Huelva, Crónica 2. Cobertura del 31 Festival de Cine Iberoamericano para La Butaca.Net. David Garrido Bazán. Todos los Derechos Reservados.
El Festival Iberoamericano fala portugues a saco…
Parece como si los organizadores del Festival Iberoamericano hubieran decidido este año juguetear un poco con las películas tanto de la Sección Oficial como de las secciones paralelas – Rábida Largometrajes, documentales, cine y emigración, etc. – de tal forma que uno pueda verse tres o cuatro películas en una sola jornada sin cambiar de país, temática o idioma. Este Festival que comunica ambos lados del Atlántico siempre ha tenido una puerta abierta al cine que no se hace en castellano en Iberoamerica y este año eso se nota de una forma especial, tanto por el homenaje que recibió Manoel de Oliveira en la gala inaugural como por el muy interesante ciclo dedicado al cine brasileiro. La jornada de hoy lunes ha estado marcada precisamente por esas cinematografías.
La primera parada del día fue Quase Dois Irmaos, producción brasileña dirigida por Lucía Murat, una realizadora con amplia experiencia en el campo televisivo y documental cuyos anteriores largometrajes (Doces Poderes, Brava Gente Brasileira) no se han estrenado en nuestro país que yo sepa. Quase Dois Irmaos es una propuesta ambiciosa: tiene una estructura fragmentada compuesta por hasta cuatro momentos temporales distintos que en la primera hora de película se superponen sin mucho orden aparente. La idea central de la película es establecer un fresco de los últimos 50 años de la historia del país a través de la relación que se establece entre dos hombres de procedencias sociales muy distintas unidos por dos cosas: su común pasión por la música, imbuida a través de la relación de sus respectivos padres, y por pasar una larga temporada encerrados entre rejas en la cárcel de Isla Grande, uno como preso común y otro como preso político en la turbulenta época de los años 70, en plena dictadura, que no reconocía la existencia de estos presos políticos como tales y obligaba a unos y otros a someterse a la Ley de Seguridad Nacional y, por lo tanto, a compartir el mismo destino en la misma penitenciaría. Miguel es el preso político, en la actualidad convertido en un importante diputado que aun sueña con conseguir mejorar las duras condiciones de vida de las favelas con proyectos de tipo cultural que ayuden a encaminar a los jóvenes y a apartarlos de las calles y de la delincuencia. Jorge es el niño que nunca salió de esas favelas donde nació. Convertido en un delincuente habitual que ha pasado mucho más tiempo de su vida en la cárcel que fuera de ella, pero que aun desde allí gobierna con mano de hierro y a través de un imperio del terror el tráfico de drogas y la vida cotidiana de la favela.
Lo interesante de la película está en la difícil relación de amistad que surge entre dos hombres que vienen de mundos completamente diferentes y cuyos medios para conseguir lo que quieren difieren en la misma medida. Miguel es un idealista asambleario, un izquierdista típico que consigue democratizar la vida interna de la cárcel donde pasa la década de los 70 mientras los pesos políticos son mayoría y que ve amenazado su estatus según crecen los presos comunes en la prisión. Jorge conoce el lenguaje de la calle, la violencia como método habitual y aunque comprende la forma de pensar de Miguel, sabe que éste no vive en la misma realidad que él. El problema de Quase Dois Irmaos – además de una dirección caótica en la primera hora de película que te lleva de un modo harto caprichoso de un momento temporal a otro sin una lógica aparente, lo que hace que cueste entrar en la película – es que la directora no encuentra las dosis exactas para mezclar con acierto un filme que es en su mayor parte un clásico del género carcelario que se atiene a sus reglas más básicas, pero que a la vez tiene evidentes pretensiones de cine político y que encima no duda en usar a su conveniencia el reciente éxito de Ciudad de Dios para, poniendo una absurda trama en el presente que relaciona a la rebelde hija adolescente del diputado con uno de los mafiosos que lideran la favela, jugar con el buen recuerdo del espectador de dicha película de forma un tanto vergonzosa. El resultado es un indigesto pastiche al que, aunque no le faltan momentos de interés, le sobra metraje y tramas secundarias hasta hacerse bastante aburrido, por no mencionar que el gusto de la directora por experimentar con las posibilidades que ofrece el formato digital y la manipulación de la fotografía de la película (¿Otro guiño a Ciudad de Dios?) acaban por colmar la paciencia del espectador, que sin duda hubiera agradecido algo más de concreción en la trama.
Ya dije hace unos días al respecto de las crónicas del Festival de cine Europeo de Sevilla que, aun reconociendo el enorme mérito que sin duda tiene que un señor que empezó su carrera en el cine mudo siga hoy, a sus 97 castañas, fabricando una película por año, el cine de Manoel de Oliveira suele aburrirme muchísimo, cuando no cargarme hasta la exasperación con sus interminables secuencias de planos fijos con personajes estáticos declamando unos diálogos tan literarios como forzados que, o son sumamente interesantes – cosa que raramente sucede – o provocan en mi aquel efecto que tan cachondamente describía Gene Hackman en la película de Arthur Penn a propósito de los filmes de Eric Rohmer, que desdeñaba con un contundente “Es como ver crecer la hierba”. Así que cuando me encuentro ante la tesitura de enfrentarme a uno de los filmes del maestro portugués – o sus imitadores, como me ocurrió en Sevilla con O Fatalista – suelo hacer siempre lo mismo: le doy media hora o así de tiempo para que consiga interesarme mínimamente. Cierto que, a diferencia de lo de Sevilla, en este Festival no hay otra opción a la que aferrarse por la mañana que no sean las películas de la Sección Oficial, pero aun con eso, pesaba en mi ánimo la sentencia que un compañero me había dado antes de entrar en la sala donde proyectaban Espejo Mágico:
- Por las crónicas de Venecia, es el Oliveira de siempre, y encima dura 137 minutos. Paso de verla, que es que me amarga la sala de cine para el resto del día…
La historia de Espejo Mágico, donde tiene una pequeña colaboración Marisa Paredes, está basada en la novela A Alma de los Ricos, de Agustina Bessa Luis y, por lo que pude leer en la sinopsis, va de algo así como ricos aburridos y devotos que esperan que un día se les aparezca la virgen (literalmente), expertos religiosos contratados que estudian la posibilidad de que eso ocurra, un preso condenado por un crimen que no cometió que acaba de salir de la cárcel y entra a servir en la mansión de dichos ricos, pianistas con soluciones extravagantes y falsificadores dispuestos a sacar tajada. Y de eso debe ir, porque un servidor no pasó la prueba del algodón y a la media hora de película, tras soportar un plano fijo de una conversación de doce minutos entre un preso de modales exquisitos que se expresaba mucho mejor de lo que un servidor lo hará jamás y un director de cárcel con venas poéticas cuya pasión consistía en cuidar cactus y que afirmaba que la belleza de un cactus en flor no se compara a nada en el mundo, arrojé la toalla y abandoné la sala cuando aun no habían pasado treinta minutos desde el inicio. Cuando se estrene en salas ustedes mismos, pero un servidor no está para aguantar semejantes ladrillos por muy de Manoel de Oliveira que sean. Y si luego va y gana algún premio, pues miren ustedes, eso que me he perdido. No, si conseguiré que me quiten el carnet de crítico de cine, ya lo he dicho en alguna ocasión.
En un Festival de Cine siempre se agradecen esos pequeños momentos de relax que suponen las películas desconocidas de las secciones paralelas, especialmente documentales de temática ligera o comedias procedentes de países de cuyas cinematografías apenas tenemos referencias que nos permiten relajar un poco la mente de la abundancia de trascendencia y de las desgarradoras emociones que proporcionan habitualmente las películas de la Sección oficial. Con tal ánimo, mi sesión de tarde tenía una cita que me apetecía de manera especial: el documental que sobre la Bossa Nova ha realizado uno de los miembros del Jurado, el veterano director brasileño Paulo Thiago y que lleva por sugestivo título “Coisa Mais Linda, Historia e casos da Bossa Nova”
La película de Thiago es un recorrido asombroso y plagado de anécdotas de esta música que uno identifica al instante con la imagen típica y tópica que tiene de Brasil a poco que escuche algunas notas de temas como La Chica de Ipanema o Insensatez. La verdad es que un servidor afrontaba este documental con la feliz ignorancia del que solo conoce de la bossa nova algunas composiciones inmortales de gente como Antonio Carlos Jobim o Joao Gilberto y, desde ese punto de vista, he de decir que me vi gratamente sorprendido. Thiago ha tenido la inteligencia de dejar que dos de los músicos aun vivos que asistieron y fueron parte del nacimiento de la bossa nova como movimiento musical (¿Sabían ustedes que la bossa nova nació a finales de los años 50 y por tanto no tiene ni medio siglo de existencia? ¿No? Pues yo tampoco lo sabía), los guitarristas Carlos Cyra y Jorge Menescal, nos lleven de la mano por un paseo alucinante por todos los lugares de Copacabana y la zona sur de Rio de Janeiro donde los hechos básicos tuvieron lugar, ya fuera el instituto de secundaria donde muchos de ellos se conocieron, las academias donde impartían sus nuevos conocimientos a los múltiples músicos interesados en el nuevo movimiento que desató una auténtica fiebre y que se enseñó en Brasil como los griegos impartían conocimiento en la antigüedad, con clases magistrales, los locales de los primeros conocimientos o los pisos francos donde muchos de ellos entraron en contacto por primera vez con otros músicos y comenzaron a colaborar componiendo, tocando e influyéndose unos a otros. Por supuesto, el documental no tiene solo un enfoque histórico, sino que se preocupa muy mucho de ofrecer a lo largo de sus más de dos horas de duración una serie de piezas y actuaciones absolutamente memorables a través de las cuales uno empieza a asomarse tímidamente a todo un mundo de sensaciones.
No le falta de nada al documental – si acaso, en la copia que nosotros vimos, la incomprensible decisión de subtitular en castellano los diálogos de los entrevistados y no hacer lo propio con las maravillosas canciones que se escuchan, sobre todo habida cuenta que gran parte del documental gira en torno a la importancia que para la bossa nova tenían y tienen esas letras llenas de lirismo y romanticismo que se esforzaban en acercarse con sencillez al habla normal del pueblo y, sin embargo, contenían una enorme sofisticación dentro de su aparente ligereza – y los que tengan la suerte de poder ver algún día este documental en alguna cadena de televisión o consiguiendo una copia del DVD (dudo que la película vaya a tener distribución comercial en nuestro país) vivirán una experiencia de la que saldrán con esa media sonrisa que deja en la cara las cosas simples pero hermosas, además de un master acelerado en genios de la bossa nova como los ya mencionados Jobim y Joao Gilberto, el poeta letrista Vinicius de Morais o los numerosos guitarristas, músicos y cantantes que aparecen en la pantalla. Ni que decir tiene que también sirve para darse cuenta de lo ignorante que uno puede llegar a ser en estas cuestiones musicales, comprender las relaciones de la bossa nova con otros movimientos musicales como la samba o el jazz americano – o la formación ultraclásica de algunas de sus figuras más relevantes, alguno de los cuales vivían obsesionados con Rachmaninoff, Debussy y gente por el estilo - y, no menos importante, aprender unas cuantas anécdotas de lo más divertidas, como esa en la que Jorge Menescal reflexiona sobre el porqué la mayor parte de los cantantes de bossa nova musitan sus letras en un tono muy suave, casi inaudible “Después de muchos años de pensarlo, he llegado a la conclusión de que la culpa la tienen las paredes. Nosotros nos reuníamos para tocar y cantar muy a menudo en pisos de amigos, pisos de edificios cuyas paredes no tenían más allá de unos cuantos centímetros de grosor. Si queríamos que el ensayo o el concierto o lo que fuera durara un poco, no teníamos otra opción que cantar muy bajito para no molestar a los vecinos. Y así se quedó una de las marcas más reconocibles de la bossa nova” Toma ya descoloque. En fin, de lo más recomendable para melómanos varios.
Y hasta aquí, de momento, la parte no castellana del festival. Mañana martes continuaremos viaje por América Latina con parada y fonda en Chile, un país que parece haber tomado el relevo de Argentina en lo que se refiere a efervescencia de sus producciones en el mercado internacional y del que salió, sin ir más lejos, la última ganadora de la Espiga de Oro en la Seminci, En la Cama. Dos películas a concurso en la Sección Oficial, Mi Mejor Enemigo y La Última Luna, más otra en la sección paralela llamada La Sagrada Familia, de las cuales les daremos buena cuenta mañana, huevones.
El Festival Iberoamericano fala portugues a saco…
Parece como si los organizadores del Festival Iberoamericano hubieran decidido este año juguetear un poco con las películas tanto de la Sección Oficial como de las secciones paralelas – Rábida Largometrajes, documentales, cine y emigración, etc. – de tal forma que uno pueda verse tres o cuatro películas en una sola jornada sin cambiar de país, temática o idioma. Este Festival que comunica ambos lados del Atlántico siempre ha tenido una puerta abierta al cine que no se hace en castellano en Iberoamerica y este año eso se nota de una forma especial, tanto por el homenaje que recibió Manoel de Oliveira en la gala inaugural como por el muy interesante ciclo dedicado al cine brasileiro. La jornada de hoy lunes ha estado marcada precisamente por esas cinematografías.
La primera parada del día fue Quase Dois Irmaos, producción brasileña dirigida por Lucía Murat, una realizadora con amplia experiencia en el campo televisivo y documental cuyos anteriores largometrajes (Doces Poderes, Brava Gente Brasileira) no se han estrenado en nuestro país que yo sepa. Quase Dois Irmaos es una propuesta ambiciosa: tiene una estructura fragmentada compuesta por hasta cuatro momentos temporales distintos que en la primera hora de película se superponen sin mucho orden aparente. La idea central de la película es establecer un fresco de los últimos 50 años de la historia del país a través de la relación que se establece entre dos hombres de procedencias sociales muy distintas unidos por dos cosas: su común pasión por la música, imbuida a través de la relación de sus respectivos padres, y por pasar una larga temporada encerrados entre rejas en la cárcel de Isla Grande, uno como preso común y otro como preso político en la turbulenta época de los años 70, en plena dictadura, que no reconocía la existencia de estos presos políticos como tales y obligaba a unos y otros a someterse a la Ley de Seguridad Nacional y, por lo tanto, a compartir el mismo destino en la misma penitenciaría. Miguel es el preso político, en la actualidad convertido en un importante diputado que aun sueña con conseguir mejorar las duras condiciones de vida de las favelas con proyectos de tipo cultural que ayuden a encaminar a los jóvenes y a apartarlos de las calles y de la delincuencia. Jorge es el niño que nunca salió de esas favelas donde nació. Convertido en un delincuente habitual que ha pasado mucho más tiempo de su vida en la cárcel que fuera de ella, pero que aun desde allí gobierna con mano de hierro y a través de un imperio del terror el tráfico de drogas y la vida cotidiana de la favela.
Lo interesante de la película está en la difícil relación de amistad que surge entre dos hombres que vienen de mundos completamente diferentes y cuyos medios para conseguir lo que quieren difieren en la misma medida. Miguel es un idealista asambleario, un izquierdista típico que consigue democratizar la vida interna de la cárcel donde pasa la década de los 70 mientras los pesos políticos son mayoría y que ve amenazado su estatus según crecen los presos comunes en la prisión. Jorge conoce el lenguaje de la calle, la violencia como método habitual y aunque comprende la forma de pensar de Miguel, sabe que éste no vive en la misma realidad que él. El problema de Quase Dois Irmaos – además de una dirección caótica en la primera hora de película que te lleva de un modo harto caprichoso de un momento temporal a otro sin una lógica aparente, lo que hace que cueste entrar en la película – es que la directora no encuentra las dosis exactas para mezclar con acierto un filme que es en su mayor parte un clásico del género carcelario que se atiene a sus reglas más básicas, pero que a la vez tiene evidentes pretensiones de cine político y que encima no duda en usar a su conveniencia el reciente éxito de Ciudad de Dios para, poniendo una absurda trama en el presente que relaciona a la rebelde hija adolescente del diputado con uno de los mafiosos que lideran la favela, jugar con el buen recuerdo del espectador de dicha película de forma un tanto vergonzosa. El resultado es un indigesto pastiche al que, aunque no le faltan momentos de interés, le sobra metraje y tramas secundarias hasta hacerse bastante aburrido, por no mencionar que el gusto de la directora por experimentar con las posibilidades que ofrece el formato digital y la manipulación de la fotografía de la película (¿Otro guiño a Ciudad de Dios?) acaban por colmar la paciencia del espectador, que sin duda hubiera agradecido algo más de concreción en la trama.
Ya dije hace unos días al respecto de las crónicas del Festival de cine Europeo de Sevilla que, aun reconociendo el enorme mérito que sin duda tiene que un señor que empezó su carrera en el cine mudo siga hoy, a sus 97 castañas, fabricando una película por año, el cine de Manoel de Oliveira suele aburrirme muchísimo, cuando no cargarme hasta la exasperación con sus interminables secuencias de planos fijos con personajes estáticos declamando unos diálogos tan literarios como forzados que, o son sumamente interesantes – cosa que raramente sucede – o provocan en mi aquel efecto que tan cachondamente describía Gene Hackman en la película de Arthur Penn a propósito de los filmes de Eric Rohmer, que desdeñaba con un contundente “Es como ver crecer la hierba”. Así que cuando me encuentro ante la tesitura de enfrentarme a uno de los filmes del maestro portugués – o sus imitadores, como me ocurrió en Sevilla con O Fatalista – suelo hacer siempre lo mismo: le doy media hora o así de tiempo para que consiga interesarme mínimamente. Cierto que, a diferencia de lo de Sevilla, en este Festival no hay otra opción a la que aferrarse por la mañana que no sean las películas de la Sección Oficial, pero aun con eso, pesaba en mi ánimo la sentencia que un compañero me había dado antes de entrar en la sala donde proyectaban Espejo Mágico:
- Por las crónicas de Venecia, es el Oliveira de siempre, y encima dura 137 minutos. Paso de verla, que es que me amarga la sala de cine para el resto del día…
La historia de Espejo Mágico, donde tiene una pequeña colaboración Marisa Paredes, está basada en la novela A Alma de los Ricos, de Agustina Bessa Luis y, por lo que pude leer en la sinopsis, va de algo así como ricos aburridos y devotos que esperan que un día se les aparezca la virgen (literalmente), expertos religiosos contratados que estudian la posibilidad de que eso ocurra, un preso condenado por un crimen que no cometió que acaba de salir de la cárcel y entra a servir en la mansión de dichos ricos, pianistas con soluciones extravagantes y falsificadores dispuestos a sacar tajada. Y de eso debe ir, porque un servidor no pasó la prueba del algodón y a la media hora de película, tras soportar un plano fijo de una conversación de doce minutos entre un preso de modales exquisitos que se expresaba mucho mejor de lo que un servidor lo hará jamás y un director de cárcel con venas poéticas cuya pasión consistía en cuidar cactus y que afirmaba que la belleza de un cactus en flor no se compara a nada en el mundo, arrojé la toalla y abandoné la sala cuando aun no habían pasado treinta minutos desde el inicio. Cuando se estrene en salas ustedes mismos, pero un servidor no está para aguantar semejantes ladrillos por muy de Manoel de Oliveira que sean. Y si luego va y gana algún premio, pues miren ustedes, eso que me he perdido. No, si conseguiré que me quiten el carnet de crítico de cine, ya lo he dicho en alguna ocasión.
En un Festival de Cine siempre se agradecen esos pequeños momentos de relax que suponen las películas desconocidas de las secciones paralelas, especialmente documentales de temática ligera o comedias procedentes de países de cuyas cinematografías apenas tenemos referencias que nos permiten relajar un poco la mente de la abundancia de trascendencia y de las desgarradoras emociones que proporcionan habitualmente las películas de la Sección oficial. Con tal ánimo, mi sesión de tarde tenía una cita que me apetecía de manera especial: el documental que sobre la Bossa Nova ha realizado uno de los miembros del Jurado, el veterano director brasileño Paulo Thiago y que lleva por sugestivo título “Coisa Mais Linda, Historia e casos da Bossa Nova”
La película de Thiago es un recorrido asombroso y plagado de anécdotas de esta música que uno identifica al instante con la imagen típica y tópica que tiene de Brasil a poco que escuche algunas notas de temas como La Chica de Ipanema o Insensatez. La verdad es que un servidor afrontaba este documental con la feliz ignorancia del que solo conoce de la bossa nova algunas composiciones inmortales de gente como Antonio Carlos Jobim o Joao Gilberto y, desde ese punto de vista, he de decir que me vi gratamente sorprendido. Thiago ha tenido la inteligencia de dejar que dos de los músicos aun vivos que asistieron y fueron parte del nacimiento de la bossa nova como movimiento musical (¿Sabían ustedes que la bossa nova nació a finales de los años 50 y por tanto no tiene ni medio siglo de existencia? ¿No? Pues yo tampoco lo sabía), los guitarristas Carlos Cyra y Jorge Menescal, nos lleven de la mano por un paseo alucinante por todos los lugares de Copacabana y la zona sur de Rio de Janeiro donde los hechos básicos tuvieron lugar, ya fuera el instituto de secundaria donde muchos de ellos se conocieron, las academias donde impartían sus nuevos conocimientos a los múltiples músicos interesados en el nuevo movimiento que desató una auténtica fiebre y que se enseñó en Brasil como los griegos impartían conocimiento en la antigüedad, con clases magistrales, los locales de los primeros conocimientos o los pisos francos donde muchos de ellos entraron en contacto por primera vez con otros músicos y comenzaron a colaborar componiendo, tocando e influyéndose unos a otros. Por supuesto, el documental no tiene solo un enfoque histórico, sino que se preocupa muy mucho de ofrecer a lo largo de sus más de dos horas de duración una serie de piezas y actuaciones absolutamente memorables a través de las cuales uno empieza a asomarse tímidamente a todo un mundo de sensaciones.
No le falta de nada al documental – si acaso, en la copia que nosotros vimos, la incomprensible decisión de subtitular en castellano los diálogos de los entrevistados y no hacer lo propio con las maravillosas canciones que se escuchan, sobre todo habida cuenta que gran parte del documental gira en torno a la importancia que para la bossa nova tenían y tienen esas letras llenas de lirismo y romanticismo que se esforzaban en acercarse con sencillez al habla normal del pueblo y, sin embargo, contenían una enorme sofisticación dentro de su aparente ligereza – y los que tengan la suerte de poder ver algún día este documental en alguna cadena de televisión o consiguiendo una copia del DVD (dudo que la película vaya a tener distribución comercial en nuestro país) vivirán una experiencia de la que saldrán con esa media sonrisa que deja en la cara las cosas simples pero hermosas, además de un master acelerado en genios de la bossa nova como los ya mencionados Jobim y Joao Gilberto, el poeta letrista Vinicius de Morais o los numerosos guitarristas, músicos y cantantes que aparecen en la pantalla. Ni que decir tiene que también sirve para darse cuenta de lo ignorante que uno puede llegar a ser en estas cuestiones musicales, comprender las relaciones de la bossa nova con otros movimientos musicales como la samba o el jazz americano – o la formación ultraclásica de algunas de sus figuras más relevantes, alguno de los cuales vivían obsesionados con Rachmaninoff, Debussy y gente por el estilo - y, no menos importante, aprender unas cuantas anécdotas de lo más divertidas, como esa en la que Jorge Menescal reflexiona sobre el porqué la mayor parte de los cantantes de bossa nova musitan sus letras en un tono muy suave, casi inaudible “Después de muchos años de pensarlo, he llegado a la conclusión de que la culpa la tienen las paredes. Nosotros nos reuníamos para tocar y cantar muy a menudo en pisos de amigos, pisos de edificios cuyas paredes no tenían más allá de unos cuantos centímetros de grosor. Si queríamos que el ensayo o el concierto o lo que fuera durara un poco, no teníamos otra opción que cantar muy bajito para no molestar a los vecinos. Y así se quedó una de las marcas más reconocibles de la bossa nova” Toma ya descoloque. En fin, de lo más recomendable para melómanos varios.
Y hasta aquí, de momento, la parte no castellana del festival. Mañana martes continuaremos viaje por América Latina con parada y fonda en Chile, un país que parece haber tomado el relevo de Argentina en lo que se refiere a efervescencia de sus producciones en el mercado internacional y del que salió, sin ir más lejos, la última ganadora de la Espiga de Oro en la Seminci, En la Cama. Dos películas a concurso en la Sección Oficial, Mi Mejor Enemigo y La Última Luna, más otra en la sección paralela llamada La Sagrada Familia, de las cuales les daremos buena cuenta mañana, huevones.
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