famosa frase “Todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario” se quede precisamente en eso, en una frase repleta de buenas intenciones pero vacía de contenido. En España, tristemente, ya hemos tenido alguna experiencia en ese sentido y no hace falta remitirse a Capturing The Friedmans para darse cuenta de ello: baste recordar el sevillano Caso Arny o el de los niños del Raval, plasmado en imágenes por Joaquin Jordà en De Niños.
Como decimos, la propuesta de la película es tan dramática como sólida y a ello ayuda no poco el estupendo trabajo que hace un espléndido Troels Lyby – que curiosamente interpretaba a otro ‘Henrik’ en Los Idiotas – en el papel principal. Es una verdadera lástima que la cosa se le vaya de las manos en el bastante poco afortunado tramo final del filme - tras el esperado clímax de esa inevitable conversación cara a cara y a solas entre padre e hija que nos revelará la verdad de lo ocurrido – porque lo que hasta ese momento era una película notable y llena de sutilezas decide adentrarse por un sendero mucho menos inspirado y, sobre todo, algo más previsible en una película que hasta entonces había demostrado inteligencia y recursos para analizar con rigor y en profundidad las terribles consecuencias de una acusación tan seria. La resolución opta por un camino demasiado histriónico y ligeramente fácil a la hora de resolver un asunto que es cualquier cosa menos eso, y la verdad es que deja ese regusto amargo que provocan esas películas en las que uno entrevé su enorme potencial finalmente desperdiciado. Aun así, es una película de lo más interesante que no elude retos – ni riesgos, que sortea casi siempre con habilidad – para tratar de un asunto tan espinoso como éste. Eso si, como he dicho al principio, estos daneses necesitan urgentemente unas cuantas comedias para suavizar tanta temática tremenda. Podríamos enviarles una temporada a Santiago Segura, a ver si acaso… claro que tampoco merecen tanto castigo: al fin y al cabo están haciendo un cine bastante notable.
Les voy a poner la sinopsis de la segunda película de la Sección oficial, la húngara Johanna, por motivos que luego entenderán. Dice así: “Una joven drogadicta, cae en coma profundo tras sufrir un accidente, pero milagrosamente los médicos consiguen salvarle la vida. Tras un golpe de gracia, Johanna se convierte en enfermera del hospital, donde comenzará a ofrecer su cuerpo a los enfermos (nota bene: y de paso, curarlos milagrosamente con tan placentera receta). Un joven doctor enamorado de ella y frustrado por su rechazo se alía con el resto de trabajadores del hospital contra el inusual comportamiento de Johanna” Dentro de lo estrambótico del argumento, no suena mal del todo ¿verdad? Hasta, haciendo un esfuerzo, casi podríamos ponerle a la angelical Johanna el rostro de la Grace de Dogville y tendríamos una especie de variación húngara de esos temas de la entrega y el sacrificio que tanto gusta a Lars Von Trier. El problema es que la sinopsis no cuenta un pequeño detalle: a los cinco minutos de película, y para pasmo de todos los asistentes del pase de prensa, un personaje de la película en lugar de decir su texto… lo canta como si fuera Plácido Domingo en la Scala de Milán, con voz inconfundible de tenor de ópera. Y la cosa sigue así durante un rato, mientras vemos a Johanna meterse un chute mientras canta cual soprano frases inenarrables como “Dulce Morfina, encuentra en mí la cálida vena. Ojala fueras mi madre” o, tras caer en un colapso, vemos a un equipo de reanimación en plan Urgencias cantando a coro “¡Está en encefalograma plano!” mientras le sueltan una descarga tras otra con el desfibrilador de turno. Se lo juro que es talmente como se lo estoy contando. Cuando, tras quince minutos de ópera – y de muchas más frases memorables como “Amo esta cama de hierro que me esconde de Dios pues soy un ángel caído del Creador”, “la droga hace parecer más dulce tu vida de mierda” o “Como te acerques a ese botiquín te rompo un brazo, puta” todas, insisto, cantadas como en una ópera – nos dimos cuenta que aquello iba en serio y que esa era la surrealista propuesta de tan alucinante película, que se iba a mantener inflexible hasta el final, sin atender al más mínimo sentido del ridículo - ni aun cuando la buena moza se dedica a curar a los enfermos irrecuperables a golpe de polvo, cual una santa haciendo milagros – un servidor (que no tenía nada mejor que hacer ni otra película en la que refugiarse) se dedicó a sacar una libreta y tomar buena nota de las frases que les he expuesto más arriba, mientras se descojonaba con aquel engendro y se preguntaba si el atrevimiento del tipo que lo había perpetrado tendría límites. Pues más bien no. Huelga decir que la mayor parte de los periodistas acreditados abandonaron la sala en masa – por una vez, no tengo nada que reprochar a una actitud que no será profesional, pero que cuida la propia salud mental – y que la rueda de prensa posterior (el director no había acudido, dejando a su valiente actriz protagonista los pies de los caballos) tenía el interés morboso de ver cuan educadamente podíamos despellejar a los responsables de aquella cosa mientras el mismísimo director del festival, Manuel Grosso, oficiaba de maestro de ceremonias de esa primera rueda de prensa oficial del Festival con una amplia sonrisa que, se lo juro, parecía de lo más malévola. Para un servidor que se lo estaba pasando en grande con conmoción causada. Y es que de eso también vive un Festival de Cine, de liarla a modo.
Ya fuera de la Sección oficial, lo más destacado visto hasta ahora ha sido sin duda Clean, una película de ese Enfant Terrible del cine francés llamado Olivier Assayas que es una declaración de amor en toda regla a la que fue su esposa, la actriz Maggie Cheung, inolvidable protagonista de In The Mood For Love, a la que le ha regalado un papel que es un bombón interpretativo para cualquier intérprete y un escudero de lujo: un estupendo Nick Nolte en el mejor papel que este cronista le ha visto hacer a este actor desde la maravillosa Aflicción de Paul Schrader. La historia de Clean es la de Emily, pareja de un músico famoso pero en la cuesta abajo de su carrera con el que tiene un hijo al que sus ajetreadas vidas (ya saben: sexo, drogas, rock and roll…) no les han dejado otra opción que abandonarlo con los padres de él para que lo críen, más que nada porque ser buen padre está algo reñido con la adicción a la heroína que ambos, politoxicómanos de largo recorrido, padecen o disfrutan, según se mire. En una mala noche y tras una enorme bronca provocada por la frustración de una carrera estancada, a Lee se le va la mano y palma de sobredosis, dejando a Emily no solo colgada, sino con una condena de seis meses de prisión por posesión. Tras su salida de la cárcel, Emily ha de enfrentarse al hecho de que debe rehacer por completo su existencia: un tratamiento de metadona como sustitutivo, las deudas dejadas por Lee a su muerte, una opinión pública que la ve como una trepa sin escrúpulos responsable de la muerte del ahora, ironías de la vida, reverenciado músico convertido en leyenda post mortem y, por supuesto, tratar de recuperar a su hijo, ahora bajo la custodia de sus abuelos en Vancouver.
La película narra la lucha sin desmayo de Emily por recuperar parte de su autoestima perdida primero, por encontrar su nuevo lugar en el mundo después y siempre con la idea fija de reencontrarse con el hijo perdido en la mente. Y la cosa no resulta pero que nada fácil, porque ya se sabe que contrariamente a lo que dice el saber popular ‘Dios Aprieta pero No Afloja’ y ‘Cuando una Puerta se Cierra, Ciento se Atrancan’ y por mucho que su suegro sea un hombre tan honrado, de principios y más que dispuesto, por el bien futuro de su nieto y en contra de la venenosa ponzoña vertida en el chaval en este tema por su mujer, que guarda un infinito rencor a Emily, a ayudar en lo posible a ésta para que tenga una segunda oportunidad, la cosa no pinta nada bien para una ex-adicta que ve como se le va poniendo todo en contra. Assayas rueda de una forma muy natural, con una puesta en escena dominada por una viva cámara al hombro pero por fortuna bastante alejada de los aspavientos formales de Demonlover – la fotografía de Eric Gautier y un montaje comedido ayudan también lo suyo - y tiene el buen gusto de dejar que sus actores se adueñen de la función con el excelente material dramático que tienen entre las manos, favor que estos le devuelven con un trabajo conjunto magnífico, en el que sobresale una Maggie Cheung que ganó el premio a la Mejor Actriz por su retrato de esa mujer determinada a salir adelante contra viento y marea. Conmueve la forma en la que se va enfrentando, con mayor o menor fortuna, a cuanto obstáculo le surge en el camino, siendo posiblemente el más duro de ellos el enfrentarse a un hijo que en realidad no la conoce y que la cree responsable de la muerte de su padre. Puede que a la película le sobre algún lugar común que otro, es cierto, pero no lo es menos que eso no dejan de ser detalles menores en una película hecha con la incuestionable voluntad de regalar a la que fue su compañera un papel inolvidable – hay razones mucho menos loables que tratan en vano de justificar casi cualquier película hoy en día - y que este cronista reconoce que le ha causado una grata sorpresa en un cineasta, lo reconozco, que hasta la fecha me había parecido tan pretencioso como pagado de si mismo.
Si tenemos algo más de tiempo en futuras crónicas, les comentaremos alguna cosilla más de otras obras que ya hemos visto como la eslovena The City of the Sun (una película al estilo de las primeras obras de denuncia de la inestabilidad laboral tipo Riff Raff o Lloviendo Piedras que sin duda hubiera encantado a su autor Ken Loach, que además demuestra, una vez más, que en todas partes cuecen habas), la austríaca Silentium (extraña mezcla de thriller y comedia negra con curas chungos y directores de festival poco recomendables que me ha dejado un tanto indiferente, pese a cierto tono cínico divertido); la aburridísima última película de André Techiné Les Temps qui Changent que no levantan ni Gerard Depardieu ni Catherine Deneuve uniendo fuerzas y una memez griega supuestamente provocativa llamada Hardcore que cuenta la historia de dos prostitutas menores de edad, una trepa muy ambiciosa que utiliza a cuantos se le cruzan en su camino, incluyendo a su fascinada amante y compañera de profesión, que más allá del regodeo en las escenas subidas de tono y los continuos desnudos de dos nínfulas de buen ver – una de ellas extrañamente parecida a Claire Danes, la Julieta del Romeo+Juliet de Baz Luhrmann protagonizada por Leo DiCaprio, lo que causa cierta sensación incómoda – ha provocado sonoros bostezos en una platea curada de espantos y necesitada de algo más que una historia que hace guiños en lo visual a Trainspotting pero que esconde tras su aparatosa propuesta formal el vacío más aterrador. De todo ello y de mucho más les hablaremos en furia crónicas desde una Sevilla radiante que, por una semana, es la auténtica capital del cine europeo.
David Garrido, que hoy ha tenido el placer de conocer en persona e intercambiar opiniones con uno de los periodistas cinematográficos que más respeta en este país, el escayolado en un brazo – se cayó en el sótano de una tienda de DVD, lo que casi es una herida acaecida en el cumplimiento del deber – Jaume Figueras, más conocido como Mr. Belvedere en Fotogramas, presentador muchos años de Magacine en Canal Plus, autor de un estupendo y recomendable libro de memorias llamado ‘Adivina Quien te Habla de Cine’ y presentador actual del programa de la televisión autonómica catalana Cinema 3. Conste que, a diferencia de la mayoría, Figueras se tragó como un campeón la ‘ópera’ Johanna de principio a fin y al final, ante el desánimo y la indiferencia general con la que salimos de la sala nos ha regalado la siguiente perla:
- Que publico más soso… esta es una película para patearla a base de bien o incluso para ir de sibarita y aplaudir, aunque sea por llevar la contraria, pero no para salir así, en silencio, sin decir nada… que sosería.
Jaume Figueras Dixit.
Bueno, vamos a lo nuestro: La Sección oficial abrió fuego esta mañana con una producción danesa, Anklaget (Acusado), que ya estuvo a concurso en la pasada edición del festival de Berlín. La verdad es que si tuviéramos que juzgar el carácter de los daneses únicamente en función de las temáticas de las películas que nos llegan de aquellos lares, llegaríamos a la conclusión que nacer danés no resulta demasiado divertido. No hace falta remontarse a Dreyer, basta con citar títulos recientes como Rompiendo las Olas o Los Idiotas de Lars von Trier, la tremenda Celebration de Thomas Vinterberg – película con la que Acusados guarda alguna relación temática -, Te Quiero para Siempre, Brothers, La Herencia o incluso Wilbur se quiere Suicidar para darse cuenta que no son la alegría de la huerta, precisamente. Pues Acusados no se queda precisamente atrás en cuanto a la dureza del tema que plantea: Henrik, su mujer Nina y su hija adolescente Stine parecen formar una familia de lo más normal. Él trabaja en una piscina local dando clases a niños y adultos, está enamorado de una mujer que le corresponde con locura y su hija, bueno, como a veces pasa con las adolescentes, parece estar atravesando una fase algo difícil que la hace vivir encerrada en su cuarto. Hasta ahí todo en orden. El problema es que un buen día Stine huye a un albergue de acogida de los Servicios Sociales y denuncia que su padre la ha obligado a tener varias relaciones sexuales con él a lo largo de estos años, con lo que la reposada vida de Henrik y su mujer salta hecha pedazos. Acompañamos a Henrik en todo el proceso: es interrogado por la policía y posteriormente enviado a prisión a la espera de un juicio que determine su inocencia o culpabilidad. Su angustia y su tensión psicológica es en todo momento la nuestra, y aunque puede que nos encontremos naturalmente inclinados a creer en su inocencia – o no -, el trabajo de dirección y de guión es tan férreo que uno no descarta del todo ninguna posibilidad. Como muchos de los que rodean a Henrik, nosotros podemos también sentir tanto comprensión como algo de desconfianza hacia ese tipo inteligente, tranquilo y, eso si, lleno de rencor hacia su hija cuya vida acaba de cambiar irremisiblemente, quizás sin motivo alguno, quizás por un delito horrible. Jacob Thuesen, montador que ha colaborado con Lars Von Trier en la serie de televisión The Kingdom y con Jorgen Leth en algunos documentales, debuta en la dirección de largometrajes con una película de lo más sólida que engancha bien al espectador gracias a una medida puesta en escena que nos lleva de la descripción somera de la tranquila vida familiar y laboral de Henrik al infierno por el que pasa cualquier acusado – ojo: digo acusado, más allá de su posible inocencia o culpabilidad – de un delito de pederastia e incesto. El temor de cualquier sociedad occidental a que haya un mínimo viso de verdad en un crimen tan terrible prejuzga de manera irremediable y hace que la famosa frase “Todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario” se quede precisamente en eso, en una frase repleta de buenas intenciones pero vacía de contenido. En España, tristemente, ya hemos tenido alguna experiencia en ese sentido y no hace falta remitirse a Capturing The Friedmans para darse cuenta de ello: baste recordar el sevillano Caso Arny o el de los niños del Raval, plasmado en imágenes por Joaquin Jordà en De Niños.
Como decimos, la propuesta de la película es tan dramática como sólida y a ello ayuda no poco el estupendo trabajo que hace un espléndido Troels Lyby – que curiosamente interpretaba a otro ‘Henrik’ en Los Idiotas – en el papel principal. Es una verdadera lástima que la cosa se le vaya de las manos en el bastante poco afortunado tramo final del filme - tras el esperado clímax de esa inevitable conversación cara a cara y a solas entre padre e hija que nos revelará la verdad de lo ocurrido – porque lo que hasta ese momento era una película notable y llena de sutilezas decide adentrarse por un sendero mucho menos inspirado y, sobre todo, algo más previsible en una película que hasta entonces había demostrado inteligencia y recursos para analizar con rigor y en profundidad las terribles consecuencias de una acusación tan seria. La resolución opta por un camino demasiado histriónico y ligeramente fácil a la hora de resolver un asunto que es cualquier cosa menos eso, y la verdad es que deja ese regusto amargo que provocan esas películas en las que uno entrevé su enorme potencial finalmente desperdiciado. Aun así, es una película de lo más interesante que no elude retos – ni riesgos, que sortea casi siempre con habilidad – para tratar de un asunto tan espinoso como éste. Eso si, como he dicho al principio, estos daneses necesitan urgentemente unas cuantas comedias para suavizar tanta temática tremenda. Podríamos enviarles una temporada a Santiago Segura, a ver si acaso… claro que tampoco merecen tanto castigo: al fin y al cabo están haciendo un cine bastante notable.
Les voy a poner la sinopsis de la segunda película de la Sección oficial, la húngara Johanna, por motivos que luego entenderán. Dice así: “Una joven drogadicta, cae en coma profundo tras sufrir un accidente, pero milagrosamente los médicos consiguen salvarle la vida. Tras un golpe de gracia, Johanna se convierte en enfermera del hospital, donde comenzará a ofrecer su cuerpo a los enfermos (nota bene: y de paso, curarlos milagrosamente con tan placentera receta). Un joven doctor enamorado de ella y frustrado por su rechazo se alía con el resto de trabajadores del hospital contra el inusual comportamiento de Johanna” Dentro de lo estrambótico del argumento, no suena mal del todo ¿verdad? Hasta, haciendo un esfuerzo, casi podríamos ponerle a la angelical Johanna el rostro de la Grace de Dogville y tendríamos una especie de variación húngara de esos temas de la entrega y el sacrificio que tanto gusta a Lars Von Trier. El problema es que la sinopsis no cuenta un pequeño detalle: a los cinco minutos de película, y para pasmo de todos los asistentes del pase de prensa, un personaje de la película en lugar de decir su texto… lo canta como si fuera Plácido Domingo en la Scala de Milán, con voz inconfundible de tenor de ópera. Y la cosa sigue así durante un rato, mientras vemos a Johanna meterse un chute mientras canta cual soprano frases inenarrables como “Dulce Morfina, encuentra en mí la cálida vena. Ojala fueras mi madre” o, tras caer en un colapso, vemos a un equipo de reanimación en plan Urgencias cantando a coro “¡Está en encefalograma plano!” mientras le sueltan una descarga tras otra con el desfibrilador de turno. Se lo juro que es talmente como se lo estoy contando. Cuando, tras quince minutos de ópera – y de muchas más frases memorables como “Amo esta cama de hierro que me esconde de Dios pues soy un ángel caído del Creador”, “la droga hace parecer más dulce tu vida de mierda” o “Como te acerques a ese botiquín te rompo un brazo, puta” todas, insisto, cantadas como en una ópera – nos dimos cuenta que aquello iba en serio y que esa era la surrealista propuesta de tan alucinante película, que se iba a mantener inflexible hasta el final, sin atender al más mínimo sentido del ridículo - ni aun cuando la buena moza se dedica a curar a los enfermos irrecuperables a golpe de polvo, cual una santa haciendo milagros – un servidor (que no tenía nada mejor que hacer ni otra película en la que refugiarse) se dedicó a sacar una libreta y tomar buena nota de las frases que les he expuesto más arriba, mientras se descojonaba con aquel engendro y se preguntaba si el atrevimiento del tipo que lo había perpetrado tendría límites. Pues más bien no. Huelga decir que la mayor parte de los periodistas acreditados abandonaron la sala en masa – por una vez, no tengo nada que reprochar a una actitud que no será profesional, pero que cuida la propia salud mental – y que la rueda de prensa posterior (el director no había acudido, dejando a su valiente actriz protagonista los pies de los caballos) tenía el interés morboso de ver cuan educadamente podíamos despellejar a los responsables de aquella cosa mientras el mismísimo director del festival, Manuel Grosso, oficiaba de maestro de ceremonias de esa primera rueda de prensa oficial del Festival con una amplia sonrisa que, se lo juro, parecía de lo más malévola. Para un servidor que se lo estaba pasando en grande con conmoción causada. Y es que de eso también vive un Festival de Cine, de liarla a modo.
Ya fuera de la Sección oficial, lo más destacado visto hasta ahora ha sido sin duda Clean, una película de ese Enfant Terrible del cine francés llamado Olivier Assayas que es una declaración de amor en toda regla a la que fue su esposa, la actriz Maggie Cheung, inolvidable protagonista de In The Mood For Love, a la que le ha regalado un papel que es un bombón interpretativo para cualquier intérprete y un escudero de lujo: un estupendo Nick Nolte en el mejor papel que este cronista le ha visto hacer a este actor desde la maravillosa Aflicción de Paul Schrader. La historia de Clean es la de Emily, pareja de un músico famoso pero en la cuesta abajo de su carrera con el que tiene un hijo al que sus ajetreadas vidas (ya saben: sexo, drogas, rock and roll…) no les han dejado otra opción que abandonarlo con los padres de él para que lo críen, más que nada porque ser buen padre está algo reñido con la adicción a la heroína que ambos, politoxicómanos de largo recorrido, padecen o disfrutan, según se mire. En una mala noche y tras una enorme bronca provocada por la frustración de una carrera estancada, a Lee se le va la mano y palma de sobredosis, dejando a Emily no solo colgada, sino con una condena de seis meses de prisión por posesión. Tras su salida de la cárcel, Emily ha de enfrentarse al hecho de que debe rehacer por completo su existencia: un tratamiento de metadona como sustitutivo, las deudas dejadas por Lee a su muerte, una opinión pública que la ve como una trepa sin escrúpulos responsable de la muerte del ahora, ironías de la vida, reverenciado músico convertido en leyenda post mortem y, por supuesto, tratar de recuperar a su hijo, ahora bajo la custodia de sus abuelos en Vancouver.
La película narra la lucha sin desmayo de Emily por recuperar parte de su autoestima perdida primero, por encontrar su nuevo lugar en el mundo después y siempre con la idea fija de reencontrarse con el hijo perdido en la mente. Y la cosa no resulta pero que nada fácil, porque ya se sabe que contrariamente a lo que dice el saber popular ‘Dios Aprieta pero No Afloja’ y ‘Cuando una Puerta se Cierra, Ciento se Atrancan’ y por mucho que su suegro sea un hombre tan honrado, de principios y más que dispuesto, por el bien futuro de su nieto y en contra de la venenosa ponzoña vertida en el chaval en este tema por su mujer, que guarda un infinito rencor a Emily, a ayudar en lo posible a ésta para que tenga una segunda oportunidad, la cosa no pinta nada bien para una ex-adicta que ve como se le va poniendo todo en contra. Assayas rueda de una forma muy natural, con una puesta en escena dominada por una viva cámara al hombro pero por fortuna bastante alejada de los aspavientos formales de Demonlover – la fotografía de Eric Gautier y un montaje comedido ayudan también lo suyo - y tiene el buen gusto de dejar que sus actores se adueñen de la función con el excelente material dramático que tienen entre las manos, favor que estos le devuelven con un trabajo conjunto magnífico, en el que sobresale una Maggie Cheung que ganó el premio a la Mejor Actriz por su retrato de esa mujer determinada a salir adelante contra viento y marea. Conmueve la forma en la que se va enfrentando, con mayor o menor fortuna, a cuanto obstáculo le surge en el camino, siendo posiblemente el más duro de ellos el enfrentarse a un hijo que en realidad no la conoce y que la cree responsable de la muerte de su padre. Puede que a la película le sobre algún lugar común que otro, es cierto, pero no lo es menos que eso no dejan de ser detalles menores en una película hecha con la incuestionable voluntad de regalar a la que fue su compañera un papel inolvidable – hay razones mucho menos loables que tratan en vano de justificar casi cualquier película hoy en día - y que este cronista reconoce que le ha causado una grata sorpresa en un cineasta, lo reconozco, que hasta la fecha me había parecido tan pretencioso como pagado de si mismo.
Si tenemos algo más de tiempo en futuras crónicas, les comentaremos alguna cosilla más de otras obras que ya hemos visto como la eslovena The City of the Sun (una película al estilo de las primeras obras de denuncia de la inestabilidad laboral tipo Riff Raff o Lloviendo Piedras que sin duda hubiera encantado a su autor Ken Loach, que además demuestra, una vez más, que en todas partes cuecen habas), la austríaca Silentium (extraña mezcla de thriller y comedia negra con curas chungos y directores de festival poco recomendables que me ha dejado un tanto indiferente, pese a cierto tono cínico divertido); la aburridísima última película de André Techiné Les Temps qui Changent que no levantan ni Gerard Depardieu ni Catherine Deneuve uniendo fuerzas y una memez griega supuestamente provocativa llamada Hardcore que cuenta la historia de dos prostitutas menores de edad, una trepa muy ambiciosa que utiliza a cuantos se le cruzan en su camino, incluyendo a su fascinada amante y compañera de profesión, que más allá del regodeo en las escenas subidas de tono y los continuos desnudos de dos nínfulas de buen ver – una de ellas extrañamente parecida a Claire Danes, la Julieta del Romeo+Juliet de Baz Luhrmann protagonizada por Leo DiCaprio, lo que causa cierta sensación incómoda – ha provocado sonoros bostezos en una platea curada de espantos y necesitada de algo más que una historia que hace guiños en lo visual a Trainspotting pero que esconde tras su aparatosa propuesta formal el vacío más aterrador. De todo ello y de mucho más les hablaremos en furia crónicas desde una Sevilla radiante que, por una semana, es la auténtica capital del cine europeo.
David Garrido, que hoy ha tenido el placer de conocer en persona e intercambiar opiniones con uno de los periodistas cinematográficos que más respeta en este país, el escayolado en un brazo – se cayó en el sótano de una tienda de DVD, lo que casi es una herida acaecida en el cumplimiento del deber – Jaume Figueras, más conocido como Mr. Belvedere en Fotogramas, presentador muchos años de Magacine en Canal Plus, autor de un estupendo y recomendable libro de memorias llamado ‘Adivina Quien te Habla de Cine’ y presentador actual del programa de la televisión autonómica catalana Cinema 3. Conste que, a diferencia de la mayoría, Figueras se tragó como un campeón la ‘ópera’ Johanna de principio a fin y al final, ante el desánimo y la indiferencia general con la que salimos de la sala nos ha regalado la siguiente perla:
- Que publico más soso… esta es una película para patearla a base de bien o incluso para ir de sibarita y aplaudir, aunque sea por llevar la contraria, pero no para salir así, en silencio, sin decir nada… que sosería.
Jaume Figueras Dixit.
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