jueves, noviembre 24, 2005

HUELVA, Crónica 4: Alma Mater, Conejo en la Luna, Los Suicidas

Huelva, Crónica 4. Cobertura del 31 Festival de Cine Iberoamericano para La Butaca.Net. David Garrido Bazán. Todos los Derechos Reservados.

- La idea era aunar lo femenino, la asunción de la maternidad con la religión. No me importaba lo patético, lo ridículo o lo absurdo que pudiera parecer este viaje. Había que estar ahí con ese personaje y acompañarlo en ese camino… Quise huir de todo tratamiento realista y así la película fue más quedando como una fábula, como una metáfora con predominio de los elementos fantásticos… No tuve prejuicios a la hora de fundir códigos de distintos géneros, buscaba apelar a cosas que ocurren en el Uruguay de hoy e incomodar un poco…

Álvaro Buela, director de la película uruguaya de la Sección Oficial Alma Mater que habíamos visto a primera hora de la mañana seguía dando sus explicaciones. La rueda de prensa no había hecho sino comenzar y el ambiente parecía algo frío. Uno diría que reinaba en el ambiente esa extraña sensación que se produce cuando una película, no se sabe si por falta de habilidad del director o por incapacidad de sus espectadores, no ha sido muy bien comprendida. O cuando, directamente, muchos pensaban que se trataba de una película fallida y nadie lo decía en voz alta…

- Nos arriesgamos a hacer la película que siempre quisimos hacer, aun sabiendo que era un proyecto difícil. En la película debe haber mucho cine inconsciente. Yo soy un gran admirador del cine de Raoul Ruiz, cuyas películas a veces se mueven por impulsos escondidos que no adivinamos del todo. A la hora de hacer Alma Mater, yo me abstraje y dejé que ese, digamos, gran magma cinéfilo y literario, saliera por si solo…

Lo que si parecía estar claro es que Álvaro Buela, muy educado y dispuesto a defender su filme y con respuestas para todo, parecía encantado de que la película provocara reacciones de algún tipo, incluso adversas.

- Lo que sí es cierto es que, tras su estreno en Uruguay, hubo mucha gente a la que la película le impactó, llegando a identificarse incluso peligrosamente con ella. También hubo quien la detestó, claro. Aunque nadie me dijo a la cara “Tu película me parece una porquería”

En fin. A un servidor si que no le había gustado nada Alma Mater y así se lo hice saber al director en privado cuando tuve oportunidad de coincidir con él en la Sala de Prensa – donde por cierto se enteró, leyendo sus mails, que la película era una de las siete preseleccionadas para el Goya a la Mejor Película de Habla Inglesa, lo que indica que el tema premios no debe interesarle demasiado, o más bien que no se lo esperaba – y la verdad es que reaccionó de una forma muy comprensiva, incluso agradeciendo la sinceridad cuando le di mis motivos. Y el caso es que a Alma Mater no le faltan elementos interesantes. Cuenta la historia de Pamela, una mujer pequeña, tímida, retraída y muy religiosa que trabaja en un supermercado y lleva una existencia de lo más gris: va periódicamente a una extraña iglesia – Iglesia de las Heridas de Jesucristo, inventada para el filme – que más parece una secta dirigida por un iluminado predicador, visita de cuando en cuando a su madre autista y vive con una señora a quien le ha alquilado una habitación. Por supuesto, nada de hombres en su vida – de hecho, es virgen – y mínimas relaciones sociales. Una vida anodina, anónima, sin brillo alguno, magistralmente interpretada por la actriz Roxana Blanco, irreconocible, que hace un trabajo soberbio. Pero un día eso cambia por completo. Pamela empieza a sufrir extrañas visiones que le anuncian un destino distinto. Un cliente misterioso, un símbolo místico que la obsesiona, códigos de barras, sueños extraños… Se diría que Pamela no es capaz de discernir del todo bien entre la realidad y la imaginación, pero ella se convence de que esas señales – algunas dignas de un delirio propio de David Lynch en plena resaca - tienen un origen divino. O algo así.

El caso es que Pamela conoce a un travesti que se convierte en su mejor amiga y que le ayuda a cambiar de vida. Pamela está convencida de que el Salvador va a llegar a través de ella y que debe encontrar un padre para su futuro hijo. Así que cuanto más mística se pone Pamela, más terrenal y normal – dentro de lo que cabe – se vuelve a un tiempo. La película tiene un claro afán de perturbar al espectador y a fe que lo consigue con un bombardeo casi constante de imágenes oníricas y surrealistas que, en mi opinión, no casan del todo bien con la, digámoslo así, vertiente más realista de la historia, que no es sino la transformación, el viaje interior de Pamela, de la que nunca sabes si es que realmente está perturbada – muy bien de la azotea no está, pero como el director juega con la percepción de las cosas, el espectador bien puede razonar que estamos ante toda una mística, ya que no en vano el director se documentó para la película en personajes tipo Santa Teresa de Jesús – o es que está en pleno proceso de autodescubrimiento. O posiblemente ambas cosas. El caso es que más allá de la estupenda interpretación de Roxana Blanco y del excelente travesti de buen corazón que incorpora Nicolás Becerra – mejores piernas que muchas, oiga –, de algún que otro momento de humor afortunado o alguna secuencia particularmente inquietante – el plano de la gente meciéndose en esa Iglesia al ritmo de la hipnótica voz de su predicador es terrorífico – que denuncia lo que está pasando en el Uruguay de hoy en ese terreno, Alma Mater es una película a la que un servidor no consiguió verle el atractivo y en la que nunca pude entrar del todo. Puede que Álvaro Buela tenga razón en que haya tratado de hacer una película que no genera comentarios directos y que cada espectador ha de hacer su proceso interno posterior respecto a ella. Pero en honor a la verdad he de decir que los comentarios que yo escuché de la prensa a la salida de la sala eran bastante directos. Y algunos irreproducibles.

Hay pocas cosas que consigan cabrearme más en un cine que una película que me está interesando, que me parece bien hecha, que consigue captar mi atención por completo y que tiene trazas de convertirse en una obra grande se venga estrepitosamente abajo en el tramo final por un guión desastroso que es capaz de cargarse de un plumazo toda la credibilidad que trabajosamente se ha venido construyendo a lo largo de la primera hora de película. Al final hace que tengas un pésimo concepto de una película que, fríamente considerada, posiblemente sea mucho más estimable que lo que tu calentón final te haya hecho pensar sobre ella. Ya se sabe: los mayores odios surgen de los más pasionales amores. Pues eso exactamente es lo que me pasó con la producción mejicana Conejo en la Luna, un thriller político valiente y bien construido que me tuvo pegado literalmente al asiento durante la primera hora de metraje y me desesperó por completo en su parte final. Conejo en la Luna es una película que, como Traffic o más recientemente El Fuego de la Venganza, denuncia la corrupción generalizada que pese a los cambios prometidos por el gobierno de Fox sigue instalada en todo tipo de órganos de poder del país mejicano. La diferencia es que ahora, en lugar de ser Hollywood quien se inventa un México más o menos artificial, es un director mexicano el que, con dos cojones y un palito, lo hace a las claras, sin dar ningún tipo de nombres – faltaría más – pero dejando claro que su película de ficción se inspira claramente en una realidad de la que todo el mundo es más que consciente pero que nadie admite abiertamente. Y es que México sigue siendo un país en el que conceptos como el Estado de Derecho o la Justicia siguen estando en entredicho.

Conejo en La Luna cuenta la historia de una pareja formada por Antonio, un diseñador gráfico mexicano y Julie, una inglesa casada con él, que tienen una hijita de cuatro meses y compran un terreno que parece ser una gran oportunidad para construirse la casa con la que han soñado. Pero el tipo que les ha vendido dicho terreno está metido de lleno en una conspiración política al más alto nivel que acaba con la vida de un poderoso político. El nombre de Antonio sale a relucir como posible cerebro del atentado y éste, sabiendo como se las gasta en su país la policía judicial, huye de México en dirección a Londres bajo una identidad falsa que le proporciona un amigo. Pero su esposa y su bebé quedan atrás y son retenidos de manera ilegal en una cárcel clandestina. Son rehenes, peones en un juego mucho más importante que ellos, atrapados en una tela de araña creada desde los más altos cargos del Ministerio del interior para enmascaras una muy lucrativa operación de blanqueo de dinero. La película se divide a partir de ese momento entre la angustia de Antonio atrapado en Londres y el sufrimiento de esa esposa encerrada y torturada de forma despiadada por sus captores, que no dudan en amenazar su vida y la del bebé para conseguir su cooperación, al mismo tiempo que asistimos a las evoluciones del policía corrupto encargado del caso, el subcomisario Ramirez en sus intentos de atar los múltiples cabos sueltos.

Durante algo más de una hora, la película funciona de maravilla en todos los sentidos: un guión valiente y bien engarzado, unos actores convincentes – especial mención a Bruno Bilchir en el papel de Antonio y Jesús Ochoa, todo un doble mejicano del actor español Paco Maestre, que lo hace de maravilla en el papel de Ramírez – y una dirección trepidante que atrapa al espectador sin mayores armas que una muy sólida estructura narrativa y un argumento lleno de interés con personajes cuyo destino te importa, de la misma forma que lo hacían aquellos thrillers políticos que Sydney Pollack y compañía dirigían en el cine norteamericano de los 70 y que hoy en día parecen imposibles de recuperar. El realizador Jorge Ramirez Suarez (ojo a este nombre, que ya tiene dos proyectos para realizar en Hollywood y el primero de ellos, llamado The Line, abordará el tema de la inmigración ilegal de Mexico a USA desde las perspectivas de los dos países) dice que su película no es una obra de denuncia (“Eso lo hace Michael Moore en Fahrenheit 9/11 y no Conejo en la Luna”) pero su terrible visión sobre las autoridades de su país no puede ser más contundente – aunque, como suele decirse, con el rollo sexual de algunos de sus personajes y el nivel político de algunos de los implicados “se pasa tres pueblos” – y buena prueba de ello es que, si bien la película no ha sufrido intentos de censura en Mexico – el gobierno parece haber aprendido de pasados errores cometidos con La Ley de Herodes o El Crimen del Padre Amaro – el director fue algo así como llamado a capitulo una semana antes del estreno del filme en su país, para que dejara claro que esa es su película de ficción y que ni el Ministro del interior ni el Embajador mexicano en Londres andan por ahí ordenando secuestrar ilegalmente ni asesinar a la gente, ni se dedican a blanquear dinero alegremente. Con todo, es una verdadera lástima que a partir de un momento puntual de la película, haya en opinión del que escribe estas líneas un par de situaciones literalmente increíbles – es decir, imposibles de aceptar según el comportamiento de los personajes implicados y las situaciones descritas hasta ese momento – que se cargan la credibilidad de la película por completo, de un modo que resulta hasta doloroso. Es una de esas obras de las que sales pensando “Pero ¿por qué? ¿Por qué esto?”.
Con todo, hay que decir que Conejo en la Luna es una película interesante no solo porque, prácticamente por vez primera en la historia de la cinematografía de aquel país, la corrupción se afronta desde una perspectiva seria y generalizada, y no banalizada en forma de comedias o ridiculizada con el policía de a pie en busca de su mordida. Y eso ha debido levantar algunas ampollas en ese país, cuya imagen contrapuesta a la de Inglaterra en la película – dejemos aparte el papel que juegan los bancos europeos en los procesos de blanqueo de dinero, tema que también se aborda de frente en el filme – deja a México en una posición bastante lamentable. Y sí, habrá quien diga que es ficción y que está exagerado, etc… Pero luego uno agarra un periódico y se entera de que los hijos de la actual mujer de Fox se han hecho en apenas unos años de una considerable fortuna o de los tejemanejes de los miembros de la familia Salinas de Gortari y se pregunta si la película no se habrá quedado corta.

Para terminar la tarde, me aventuré en la sección paralela con una interesante película argentina, Los Suicidas, segunda película del crítico cinematográfico de la revista de cine El Amante Juan Villegas. Los Suicidas cuenta la historia de Daniel (Daniel Hendler, el protagonista de Esperando el Mesías o El Abrazo Partido) un periodista un tanto apático, encerrado en sí mismo y obsesionado con el tema del suicidio desde que su padre se quitó la vida a la edad que él está ahora a punto de cumplir, treinta años. En su periódico le encargan que se ocupe de una investigación a partir de la foto de un muerto, quizás un presunto suicida, del que no tienen más datos que la foto. Le asignan como fotógrafa a Marcela (fascinante Leonora Balcarce) una joven esquiva, muy reservada y poco simpática con la que no se lleva demasiado bien. La colaboración profesional entre ambos va dando lugar a un lento pero seguro proceso de fascinación mutua y Daniel, que siempre ha tenido muchos problemas para comprometerse en sus relaciones – sobre todo porque las mujeres tienen esa molesta tendencia a enamorarse de él y reclamarle en consecuencia -, comienza a descubrirse muy atraído por esa mujer callada que no le cuestiona y que parece aceptarle tal cual es. Los Suicidas es una película decididamente fría. Tanto que los ramalazos de emoción que raramente surgen de la pantalla destacan mucho en medio de ese ambiente de sentimientos congelados voluntariamente por sus personajes. Es una película de desarrollo lento, mortecino, que trata así de reflejar – y lo consigue – el aislamiento emocional de la pareja protagonista, aun a costa de correr el riesgo de dejar igualmente helados en el proceso a los espectadores. Desde ese punto de vista podría decirse que es una producción argentina muy atípica, más cercana a los universos cerrados y casi silenciosos que a veces se dan en el cine europeo que al habitual despliegue verbal y de sentimientos del que a menudo hacen gala las películas argentinas. A más de uno presente en la sala la película no consiguió interesarle lo más mínimo. No fue mi caso y he de decir que, aun estando en la sección paralela, Los Suicidas me interesó bastante más, pese a su más que previsible desenlace, que muchos de los filmes de la Sección Oficial. Sea porque me pareció un misterio de lo más irresistible el magnético personaje de Leonora Balcarce, sea porque Daniel Hendler está tan bien como acostumbra en un rol algo más hierático de lo que es habitual en él o sea porque el delicado tema planteado por la película me parece algo del todo punto inusual, el caso es que Los Suicidas y su extraña historia de amor surgida a partes iguales del dolor, la soledad y la necesidad consiguió captar mi atención y hacerme pensar que puede que estemos ante un cineasta personal con algunas cosas que decir en el futuro. Quedan dos días de Festival y cuatro películas de Sección Oficial. Seguiremos informando de estas y otras desde una Huelva donde hoy, al fin, luce el sol como se merece. Hasta mañana.

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