Festival de Cine Europeo de Sevilla, Crónica 2. David Garrido Bazán. Cobertura para La Butaca.Net. Todos los derechos reservados.
Cuando era adolescente en el instituto, durante tres años seguidos, la primera clase que tenía todos los lunes a las 8:30 de la mañana era inevitablemente Filosofía. Nunca supe si se trataba de una simple coincidencia o es que aquella era una forma de compensar nuestros excesos del fin de semana a base de obligarnos a pensar lo de la cavernita de Platón, las aviesas intenciones de San Agustín, los cambios de humor de Wigensttein o los desmadres de Kant desde bien temprano, pero el caso es que irremediablemente, uno sentía cierta tendencia cada lunes por la mañana a pegar cabezadas con semejantes cargas de profundidad.
Pues más o menos ese era el ánimo con el que un servidor acudía, con toda la buena voluntad del mundo, a ver la primera película de hoy, perteneciente a la Sección Oficial y que lleva por título El Fatalista, dirigida por el portugués Joao Botelho y basada en la obra Jacques Le Fataliste escrita por el francés Denis Diderot. A este cronista, al que le aburren sobaranamente la mayor parte de las películas del nonagenario Manoel De Oliveira (vaya, otra vez dando motivos para que me quiten el carné de crítico de cine serio), donde los personajes hablan y hablan incansablemente sobre lo divino y lo humano sin llegar casi nunca a interesarme lo que cuentan por muy trascendente que sea, esta película cortada por el mismo patrón cuyo hilo argumental es la creencia de que todo lo bueno y lo malo que nos ocurre en el más acá está escrito en el Destino, en el más allá, posición que defiende un conductor de profesión con cierta tendencia a filosofar – vulgo, a hacerse pajas mentales – y a darnos la tabarra con la historia de sus conquistas amorosas daba un mal rollo impresionante.
- Pues vete a los Nervión a ver el último pase de De Fosa en Fosa. Está muy bien – me dijo un compañero ante mis dudas, que se incrementaron al ver la sala del Lope de Vega casi vacía de corresponsales.
- Hombre, está feo. Le daré una oportunidad al menos, que es de la Sección Oficial.
Así pues, veinte minutos después de iniciada la proyección de O Fatalista, servidor dejó al chofer filósofo, a su jefe y a la madre que los parió plantados y corría como un poseso en busca de un taxi que me llevara a los Nervión antes de que empezara esta película eslovena – por cierto, ayer metí la pata: The City of the Sun es eslovaca, no eslovena - de la Sección Europa, Europa. Mi única referencia, amen de la recomendación entusiasta del colega, era que la película se había pasado hace nada en el último Festival de San Sebastián y que su director Jan Cvitkovic, había ganado allí el premio al Mejor Director Novel. Eso era todo.
Fue una decisión acertada: Odgrobadogroba (el nombrecito original se las trae ¿para cuando un programa doble con Obabakakoak?) resultó ser una película estupenda. Si ayer decíamos a propósito de Acusado que esto de ser danés no era precisamente la alegría de la huerta, lo contrario puede deducirse de algunas películas balcánicas, y Kusturica es el mejor ejemplo. Las ganas de cachondeo, las situaciones surrealistas, el sexo y la música inundan de optimismo y de ganas de disfrutar de la vida – que ironía – muchas de las películas que llegan de aquella región devastada hace bien poco por la violencia. El referente no es casual: De Fosa en Fosa da la impresión de ser una película de Kusturica, pero muchísimo más elaborada y contenida. Su protagonista es un tipo con un trabajo ciertamente peculiar, ya que su ocupación consiste en escribir y recitar los discursos fúnebres que acompañan los funerales que se celebran en su pequeña población rural. Pero es un treintañero sensible, buena persona, que bebe los vientos por su amiga Renata – que, como pasa a menudo en estos caso, lo quiere ‘como amigo’ y le putea contándole sus cuitas amorosas – y vive con su familia, compuesta por un abuelo viudo que, sin su difunta esposa, ha perdido la alegría de vivir y que intenta suicidarse de las maneras más originales – e irresistiblemente divertidas - que uno pueda imaginar, sus dos hermanas, Ida, una sordomuda de lo más expresivo, vitalista y alegre; y Vilma, que tiene un hijo de lo más despierto con un chuleta que aunque la quiere, prefiere vivir a su aire. También ronda por ahí Shooki, un vecino, poseedor de un 600 que cuida con mucho mimo y que ayuda a Pero con sus discursos, además de hacerle de chofer ocasional y vivir una tierna, casi infantil, historia de amor inocente con Ida, la sordomuda.
La película transcurre con una sucesión de estampas de la vida cotidiana que nos describen la forma de vivir de esta serie de personajes vitalistas y la verdad, muy divertidos, que no desaprovechan ninguna ocasión para tomarse unos tragos y bailar al ritmo de esa música inconfundible que gente como Goran Bregovic ha hecho popular en todo el mundo. Pero realiza sus panegíricos más en función de las cosas que le van pasando en su vida personal que en su conocimiento de los fallecidos, le procura a su abuelo con tendencias suicidas un psiquiatra que no parece que le sirva de mucha ayuda, Ida se dedica a jugar al escondite con Chooki, que tiene una versión del tuning muy particular, inspirada por las carreras de cuadrigas no de Ben Hur ¡sino de las películas de Maciste!, Renata va y viene de la vida de Pero sin acabar de decidirse a acceder a sus deseos y así sucesivamente. Nada parece demasiado trascendente, y puede que precisamente por eso, su mensaje vitalista, entre gag y gag perfectamente ensamblados, llega con facilidad, aunque uno percibe en el comportamiento del algunos personajes que no todo es tan idílico o inocente como parece.
Nada prepara sin embargo al espectador para la deriva terrible que tiene lugar en el tramo final de la película, que quizás porque uno ha llegado a encariñarse con esa galería de personajes entrañables, provoca una mayor conmoción. Cvitkovic, que consigue aquí una acertada disección de ese carácter balcánico capaz de disfrutar de la vida a tope durante un segundo y reaccionar con enorme violencia un instante después, golpea al espectador con una sucesión de secuencias que poco o nada tienen que ver con el tono hasta entonces amable de la película, dejándolo petrificado en la butaca con un final terrorífico y absolutamente inesperado. La sensación que queda es extraña, porque uno recuerda a un tiempo lo mucho que se ha reído con el estupendo timing de algunos de los gags físicos – el primer intento de suicidio del abuelo es impagable – o con los particulares panegíricos de Pero, trufados de guiños personales, y lo mezcla con la terrible desazón que producen algunas de las últimas situaciones que viven sus criaturas – la dolorosa y sorprendente resolución del romance con Renata, lo que acontece con Ida y Chooki – que son todo un recordatorio de la zona donde está ambientada la película. Con esta segunda película, Cvitkovic se revela como un cineasta al que no conviene perder de vista en el futuro, pues mezclar de esa forma tan personal drama y comedia – como sucede en la vida, viene a decir su filme – no está al alcance de cualquiera. Tomen nota.
Ya de vuelta en el Lope de Vega (otro taxi: malditos gastos imprevistos) la segunda película de la Sección Oficial, De Battre Mon Coeur S’est Arrêté – algo así como Mi Corazón Ha Dejado de Latir – también ha sido, en otro registro bien distinto, una propuesta de lo más interesante. La película nos presenta a un hombre que trabaja en el sector inmobiliario. Bueno, en realidad se encarga de la parte más sórdida de dicho trabajo: su oficio consiste en desalojar a los inmigrantes y desheredados de la fortuna que ocupan ilegalmente los edificios desocupados que la inmobiliaria pretende vender, usando toda la violencia que sea necesaria; o bien ‘persuadir’ a los inquilinos de inmuebles que interesan que los vendan, no deteniéndose en nada para conseguir dichos objetivos. Tom es despiadado, un salvaje que vive en una jungla competitiva cuyos compañeros son comerciales que engañan a sus mujeres, se desfogan en fiestas hasta altas horas de la madrugada hasta caer redondos, se pelean con otros borrachos, y que al día siguiente vuelven, con sus trajes limpios, a seguir con el mecanismo implacable del lenguaje de los negocios. Tom es, además muy bueno en lo suyo, porque es eficaz, violento, ambicioso y carece de escrúpulos morales para conseguir lo que necesita.
Pero hete aquí que una noche, por un encuentro casual, se topa con el hombre que ejercía de manager de su madre, una famosa concertista de piano. Y de repente descubrimos que ese hombre violento y despiadado que escucha música electro a todo volumen en sus cascos, tiene una faceta que no conocíamos: sabe tocar muy bien el piano. Más que bien, incluso podría, de haber seguido estudiando en su momento, haber llegado a ser concertista. El manager le ofrece una prueba y de repente, la vida de Tom se transforma: con la misma pasión y la misma violencia con la que ejerce su ‘profesión’ Tom se dispone a prepararse para esa audición. Busca a alguien que le ponga a punto –lleva años sin tocar- y encuentra a una inmigrante china, eminente música, recién llegada a Paris y que no habla una palabra de francés. Su peculiar relación, marcada por la impaciencia y la frustración – señales inequívocas de la enorme rabia interior que tiene el personaje – hace que Tom se vea en la tesitura de servir a dos amos irreconciliables: su trabajo y sus ilusiones. Por mucho que lo intenta, Tom se ve sobrepasado por los acontecimientos.
Jacques Audiard, director de Un Héroe Muy Discreto y Lee mis Labios, ha llevado a cabo un remake muy personal de una película norteamericana (¡toma ya cambio de roles!) llamada Fingers que protagonizó Harvey Keitel en 1978 y que fue la opera prima del director James Toback, película que por cierto al parecer gustó mucho en su momento a Jean Luc Godard y que un servidor desconoce. Cuenta con una baza más que notable a su favor: la sobrecogedora interpretación de Romain Duris en el papel protagonista de una película que sigue a su personaje allá por donde va, de tal forma que éste aparece en todos y cada uno de los planos del filme. Duris, al que hemos visto en Exils, Arsene Lupin o en Una Casa de Locos y su secuela, Las Muñecas Rusas, hace una impresionante composición de un personaje dominado por una terrible frustración interna que se manifiesta en cada uno de sus movimientos. No obstante parece encontrar una salida a la espiral de violencia en la que se haya inmerso gracias a esa puerta que le abre la posibilidad de retomar sus estudios de piano y convertirse en concertista, un mundo por supuesto incompatible con la sordidez de sus negocios inmobiliarios. Su difícil relación con su dominante padre, sus escarceos amorosos con la mujer de uno de sus colegas de trabajo y, sobre todo, la peculiar forma de entenderse con la concertista china que le instruye van poco a poco suavizando el carácter de un personaje que empieza siendo francamente antipático para acabar convirtiéndose en toda una figura trágica. Con una excelente BSO a cargo de Alexandre Desplat, un buen trabajo de puesta en escena y una fotografía oscura pero atractiva de Stephane Fontaine, a esta Mi Corazón Ha dejado de Latir solo le perjudica cierta previsibilidad que no molesta para disfrutar de una propuesta francamente lograda en la que destaca sobremanera el trabajo de Romain Duris. Lastima que en Sevilla no haya premios de interpretación, porque hubiera sido un sólido candidato.
Ganar algún premio relevante en un Festival de importancia no es ni mucho menos garantía de que la película vaya a conseguir distribución en todos los países. Que se lo pregunten a Hundstage (Días de Perros) película austriaca dirigida por Ullrich Seidl en el 2001 que ganó, nada más y nada menos, que el Gran Premio Especial del Jurado del Festival de Venecia de ese año y que ni aun así se ha estrenado en las pantallas españolas. Gracias a la sección Shooting Stars – esa cosa que se han inventado para promocionar a jóvenes actores europeos prometedores, en este caso Franziska Weisz, que ese mismo año hizo también un papelito en La pianista de Hanecke – he podido recuperar esta interesante película.
Hundstage es algo así como el precio que debemos de pagar por mantener una especie de equilibrio cósmico si consideramos la enorme cantidad de de gente guapa y atractiva que habitualmente pueblan las películas. En mi vida he visto semejante ejercicio voluntario de feísmo cinematográfico. Las escenas de Hundstage están poblada de gente francamente incómoda de ver: cuerpos viejos y deformes, rostros desagradables, michelines ofensivos, muchos kilos de más, tripas cerveceras inmensas, indescriptibles. Lo malo es que además vemos a los dueños de semejantes atentados al gusto (no al bueno, sino simplemente al gusto) paseándose en paños menores, protagonizando escenas sexuales de nulo interés erótico – más bien al contrario: en la película hay un striptease de una señora de más de sesenta años que hace pensar que uno va a perder su libido para no recuperarla jamás -, depilándose para prepararse para una cita sexual, o simplemente, aprovechando el pesado sol que se abate sobre esa pequeña urbanización de casitas adosadas y jardines impolutos en la que se desarrolla esta película. Ullrich Steidl parece regodearse no solo en el absoluto feísmo de sus actores, sino que además nos da un paseo por sus miserables vidas, demostrándonos que en su interior, lejos de ser unas bellísimas personas, resultan aun más horribles y repugnantes. Por la película desfilan una disminuida mental que pide que le den vueltas en coches para, una vez en ellos revelarse como una persona literalmente insoportable que no deja de cantar jingles publicitarios, hacer preguntas impertinentes y ofender a quienes cometen el error de montarla en su coche; un jubilado viudo que se consuela con su asistenta de más de sesenta años en una suerte de pago por favores sexuales muy poco edificante; una mujer madura que se deja abusar impunemente por un chuloputas del que está colgada y de un amigo idiota al que el nota se trae para unirse a la fiestecita; una pareja que ha perdido, junto con la hija de corta edad que murió en un accidente de tráfico, la capacidad de comunicarse hasta el punto de que ella se trae a sus amantes a casa y se lo monta con ellos delante de su marido; un vendedor de sistemas de seguridad al que lo vecinos, hartos de que un desconocido les raye constantemente sus flamantes coches nuevos, le dan un ultimátum y una pareja de jóvenes – los únicos guapos de la función – en la que él, un celoso esquizoide, la maltrata sistemáticamente. Vamos, que el panorama resulta de lo más alentador. En una película de lo más desasosegante, con ocasionales puntos de humor negro bastante salvaje – los numeritos de la maníaca del autostop son de lo más divertido, aunque llevan a una resolución terrible – Ullrich Steidl traza un retrato de sus conciudadanos que, de ser mínimamente cierto, dan ganas de no poner jamás un pie en Austria por si las moscas. La película está rodada con abundantes planos fijos y un cierto estilo contemplativo, dejando simplemente que las cosas, por terribles que sean, ocurran delante de la cámara con nosotros obligados a ejercer de voyeurs más bien poco afortunados. Desde luego, la película es algo pocas veces visto en el cine contemporáneo, pero mi impresión particular es que Venecia ese año debió estar algo floja.
Cuando una película europea viene con la vitola de ser uno de los mayores éxitos de taquilla reciente de sus país, mal asunto – imaginen, tal denominación en España podría dar como resultado que un europeo cualquiera viera Torrente 3, por ejemplo: saquen ustedes mismos las conclusiones – y este era el caso de Brides, película griega que al parecer ha arrasado en su país con una historia a priori bastante interesante que además enlaza en cierta forma con el próximo proyecto del pope Angelopoulos. La acción de Brides tiene lugar a comienzos de 1920. Del puerto de Odessa sale un trasatlántico con destino a Nueva York y un ‘cargamento’ muy especial: 700 esposas ‘pedidas por correo’ procedentes en su mayor parte de Grecia, pero también de Rusia que van a comenzar a ciegas una nueva vida con sus nuevos esposos, solteros de su misma etnia ya instalados en América. Con el tiempo, estas emigrantes serán parte de las que darán a luz a familias tan enloquecidas como las que se describían en la comedia Mi Gran Boda Griega, un cliché que hemos visto muy frecuentemente en el cine con irlandeses e italianos. La protagonista de la película es Niki Douka (una estupenda Victoria Haralabidou), una mujer decidida que viaja por la renuncia de su hermana menor, que ha vuelto espantada de su experiencia en la tierra de las oportunidades. Ella se ve obligada a restablecer el honor perdido de su familia tomando el lugar de su hermana con el esposo que la espera en Chicago. El problema es que a bordo del buque también viaja un fotógrafo de guerra americano (Damian Thewlis, el pelirrojo de El Cazador de Sueños), un hombre idealista y desengañado de sus experiencias que vuelve a casa tras largos años en Europa fotografiando conflictos. Cuando descubre que la situación de estas mujeres no es lo que parece - algunas de ellas viajan directamente hacia la prostitución, ya que el marido prometido no existe, un precio a pagar por la felicidad del resto – el fotógrafo se interesa cada vez más por ellas y muy especialmente por la costurera Niki, que por supuesto corresponde a sus sentimientos pero no se deja arrastrar gracias a su firme sentido del deber. Así pues tenemos un trasatlántico que cruza el océano en dirección a América, un hombre que viaja en primera clase que se enamora de una costurera de tercera, una historia de amor imposible por las diferencias de clase y porque ella está comprometida para casarse, música melosa de fondo… un momento ¿A ustedes todo esto no les suena de algo? Pues eso, que al director Pantelis Voulgaris – o lo que es peor, al productor ejecutivo Martin Scorsese, que uno piensa que está en esto por aquello del tema de la emigración y la forja de América y tal – le ha dado por coger algunos de los elementos de la exitosa Titanic (tranquilos: ni Leo Di Caprio aparece ni hay iceberg que hunda el barco) y manufacturar un éxito de taquilla seguro, rodado de forma que pueda ser comestible en todos los países del entorno - ya verán como no tarda en estrenarse entre nosotros - y desaprovechando gloriosamente el buen material dramático/histórico del que parte en beneficio de una historia de amor que, la verdad sea dicha, no consigue levantar el vuelo en ningún momento. Película, eso sí, de factura más que correcta y bien interpretada, Brides se deja ver sin mayores problemas aunque eso si, sin dejar la más mínima huella en el espectador. Es una de esas películas a las que la ambientación, la historia de amor imposible y la música melosa pueden hacer suspirar eso tan socorrido de “¡Es tan bonita! ¡Y que triste!” y dejar contento a los poco exigentes.
Por lo demás, hoy se han dado a conocer los nominados a los premios de la Academia del Cine Europeo (nos lo dieron como primicia esta mañana, pero en el papel pedían que no divulgáramos nada hasta las nueve de anoche, por aquello de no reventar la gala de nominados de ayer) y hay que decir que muchas de las películas nominadas se proyectan estos días por Sevilla. Más detalles al respecto en futuras crónicas… si el espacio lo permite
Cuando era adolescente en el instituto, durante tres años seguidos, la primera clase que tenía todos los lunes a las 8:30 de la mañana era inevitablemente Filosofía. Nunca supe si se trataba de una simple coincidencia o es que aquella era una forma de compensar nuestros excesos del fin de semana a base de obligarnos a pensar lo de la cavernita de Platón, las aviesas intenciones de San Agustín, los cambios de humor de Wigensttein o los desmadres de Kant desde bien temprano, pero el caso es que irremediablemente, uno sentía cierta tendencia cada lunes por la mañana a pegar cabezadas con semejantes cargas de profundidad.
Pues más o menos ese era el ánimo con el que un servidor acudía, con toda la buena voluntad del mundo, a ver la primera película de hoy, perteneciente a la Sección Oficial y que lleva por título El Fatalista, dirigida por el portugués Joao Botelho y basada en la obra Jacques Le Fataliste escrita por el francés Denis Diderot. A este cronista, al que le aburren sobaranamente la mayor parte de las películas del nonagenario Manoel De Oliveira (vaya, otra vez dando motivos para que me quiten el carné de crítico de cine serio), donde los personajes hablan y hablan incansablemente sobre lo divino y lo humano sin llegar casi nunca a interesarme lo que cuentan por muy trascendente que sea, esta película cortada por el mismo patrón cuyo hilo argumental es la creencia de que todo lo bueno y lo malo que nos ocurre en el más acá está escrito en el Destino, en el más allá, posición que defiende un conductor de profesión con cierta tendencia a filosofar – vulgo, a hacerse pajas mentales – y a darnos la tabarra con la historia de sus conquistas amorosas daba un mal rollo impresionante.
- Pues vete a los Nervión a ver el último pase de De Fosa en Fosa. Está muy bien – me dijo un compañero ante mis dudas, que se incrementaron al ver la sala del Lope de Vega casi vacía de corresponsales.
- Hombre, está feo. Le daré una oportunidad al menos, que es de la Sección Oficial.
Así pues, veinte minutos después de iniciada la proyección de O Fatalista, servidor dejó al chofer filósofo, a su jefe y a la madre que los parió plantados y corría como un poseso en busca de un taxi que me llevara a los Nervión antes de que empezara esta película eslovena – por cierto, ayer metí la pata: The City of the Sun es eslovaca, no eslovena - de la Sección Europa, Europa. Mi única referencia, amen de la recomendación entusiasta del colega, era que la película se había pasado hace nada en el último Festival de San Sebastián y que su director Jan Cvitkovic, había ganado allí el premio al Mejor Director Novel. Eso era todo.
Fue una decisión acertada: Odgrobadogroba (el nombrecito original se las trae ¿para cuando un programa doble con Obabakakoak?) resultó ser una película estupenda. Si ayer decíamos a propósito de Acusado que esto de ser danés no era precisamente la alegría de la huerta, lo contrario puede deducirse de algunas películas balcánicas, y Kusturica es el mejor ejemplo. Las ganas de cachondeo, las situaciones surrealistas, el sexo y la música inundan de optimismo y de ganas de disfrutar de la vida – que ironía – muchas de las películas que llegan de aquella región devastada hace bien poco por la violencia. El referente no es casual: De Fosa en Fosa da la impresión de ser una película de Kusturica, pero muchísimo más elaborada y contenida. Su protagonista es un tipo con un trabajo ciertamente peculiar, ya que su ocupación consiste en escribir y recitar los discursos fúnebres que acompañan los funerales que se celebran en su pequeña población rural. Pero es un treintañero sensible, buena persona, que bebe los vientos por su amiga Renata – que, como pasa a menudo en estos caso, lo quiere ‘como amigo’ y le putea contándole sus cuitas amorosas – y vive con su familia, compuesta por un abuelo viudo que, sin su difunta esposa, ha perdido la alegría de vivir y que intenta suicidarse de las maneras más originales – e irresistiblemente divertidas - que uno pueda imaginar, sus dos hermanas, Ida, una sordomuda de lo más expresivo, vitalista y alegre; y Vilma, que tiene un hijo de lo más despierto con un chuleta que aunque la quiere, prefiere vivir a su aire. También ronda por ahí Shooki, un vecino, poseedor de un 600 que cuida con mucho mimo y que ayuda a Pero con sus discursos, además de hacerle de chofer ocasional y vivir una tierna, casi infantil, historia de amor inocente con Ida, la sordomuda.
La película transcurre con una sucesión de estampas de la vida cotidiana que nos describen la forma de vivir de esta serie de personajes vitalistas y la verdad, muy divertidos, que no desaprovechan ninguna ocasión para tomarse unos tragos y bailar al ritmo de esa música inconfundible que gente como Goran Bregovic ha hecho popular en todo el mundo. Pero realiza sus panegíricos más en función de las cosas que le van pasando en su vida personal que en su conocimiento de los fallecidos, le procura a su abuelo con tendencias suicidas un psiquiatra que no parece que le sirva de mucha ayuda, Ida se dedica a jugar al escondite con Chooki, que tiene una versión del tuning muy particular, inspirada por las carreras de cuadrigas no de Ben Hur ¡sino de las películas de Maciste!, Renata va y viene de la vida de Pero sin acabar de decidirse a acceder a sus deseos y así sucesivamente. Nada parece demasiado trascendente, y puede que precisamente por eso, su mensaje vitalista, entre gag y gag perfectamente ensamblados, llega con facilidad, aunque uno percibe en el comportamiento del algunos personajes que no todo es tan idílico o inocente como parece.
Nada prepara sin embargo al espectador para la deriva terrible que tiene lugar en el tramo final de la película, que quizás porque uno ha llegado a encariñarse con esa galería de personajes entrañables, provoca una mayor conmoción. Cvitkovic, que consigue aquí una acertada disección de ese carácter balcánico capaz de disfrutar de la vida a tope durante un segundo y reaccionar con enorme violencia un instante después, golpea al espectador con una sucesión de secuencias que poco o nada tienen que ver con el tono hasta entonces amable de la película, dejándolo petrificado en la butaca con un final terrorífico y absolutamente inesperado. La sensación que queda es extraña, porque uno recuerda a un tiempo lo mucho que se ha reído con el estupendo timing de algunos de los gags físicos – el primer intento de suicidio del abuelo es impagable – o con los particulares panegíricos de Pero, trufados de guiños personales, y lo mezcla con la terrible desazón que producen algunas de las últimas situaciones que viven sus criaturas – la dolorosa y sorprendente resolución del romance con Renata, lo que acontece con Ida y Chooki – que son todo un recordatorio de la zona donde está ambientada la película. Con esta segunda película, Cvitkovic se revela como un cineasta al que no conviene perder de vista en el futuro, pues mezclar de esa forma tan personal drama y comedia – como sucede en la vida, viene a decir su filme – no está al alcance de cualquiera. Tomen nota.
Ya de vuelta en el Lope de Vega (otro taxi: malditos gastos imprevistos) la segunda película de la Sección Oficial, De Battre Mon Coeur S’est Arrêté – algo así como Mi Corazón Ha Dejado de Latir – también ha sido, en otro registro bien distinto, una propuesta de lo más interesante. La película nos presenta a un hombre que trabaja en el sector inmobiliario. Bueno, en realidad se encarga de la parte más sórdida de dicho trabajo: su oficio consiste en desalojar a los inmigrantes y desheredados de la fortuna que ocupan ilegalmente los edificios desocupados que la inmobiliaria pretende vender, usando toda la violencia que sea necesaria; o bien ‘persuadir’ a los inquilinos de inmuebles que interesan que los vendan, no deteniéndose en nada para conseguir dichos objetivos. Tom es despiadado, un salvaje que vive en una jungla competitiva cuyos compañeros son comerciales que engañan a sus mujeres, se desfogan en fiestas hasta altas horas de la madrugada hasta caer redondos, se pelean con otros borrachos, y que al día siguiente vuelven, con sus trajes limpios, a seguir con el mecanismo implacable del lenguaje de los negocios. Tom es, además muy bueno en lo suyo, porque es eficaz, violento, ambicioso y carece de escrúpulos morales para conseguir lo que necesita.
Pero hete aquí que una noche, por un encuentro casual, se topa con el hombre que ejercía de manager de su madre, una famosa concertista de piano. Y de repente descubrimos que ese hombre violento y despiadado que escucha música electro a todo volumen en sus cascos, tiene una faceta que no conocíamos: sabe tocar muy bien el piano. Más que bien, incluso podría, de haber seguido estudiando en su momento, haber llegado a ser concertista. El manager le ofrece una prueba y de repente, la vida de Tom se transforma: con la misma pasión y la misma violencia con la que ejerce su ‘profesión’ Tom se dispone a prepararse para esa audición. Busca a alguien que le ponga a punto –lleva años sin tocar- y encuentra a una inmigrante china, eminente música, recién llegada a Paris y que no habla una palabra de francés. Su peculiar relación, marcada por la impaciencia y la frustración – señales inequívocas de la enorme rabia interior que tiene el personaje – hace que Tom se vea en la tesitura de servir a dos amos irreconciliables: su trabajo y sus ilusiones. Por mucho que lo intenta, Tom se ve sobrepasado por los acontecimientos.
Jacques Audiard, director de Un Héroe Muy Discreto y Lee mis Labios, ha llevado a cabo un remake muy personal de una película norteamericana (¡toma ya cambio de roles!) llamada Fingers que protagonizó Harvey Keitel en 1978 y que fue la opera prima del director James Toback, película que por cierto al parecer gustó mucho en su momento a Jean Luc Godard y que un servidor desconoce. Cuenta con una baza más que notable a su favor: la sobrecogedora interpretación de Romain Duris en el papel protagonista de una película que sigue a su personaje allá por donde va, de tal forma que éste aparece en todos y cada uno de los planos del filme. Duris, al que hemos visto en Exils, Arsene Lupin o en Una Casa de Locos y su secuela, Las Muñecas Rusas, hace una impresionante composición de un personaje dominado por una terrible frustración interna que se manifiesta en cada uno de sus movimientos. No obstante parece encontrar una salida a la espiral de violencia en la que se haya inmerso gracias a esa puerta que le abre la posibilidad de retomar sus estudios de piano y convertirse en concertista, un mundo por supuesto incompatible con la sordidez de sus negocios inmobiliarios. Su difícil relación con su dominante padre, sus escarceos amorosos con la mujer de uno de sus colegas de trabajo y, sobre todo, la peculiar forma de entenderse con la concertista china que le instruye van poco a poco suavizando el carácter de un personaje que empieza siendo francamente antipático para acabar convirtiéndose en toda una figura trágica. Con una excelente BSO a cargo de Alexandre Desplat, un buen trabajo de puesta en escena y una fotografía oscura pero atractiva de Stephane Fontaine, a esta Mi Corazón Ha dejado de Latir solo le perjudica cierta previsibilidad que no molesta para disfrutar de una propuesta francamente lograda en la que destaca sobremanera el trabajo de Romain Duris. Lastima que en Sevilla no haya premios de interpretación, porque hubiera sido un sólido candidato.
Ganar algún premio relevante en un Festival de importancia no es ni mucho menos garantía de que la película vaya a conseguir distribución en todos los países. Que se lo pregunten a Hundstage (Días de Perros) película austriaca dirigida por Ullrich Seidl en el 2001 que ganó, nada más y nada menos, que el Gran Premio Especial del Jurado del Festival de Venecia de ese año y que ni aun así se ha estrenado en las pantallas españolas. Gracias a la sección Shooting Stars – esa cosa que se han inventado para promocionar a jóvenes actores europeos prometedores, en este caso Franziska Weisz, que ese mismo año hizo también un papelito en La pianista de Hanecke – he podido recuperar esta interesante película.
Hundstage es algo así como el precio que debemos de pagar por mantener una especie de equilibrio cósmico si consideramos la enorme cantidad de de gente guapa y atractiva que habitualmente pueblan las películas. En mi vida he visto semejante ejercicio voluntario de feísmo cinematográfico. Las escenas de Hundstage están poblada de gente francamente incómoda de ver: cuerpos viejos y deformes, rostros desagradables, michelines ofensivos, muchos kilos de más, tripas cerveceras inmensas, indescriptibles. Lo malo es que además vemos a los dueños de semejantes atentados al gusto (no al bueno, sino simplemente al gusto) paseándose en paños menores, protagonizando escenas sexuales de nulo interés erótico – más bien al contrario: en la película hay un striptease de una señora de más de sesenta años que hace pensar que uno va a perder su libido para no recuperarla jamás -, depilándose para prepararse para una cita sexual, o simplemente, aprovechando el pesado sol que se abate sobre esa pequeña urbanización de casitas adosadas y jardines impolutos en la que se desarrolla esta película. Ullrich Steidl parece regodearse no solo en el absoluto feísmo de sus actores, sino que además nos da un paseo por sus miserables vidas, demostrándonos que en su interior, lejos de ser unas bellísimas personas, resultan aun más horribles y repugnantes. Por la película desfilan una disminuida mental que pide que le den vueltas en coches para, una vez en ellos revelarse como una persona literalmente insoportable que no deja de cantar jingles publicitarios, hacer preguntas impertinentes y ofender a quienes cometen el error de montarla en su coche; un jubilado viudo que se consuela con su asistenta de más de sesenta años en una suerte de pago por favores sexuales muy poco edificante; una mujer madura que se deja abusar impunemente por un chuloputas del que está colgada y de un amigo idiota al que el nota se trae para unirse a la fiestecita; una pareja que ha perdido, junto con la hija de corta edad que murió en un accidente de tráfico, la capacidad de comunicarse hasta el punto de que ella se trae a sus amantes a casa y se lo monta con ellos delante de su marido; un vendedor de sistemas de seguridad al que lo vecinos, hartos de que un desconocido les raye constantemente sus flamantes coches nuevos, le dan un ultimátum y una pareja de jóvenes – los únicos guapos de la función – en la que él, un celoso esquizoide, la maltrata sistemáticamente. Vamos, que el panorama resulta de lo más alentador. En una película de lo más desasosegante, con ocasionales puntos de humor negro bastante salvaje – los numeritos de la maníaca del autostop son de lo más divertido, aunque llevan a una resolución terrible – Ullrich Steidl traza un retrato de sus conciudadanos que, de ser mínimamente cierto, dan ganas de no poner jamás un pie en Austria por si las moscas. La película está rodada con abundantes planos fijos y un cierto estilo contemplativo, dejando simplemente que las cosas, por terribles que sean, ocurran delante de la cámara con nosotros obligados a ejercer de voyeurs más bien poco afortunados. Desde luego, la película es algo pocas veces visto en el cine contemporáneo, pero mi impresión particular es que Venecia ese año debió estar algo floja.
Cuando una película europea viene con la vitola de ser uno de los mayores éxitos de taquilla reciente de sus país, mal asunto – imaginen, tal denominación en España podría dar como resultado que un europeo cualquiera viera Torrente 3, por ejemplo: saquen ustedes mismos las conclusiones – y este era el caso de Brides, película griega que al parecer ha arrasado en su país con una historia a priori bastante interesante que además enlaza en cierta forma con el próximo proyecto del pope Angelopoulos. La acción de Brides tiene lugar a comienzos de 1920. Del puerto de Odessa sale un trasatlántico con destino a Nueva York y un ‘cargamento’ muy especial: 700 esposas ‘pedidas por correo’ procedentes en su mayor parte de Grecia, pero también de Rusia que van a comenzar a ciegas una nueva vida con sus nuevos esposos, solteros de su misma etnia ya instalados en América. Con el tiempo, estas emigrantes serán parte de las que darán a luz a familias tan enloquecidas como las que se describían en la comedia Mi Gran Boda Griega, un cliché que hemos visto muy frecuentemente en el cine con irlandeses e italianos. La protagonista de la película es Niki Douka (una estupenda Victoria Haralabidou), una mujer decidida que viaja por la renuncia de su hermana menor, que ha vuelto espantada de su experiencia en la tierra de las oportunidades. Ella se ve obligada a restablecer el honor perdido de su familia tomando el lugar de su hermana con el esposo que la espera en Chicago. El problema es que a bordo del buque también viaja un fotógrafo de guerra americano (Damian Thewlis, el pelirrojo de El Cazador de Sueños), un hombre idealista y desengañado de sus experiencias que vuelve a casa tras largos años en Europa fotografiando conflictos. Cuando descubre que la situación de estas mujeres no es lo que parece - algunas de ellas viajan directamente hacia la prostitución, ya que el marido prometido no existe, un precio a pagar por la felicidad del resto – el fotógrafo se interesa cada vez más por ellas y muy especialmente por la costurera Niki, que por supuesto corresponde a sus sentimientos pero no se deja arrastrar gracias a su firme sentido del deber. Así pues tenemos un trasatlántico que cruza el océano en dirección a América, un hombre que viaja en primera clase que se enamora de una costurera de tercera, una historia de amor imposible por las diferencias de clase y porque ella está comprometida para casarse, música melosa de fondo… un momento ¿A ustedes todo esto no les suena de algo? Pues eso, que al director Pantelis Voulgaris – o lo que es peor, al productor ejecutivo Martin Scorsese, que uno piensa que está en esto por aquello del tema de la emigración y la forja de América y tal – le ha dado por coger algunos de los elementos de la exitosa Titanic (tranquilos: ni Leo Di Caprio aparece ni hay iceberg que hunda el barco) y manufacturar un éxito de taquilla seguro, rodado de forma que pueda ser comestible en todos los países del entorno - ya verán como no tarda en estrenarse entre nosotros - y desaprovechando gloriosamente el buen material dramático/histórico del que parte en beneficio de una historia de amor que, la verdad sea dicha, no consigue levantar el vuelo en ningún momento. Película, eso sí, de factura más que correcta y bien interpretada, Brides se deja ver sin mayores problemas aunque eso si, sin dejar la más mínima huella en el espectador. Es una de esas películas a las que la ambientación, la historia de amor imposible y la música melosa pueden hacer suspirar eso tan socorrido de “¡Es tan bonita! ¡Y que triste!” y dejar contento a los poco exigentes.
Por lo demás, hoy se han dado a conocer los nominados a los premios de la Academia del Cine Europeo (nos lo dieron como primicia esta mañana, pero en el papel pedían que no divulgáramos nada hasta las nueve de anoche, por aquello de no reventar la gala de nominados de ayer) y hay que decir que muchas de las películas nominadas se proyectan estos días por Sevilla. Más detalles al respecto en futuras crónicas… si el espacio lo permite
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