SEVILLA, Crónica 3. David Garrido Bazán. Cobertura del festival de cine europeo de Sevilla para La Butaca. Net. Todos Los Derechos Reservados.
Lo bueno que tiene estar en un Festival de cine europeo es que hay días, como el de hoy, que uno tiene la sensación curiosa de estar haciendo un viaje casi físico por Europa, cruzando fronteras de países limítrofes entre sí o uniendo temáticas muy parecidas en obras de autores muy dispares. Veámoslo con un ejemplo: la crónica de la jornada de hoy va a ser como un viaje en cinco etapas. Siéntanse por un instante como un turista accidental y acompáñenme por las tripas de la vieja Europa.
Primera Parada. Austria. Película: Crash Test Dummies. Sección: Oficial.
Una pareja de jóvenes rumanos cruzan la frontera hacia Viena para hacer un trapicheo con el que conseguir un poco de dinero rápido para salir adelante. El problema es que una vez llegados a Viena, las cosas se complican y se ven obligados a permanecer allí por espacio de una semana, sin apenas recursos. Por otro lado tenemos a una pareja de austriacos que comparte piso. Jan, lo más parecido que hay a un protagonista en esta historia de vidas cruzadas, es un hombre tranquilo, sensible, que está intentando superar una reciente ruptura – con la vecina que vive enfrente de su apartamento – y acaba de empezar a trabajar como detective en unos grandes almacenes. Su compañera, Martha, es una colgada adicta a todo tipo de sustancias narcóticas que vive permanentemente ausente del mundo real y que tiene otro trabajo la mar de curioso: prueba las reacciones humanas a choques de coche, como los crash test dummies del título, pero en versión real y algo más controlada. Bueno, pues las vidas de estos cuatro personajes se cruzan una y otra vez – tanto que a veces más que en Viena parece que estamos en un pueblo de 200 personas – a lo largo de los días. La película de Jörg Kalt es una de esas propuestas que uno puede ver con relativo agrado, pero cuya intrascendencia es tan tremenda y su mensaje – de haberlo, que esa es otra – tan nimio, que se olvida un instante después de abandonar la sala. Teóricamente, la película ofrece un constante cambio de ritmo y movimiento, como los violentos acelerones y frenazos que sufren los dummies en sus pruebas, pero la teoría se queda en eso, en teoría, porque en la práctica la verdad es que nada interesa demasiado en esta propuesta blandita que se sitúa en los días previos al paso de la Europa de los 15 a la de los 25. Como mucho, pueden salvarse por los pelos algunas situaciones curiosas que pueden provocar la sonrisa y sus buenas intenciones en cuanto a la integración de distintas culturas y tal, pero todo queda en la simple peripecia de estos cuatro personajes que empiezan casi como acaban sin que su viaje saque de la modorra al espectador.
Segunda Parada. Rumania. Película: La Muerte del Señor Lazarescu. Sección Oficial.
La verdad es que si las cosas en la Rumania actual están tan mal en algunos aspectos como la pintan en esta película. No es de extrañar que los dos jóvenes protagonistas del filme anterior traten de buscarse la vida como pueden trapicheando con coches robados en el país vecino. La Muerte del Señor Lazarescu, flamante nominada a dos premios del Cine Europeo – dirección y guión – tiene en opinión de este cronista, aun siendo una película muy interesante por los motivos que luego comentaré, dos enormes problemas. Uno es su título, que anticipa la resolución de la película. Otro es su duración: 159 minutos. En cuanto al primero, que a priori por si solo no debería ser un problema – ejemplos de películas cuya resolución conocemos de antemano hay a patadas, y no por ello dejan de tener interés – lo que ocurre es que cuando uno ve los cinco primeros minutos de la película y descubre de qué va la propuesta, lo pone en relación con el segundo obstáculo, temiéndose muy mucho lo que viene a continuación. La película, sucintamente, nos narra en tiempo real las tres últimas horas de la vida del señor Lazarescu, un señor viudo de 63 años que vive solo en compañía de sus tres gatos en una casa algo descuidada. Pese a estar operado de úlcera y a la opinión de todo aquel con el que se cruza en estas tres horas, Lazarescu le da con fruición a la botella, por lo que no resulta extraño que empiece a sentirse mal. La primera hora de película se dedica exclusivamente a mostrarnos el lamentable estado en el que vive nuestro protagonista, con sus varices, sus gatos piojosos y sus vecinos, que le prestan cierta ayuda pero que critican su desastrada forma de vida, mientras esperamos a que aparezca una ambulancia. Durante esa primera hora, con una puesta en escena cuanto menos dudosa (¿Qué sentido tiene la cámara al hombro en un plano fijo de cuatro minutos mientras Lazarescu mantiene una conversación telefónica, con la cámara tambaleándose continuamente? ¿No sería mejor usar, al menos en ese plano, un puñetero trípode?) un servidor se aburrió hasta tal punto que sintió la tentación de dejar la sala en varias ocasiones. Es lo que decía antes: esto es tiempo real y ya sé que los síntomas que está empezando a sentir este pobre hombre van a acabar desembocando en una muerte tan penosa como la vida que ha llevado ¿de verdad quería seguir viendo más?
Sin embargo, he de decir que la película mejora un tanto en cuanto nuestro hombre consigue al fin algo de asistencia médica y empieza el verdadero tema de la película, que no es sino una furibunda denuncia de la forma de trabajar de parte de los profesionales de la medicina en Rumania. El señor Lazarescu tiene la mala suerte de que esa noche es sábado y que además ha habido un gran accidente en una autovía cercana cuyos heridos tienen colapsados los servicios de Urgencia. Así que mientras la ambulancia recorre los distintos centros hospitalarios de Bucarest, asistimos entre perplejos y alucinados a la forma en la que el estado del señor Lazarescu va empeorando de forma progresiva según le mandan de un centro a otro. Como si fuera una patata caliente de la que nadie quisiera hacerse cargo en una noche tan complicada como esa, el penoso periplo del señor Lazarescu, solo acompañado por la enfermera de urgencias que le atendió en un primer momento, nos muestra la terrible deshumanización que han alcanzado ciertos médicos, mucho más preocupados de dejar clara la jerarquía que tienen con respecto a las enfermeras y de explotar su pequeña parcela de poder como pueden que de hacer bien su trabajo. Las broncas al paciente por beber y provocar su estado actual, las confusiones en los diagnósticos, a veces incluso contradictorios, la indolencia y falta de profesionalidad de algunos de los médicos, el maltrato generalizado, en fin, provocan un enorme estupor e indignación a la vez que conforman una contundente denuncia de un sistema que no funciona, al menos en algunos casos. Desde ahí, hay que reconocer que la película supera su bache inicial de interés y consigue implicar al espectador de una forma directa y terrible. El problema es que una vez terminada la película, uno no puede sino preguntarse por qué motivo el director Cristi Puiu no nos ha ahorrado la insufrible hora inicial – la película sería igual de contundente sin ella, y el espectador entendería a la perfección su mensaje, ahorrándose el agotamiento con el que llega al final de su visionado, lo que también es algo a tener en cuenta – para centrarse en lo que verdaderamente importa. Aun así, visto como va la Sección Oficial, no sería de extrañar que esta película consiguiese algún premio en el palmarés final, tanto por la falta de obras de gran nivel hasta el momento como por sus propios méritos.
Tercera Parada. Bosnia – Herzegovina. Película: Days and Hours. Sección: Europa, Europa.
La herida más reciente de la vieja Europa sigue sangrante. Todavía estamos en la fase de aceptación de la enormidad de lo ocurrido en la antigua Yugoslavia, lejos del perdón y el olvido. Las consecuencias de aquellos hechos son abordados en esta pequeña gran película que partiendo de una anécdota argumental tan simple como una visita familiar de un sobrino a sus ya viejos tíos, traza de forma tan modesta como efectiva un pequeño análisis de cómo los habitantes de aquella zona, los supervivientes, siguen adelante con sus vidas como buenamente pueden. Fuke llega a la casa de sus tíos Idriz y Sabira para arreglarles una caldera de agua caliente estropeada. Idriz y Sabira perdieron a su único hijo en la guerra y esa pérdida pesa de forma abrumadora en sus vidas, aunque no hablen del tema. Sus silencios, sus gestos, sus miradas, son mucho más expresivos de su dolor que sus palabras. Son gente normal, abocados a haber sobrevivido a su hijo, hecho con el que tratan de convivir día a día. Su nuera volvió a casarse – algo que Idriz ni entendió en su momento ni ha sabido perdonar del todo ahora - y alejó a su nieta de ellos. La llegada de Fuke, un sobrino de edad parecida a la de su hijo perdido con el que le unían no pocas cosas, despierta en ellos viejos recuerdos de forma inevitable. Y Fuke, aunque tiene sus propios problemas de los que ocuparse y sus decisiones que tomar, es consciente, como nosotros, de la situación. Con estos pocos elementos, y a través de conversaciones delante de un café o de un coche estropeado, arreglando un viejo laúd que hace tiempo que no suena o visionando viejas cintas de video familiares, el director Pjer Zalica – un especialista de documentales que hace aquí su segundo largometraje – consigue transmitir todo el duelo de esos supervivientes sin regodearse en el dolor de sus personajes ni optar por la vía tragicómica al estilo Kusturica – aunque no falta algún que otro momento de humor en la película y, por supuesto, la imprescindible música que siempre acompaña a los vitalistas habitantes de aquellas latitudes – sino que encuentra su propia forma de llegar al corazón del espectador de forma tranquila, pero sin pausa. Es cierto que cierta previsibilidad y una resolución algo pastelera juegan en contra del filme, pero la verdad es que esta Kod amidze Idriza – título original de la película – es una obra notable que, una vez más, demuestra que uno de los focos de mayor interés del cine europeo actual se concentra en lo que antes era la antigua Yugoslavia.
Cuarta Parada. Bulgaria. Película: Stolen Eyes. Sección: Eurimages.
La película que representará a Bulgaria en los próximos Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa nos descubre un hecho terrible de la historia de ese país que un servidor desconoció por completo en su momento. En 1985, el gobierno comunista de Todor Zhivkov decidió que ante el cada vez más creciente número de la minoría turca presente en el país y el miedo de que eso llevará a futuras demanda de autonomía o incluso de secesión, era una buena idea ‘bulgarizar’ a dicha minoría. Tal proceso de ‘bulgarización’ consistió en convertir los nombres originales turcos de dicha minoría en nombres y apellidos búlgaros, pasando los nuevos a ser los nombres oficiales de dichas personas. Se prohibió vestir a la manera tradicional turca, la celebración de sus fechas tradicionales, la música de sus instrumentos e incluso hablar en turco. En el colmo de los desatinos, el gobierno ‘deslocalizó’ a los integrantes de dicha minoría cambiando sus lugares de nacimiento por otros a su conveniencia y usando el poder de su burocracia administrativa para reflejar dichos cambios de forma inamovible, causando desmanes tales como eliminar los cementerios turcos, llegando al extremo de borrar los símbolos turcos de las lápidas o, directamente, removiendo dichas lápidas de sus tumbas originales. Todo ello culminó en 1989, unos meses después de la caída del Muro de Berlín, cuando el Gobierno búlgaro llegó a un acuerdo con el turco para abrir las fronteras e invitar a todo aquel ciudadano búlgaro de ascendencia turca que lo desease a abandonar el país, cosa que muchos hicieron.
¿A que la historia tiene una innegable fuerza? Pues bien, el director Radoslav Spassov – como ya le sucediera al griego Vulgaris con Brides – desaprovecha tal caudal de material dramático en función de una forzadísima e incomprensible historia de amor entre un soldado búlgaro integrante de la división especial encargada de dicho proceso y una valiente chica turca que se resiste al mismo, perdiendo a su hija de corta edad en una manifestación de protesta... por culpa de ese mismo soldado. La cosa empeora porque ambos, traumatizados uno por causar la muerte de la niña – manido recurso, ese de la amnesia post-traumática - y otra por haberla perdido, coinciden en el mismo centro psiquiátrico (!) y empiezan a conocerse mejor y a enamorarse (!!). La cosa es un desatino de tales proporciones (además de francamente mal rodado en algunos de sus pasajes) que provoca hasta indignación por lo mucho que se desaprovecha un material desconocido en Occidente con el que podría haberse hecho una película excelente. Ni los esfuerzos interpretativos de una interesante Vessela Kazakova en el papel principal son capaces de sacar del sopor al espectador, que además puede despistarse por el enorme parecido que el protagonista, Valery Jordanov, guarda con el piloto de Fórmula 1 de Ferrari Michael Schumacher. Tanto que, a veces, uno tiene la sensación de que va a montarse en el bólido rojo del ‘Cavalino Rampante’ de un momento a otro. Por cierto, me pregunto que pensaría el director Spassov, presente en la sala y que hizo una breve presentación (que me impidió quedarme a escuchar las preguntas que después le haría el público, porque empezaba mi siguiente película en otra sala) cuando vio la forma en que la copia de su película era proyectada: un auténtico desastre del que nadie parecía hacerse cargo, con la imagen descentrada y continuos cambios de foco en los momentos supuestamente más dramáticos. Todo un poema.
Parada Final. Turquía. Película: Crossing The Bridge. Sección: Eurodoc.
Cruzamos el puente que une Estambul con el viejo Continente, la puerta que separa Asia y Europa, para adentrarnos en un documental surgido al abrigo del éxito de la película de Fatih Akin Contra la Pared, película triunfadora aquí en este Festival el pasado año. La película de Akin gustará más o menos, pero lo que no puede negarse es que su BSO sorprendió de forma muy positiva a casi todo espectador que la vio, especialmente las piezas musicales turcas. Pues bien, Crossing the Bridge es un documental que siguiendo al músico alemán Alexander Hacke en su periplo por Estambul con un estudio de grabación digital, trata de capturar la inmensa diversidad musical que llena ahora las calles de la capital que une dos continentes y que es todo un crisol de culturas musicales en permanente ebullición. Quien se piense que este documental es hora y media de música turca tradicional, que se lo vaya quitando de la cabeza: por Crossing the Bridges pasan músicos tan diversos como la banda de rock psicodélico Baba Zula – a medio camino entre Pink Floyd y el músico Zeki Müren, según confesión propia -, bandas de rock tradicionales como Duman o Replikas, estrellas del hip-hop local como Ceza – que es algo así como el Eminem local, y que rapea a una velocidad de vértigo, como una verdadera ametralladora -; los Istambul Style Breakers, que son los representantes del breakdance turco, el enorme Mercan Dedé y su hermosísima flauta Ney, que mezcla con sonidos digitales y con los bailes tradicionales de los derviches; el clarinetista Selim Sesler y sus músicos gitanos esparcidos a lo largo del país – en este fragmento hay una curiosa teoría sobre el origen del flamenco que, claro, aquí en Sevilla, provocó no poca controversia en la sala-; la curiosa historia de la cantante canadiense folk Brenna Mc Crimmon, que siente tal amor por la música tradicional turca que la ha hecho suya y la canta allá donde va, habiéndose convertido en una estrella ‘adoptada’ en el país; los músicos callejeros (cantautores, percusionistas, etc.) que se ganan la vida en las plazas de Estambul y a los que parece importarle más su libertad para tocar que ganar dinero; la emotiva historia de la cantante Aynur, una mujer kurda que hasta hace bien poco tenía prohibido, como el resto de los miembros de su etnia, hablar y cantar en kurdo o cualquier otra demostración cultural propia – un momento ¿esto no lo habíamos vivido intercambiando los papeles de verdugos y victimas en la película búlgara Stolen Eyes hace un momento? Pues si: fíjense que ironías tiene la vida – hasta que la UE obligó a levantar dicha prohibición, decisión de la que se está beneficiando una sociedad que siempre ha sido multiétnica… y por supuesto, un fin de fiesta con la gran Sezen Aksu, la diosa de la canción tradicional turca.
Se equivoca el que busque en Crossing The Bridge algo más que un ínfimo intento de aproximación a parte de las músicas que invaden Estambul – destinado, obvio es decirlo, a resultar un retrato incompleto, en el que son todos los que están pero ni mucho menos están todos los que son -, o quien critique a la película por no ofrecer un trabajo de dirección con una fotografía menos sucia y directa que realce más la belleza de la ciudad o menudencias como que su guión no ofrezca una columna argumental al filme. Crossing The Bridge no lo necesita: es una experiencia visceral, y ni tan siquiera pretende ser exhaustiva ni agotarte con innumerables números musicales completos. Evidentemente, no tiene una férrea historia detrás como por ejemplo El Milagro de Candeal pero ¿a quien le importa? Lo que pretende es que todos aquellos que desconozcan la música turca hagan su primera aproximación a un universo tan fascinante de la mano de los propios artistas turcos y los que ya conocemos algo el paño, bueno, que disfrutemos de lo poco ya conocido y nos sorprendamos con lo mucho que aun nos falta por conocer. De lo más recomendable.
El turista acaba por hoy en su periplo en el estrecho del Bósforo, con el tiempo justo de echar un vistazo al continente asiático que se extiende ante sus ojos antes de, al compás de una música evocadora y extrañamente cercana, volver sobre sus pasos. Mañana volveremos a viajar por la vieja Europa y a descubrir las maravillas que sus cinematografías nos tienen preparadas. Créanme: durante esta semana el viaje no parece tener fin. Afortunadamente.
Lo bueno que tiene estar en un Festival de cine europeo es que hay días, como el de hoy, que uno tiene la sensación curiosa de estar haciendo un viaje casi físico por Europa, cruzando fronteras de países limítrofes entre sí o uniendo temáticas muy parecidas en obras de autores muy dispares. Veámoslo con un ejemplo: la crónica de la jornada de hoy va a ser como un viaje en cinco etapas. Siéntanse por un instante como un turista accidental y acompáñenme por las tripas de la vieja Europa.
Primera Parada. Austria. Película: Crash Test Dummies. Sección: Oficial.
Una pareja de jóvenes rumanos cruzan la frontera hacia Viena para hacer un trapicheo con el que conseguir un poco de dinero rápido para salir adelante. El problema es que una vez llegados a Viena, las cosas se complican y se ven obligados a permanecer allí por espacio de una semana, sin apenas recursos. Por otro lado tenemos a una pareja de austriacos que comparte piso. Jan, lo más parecido que hay a un protagonista en esta historia de vidas cruzadas, es un hombre tranquilo, sensible, que está intentando superar una reciente ruptura – con la vecina que vive enfrente de su apartamento – y acaba de empezar a trabajar como detective en unos grandes almacenes. Su compañera, Martha, es una colgada adicta a todo tipo de sustancias narcóticas que vive permanentemente ausente del mundo real y que tiene otro trabajo la mar de curioso: prueba las reacciones humanas a choques de coche, como los crash test dummies del título, pero en versión real y algo más controlada. Bueno, pues las vidas de estos cuatro personajes se cruzan una y otra vez – tanto que a veces más que en Viena parece que estamos en un pueblo de 200 personas – a lo largo de los días. La película de Jörg Kalt es una de esas propuestas que uno puede ver con relativo agrado, pero cuya intrascendencia es tan tremenda y su mensaje – de haberlo, que esa es otra – tan nimio, que se olvida un instante después de abandonar la sala. Teóricamente, la película ofrece un constante cambio de ritmo y movimiento, como los violentos acelerones y frenazos que sufren los dummies en sus pruebas, pero la teoría se queda en eso, en teoría, porque en la práctica la verdad es que nada interesa demasiado en esta propuesta blandita que se sitúa en los días previos al paso de la Europa de los 15 a la de los 25. Como mucho, pueden salvarse por los pelos algunas situaciones curiosas que pueden provocar la sonrisa y sus buenas intenciones en cuanto a la integración de distintas culturas y tal, pero todo queda en la simple peripecia de estos cuatro personajes que empiezan casi como acaban sin que su viaje saque de la modorra al espectador.
Segunda Parada. Rumania. Película: La Muerte del Señor Lazarescu. Sección Oficial.
La verdad es que si las cosas en la Rumania actual están tan mal en algunos aspectos como la pintan en esta película. No es de extrañar que los dos jóvenes protagonistas del filme anterior traten de buscarse la vida como pueden trapicheando con coches robados en el país vecino. La Muerte del Señor Lazarescu, flamante nominada a dos premios del Cine Europeo – dirección y guión – tiene en opinión de este cronista, aun siendo una película muy interesante por los motivos que luego comentaré, dos enormes problemas. Uno es su título, que anticipa la resolución de la película. Otro es su duración: 159 minutos. En cuanto al primero, que a priori por si solo no debería ser un problema – ejemplos de películas cuya resolución conocemos de antemano hay a patadas, y no por ello dejan de tener interés – lo que ocurre es que cuando uno ve los cinco primeros minutos de la película y descubre de qué va la propuesta, lo pone en relación con el segundo obstáculo, temiéndose muy mucho lo que viene a continuación. La película, sucintamente, nos narra en tiempo real las tres últimas horas de la vida del señor Lazarescu, un señor viudo de 63 años que vive solo en compañía de sus tres gatos en una casa algo descuidada. Pese a estar operado de úlcera y a la opinión de todo aquel con el que se cruza en estas tres horas, Lazarescu le da con fruición a la botella, por lo que no resulta extraño que empiece a sentirse mal. La primera hora de película se dedica exclusivamente a mostrarnos el lamentable estado en el que vive nuestro protagonista, con sus varices, sus gatos piojosos y sus vecinos, que le prestan cierta ayuda pero que critican su desastrada forma de vida, mientras esperamos a que aparezca una ambulancia. Durante esa primera hora, con una puesta en escena cuanto menos dudosa (¿Qué sentido tiene la cámara al hombro en un plano fijo de cuatro minutos mientras Lazarescu mantiene una conversación telefónica, con la cámara tambaleándose continuamente? ¿No sería mejor usar, al menos en ese plano, un puñetero trípode?) un servidor se aburrió hasta tal punto que sintió la tentación de dejar la sala en varias ocasiones. Es lo que decía antes: esto es tiempo real y ya sé que los síntomas que está empezando a sentir este pobre hombre van a acabar desembocando en una muerte tan penosa como la vida que ha llevado ¿de verdad quería seguir viendo más?
Sin embargo, he de decir que la película mejora un tanto en cuanto nuestro hombre consigue al fin algo de asistencia médica y empieza el verdadero tema de la película, que no es sino una furibunda denuncia de la forma de trabajar de parte de los profesionales de la medicina en Rumania. El señor Lazarescu tiene la mala suerte de que esa noche es sábado y que además ha habido un gran accidente en una autovía cercana cuyos heridos tienen colapsados los servicios de Urgencia. Así que mientras la ambulancia recorre los distintos centros hospitalarios de Bucarest, asistimos entre perplejos y alucinados a la forma en la que el estado del señor Lazarescu va empeorando de forma progresiva según le mandan de un centro a otro. Como si fuera una patata caliente de la que nadie quisiera hacerse cargo en una noche tan complicada como esa, el penoso periplo del señor Lazarescu, solo acompañado por la enfermera de urgencias que le atendió en un primer momento, nos muestra la terrible deshumanización que han alcanzado ciertos médicos, mucho más preocupados de dejar clara la jerarquía que tienen con respecto a las enfermeras y de explotar su pequeña parcela de poder como pueden que de hacer bien su trabajo. Las broncas al paciente por beber y provocar su estado actual, las confusiones en los diagnósticos, a veces incluso contradictorios, la indolencia y falta de profesionalidad de algunos de los médicos, el maltrato generalizado, en fin, provocan un enorme estupor e indignación a la vez que conforman una contundente denuncia de un sistema que no funciona, al menos en algunos casos. Desde ahí, hay que reconocer que la película supera su bache inicial de interés y consigue implicar al espectador de una forma directa y terrible. El problema es que una vez terminada la película, uno no puede sino preguntarse por qué motivo el director Cristi Puiu no nos ha ahorrado la insufrible hora inicial – la película sería igual de contundente sin ella, y el espectador entendería a la perfección su mensaje, ahorrándose el agotamiento con el que llega al final de su visionado, lo que también es algo a tener en cuenta – para centrarse en lo que verdaderamente importa. Aun así, visto como va la Sección Oficial, no sería de extrañar que esta película consiguiese algún premio en el palmarés final, tanto por la falta de obras de gran nivel hasta el momento como por sus propios méritos.
Tercera Parada. Bosnia – Herzegovina. Película: Days and Hours. Sección: Europa, Europa.
La herida más reciente de la vieja Europa sigue sangrante. Todavía estamos en la fase de aceptación de la enormidad de lo ocurrido en la antigua Yugoslavia, lejos del perdón y el olvido. Las consecuencias de aquellos hechos son abordados en esta pequeña gran película que partiendo de una anécdota argumental tan simple como una visita familiar de un sobrino a sus ya viejos tíos, traza de forma tan modesta como efectiva un pequeño análisis de cómo los habitantes de aquella zona, los supervivientes, siguen adelante con sus vidas como buenamente pueden. Fuke llega a la casa de sus tíos Idriz y Sabira para arreglarles una caldera de agua caliente estropeada. Idriz y Sabira perdieron a su único hijo en la guerra y esa pérdida pesa de forma abrumadora en sus vidas, aunque no hablen del tema. Sus silencios, sus gestos, sus miradas, son mucho más expresivos de su dolor que sus palabras. Son gente normal, abocados a haber sobrevivido a su hijo, hecho con el que tratan de convivir día a día. Su nuera volvió a casarse – algo que Idriz ni entendió en su momento ni ha sabido perdonar del todo ahora - y alejó a su nieta de ellos. La llegada de Fuke, un sobrino de edad parecida a la de su hijo perdido con el que le unían no pocas cosas, despierta en ellos viejos recuerdos de forma inevitable. Y Fuke, aunque tiene sus propios problemas de los que ocuparse y sus decisiones que tomar, es consciente, como nosotros, de la situación. Con estos pocos elementos, y a través de conversaciones delante de un café o de un coche estropeado, arreglando un viejo laúd que hace tiempo que no suena o visionando viejas cintas de video familiares, el director Pjer Zalica – un especialista de documentales que hace aquí su segundo largometraje – consigue transmitir todo el duelo de esos supervivientes sin regodearse en el dolor de sus personajes ni optar por la vía tragicómica al estilo Kusturica – aunque no falta algún que otro momento de humor en la película y, por supuesto, la imprescindible música que siempre acompaña a los vitalistas habitantes de aquellas latitudes – sino que encuentra su propia forma de llegar al corazón del espectador de forma tranquila, pero sin pausa. Es cierto que cierta previsibilidad y una resolución algo pastelera juegan en contra del filme, pero la verdad es que esta Kod amidze Idriza – título original de la película – es una obra notable que, una vez más, demuestra que uno de los focos de mayor interés del cine europeo actual se concentra en lo que antes era la antigua Yugoslavia.
Cuarta Parada. Bulgaria. Película: Stolen Eyes. Sección: Eurimages.
La película que representará a Bulgaria en los próximos Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa nos descubre un hecho terrible de la historia de ese país que un servidor desconoció por completo en su momento. En 1985, el gobierno comunista de Todor Zhivkov decidió que ante el cada vez más creciente número de la minoría turca presente en el país y el miedo de que eso llevará a futuras demanda de autonomía o incluso de secesión, era una buena idea ‘bulgarizar’ a dicha minoría. Tal proceso de ‘bulgarización’ consistió en convertir los nombres originales turcos de dicha minoría en nombres y apellidos búlgaros, pasando los nuevos a ser los nombres oficiales de dichas personas. Se prohibió vestir a la manera tradicional turca, la celebración de sus fechas tradicionales, la música de sus instrumentos e incluso hablar en turco. En el colmo de los desatinos, el gobierno ‘deslocalizó’ a los integrantes de dicha minoría cambiando sus lugares de nacimiento por otros a su conveniencia y usando el poder de su burocracia administrativa para reflejar dichos cambios de forma inamovible, causando desmanes tales como eliminar los cementerios turcos, llegando al extremo de borrar los símbolos turcos de las lápidas o, directamente, removiendo dichas lápidas de sus tumbas originales. Todo ello culminó en 1989, unos meses después de la caída del Muro de Berlín, cuando el Gobierno búlgaro llegó a un acuerdo con el turco para abrir las fronteras e invitar a todo aquel ciudadano búlgaro de ascendencia turca que lo desease a abandonar el país, cosa que muchos hicieron.
¿A que la historia tiene una innegable fuerza? Pues bien, el director Radoslav Spassov – como ya le sucediera al griego Vulgaris con Brides – desaprovecha tal caudal de material dramático en función de una forzadísima e incomprensible historia de amor entre un soldado búlgaro integrante de la división especial encargada de dicho proceso y una valiente chica turca que se resiste al mismo, perdiendo a su hija de corta edad en una manifestación de protesta... por culpa de ese mismo soldado. La cosa empeora porque ambos, traumatizados uno por causar la muerte de la niña – manido recurso, ese de la amnesia post-traumática - y otra por haberla perdido, coinciden en el mismo centro psiquiátrico (!) y empiezan a conocerse mejor y a enamorarse (!!). La cosa es un desatino de tales proporciones (además de francamente mal rodado en algunos de sus pasajes) que provoca hasta indignación por lo mucho que se desaprovecha un material desconocido en Occidente con el que podría haberse hecho una película excelente. Ni los esfuerzos interpretativos de una interesante Vessela Kazakova en el papel principal son capaces de sacar del sopor al espectador, que además puede despistarse por el enorme parecido que el protagonista, Valery Jordanov, guarda con el piloto de Fórmula 1 de Ferrari Michael Schumacher. Tanto que, a veces, uno tiene la sensación de que va a montarse en el bólido rojo del ‘Cavalino Rampante’ de un momento a otro. Por cierto, me pregunto que pensaría el director Spassov, presente en la sala y que hizo una breve presentación (que me impidió quedarme a escuchar las preguntas que después le haría el público, porque empezaba mi siguiente película en otra sala) cuando vio la forma en que la copia de su película era proyectada: un auténtico desastre del que nadie parecía hacerse cargo, con la imagen descentrada y continuos cambios de foco en los momentos supuestamente más dramáticos. Todo un poema.
Parada Final. Turquía. Película: Crossing The Bridge. Sección: Eurodoc.
Cruzamos el puente que une Estambul con el viejo Continente, la puerta que separa Asia y Europa, para adentrarnos en un documental surgido al abrigo del éxito de la película de Fatih Akin Contra la Pared, película triunfadora aquí en este Festival el pasado año. La película de Akin gustará más o menos, pero lo que no puede negarse es que su BSO sorprendió de forma muy positiva a casi todo espectador que la vio, especialmente las piezas musicales turcas. Pues bien, Crossing the Bridge es un documental que siguiendo al músico alemán Alexander Hacke en su periplo por Estambul con un estudio de grabación digital, trata de capturar la inmensa diversidad musical que llena ahora las calles de la capital que une dos continentes y que es todo un crisol de culturas musicales en permanente ebullición. Quien se piense que este documental es hora y media de música turca tradicional, que se lo vaya quitando de la cabeza: por Crossing the Bridges pasan músicos tan diversos como la banda de rock psicodélico Baba Zula – a medio camino entre Pink Floyd y el músico Zeki Müren, según confesión propia -, bandas de rock tradicionales como Duman o Replikas, estrellas del hip-hop local como Ceza – que es algo así como el Eminem local, y que rapea a una velocidad de vértigo, como una verdadera ametralladora -; los Istambul Style Breakers, que son los representantes del breakdance turco, el enorme Mercan Dedé y su hermosísima flauta Ney, que mezcla con sonidos digitales y con los bailes tradicionales de los derviches; el clarinetista Selim Sesler y sus músicos gitanos esparcidos a lo largo del país – en este fragmento hay una curiosa teoría sobre el origen del flamenco que, claro, aquí en Sevilla, provocó no poca controversia en la sala-; la curiosa historia de la cantante canadiense folk Brenna Mc Crimmon, que siente tal amor por la música tradicional turca que la ha hecho suya y la canta allá donde va, habiéndose convertido en una estrella ‘adoptada’ en el país; los músicos callejeros (cantautores, percusionistas, etc.) que se ganan la vida en las plazas de Estambul y a los que parece importarle más su libertad para tocar que ganar dinero; la emotiva historia de la cantante Aynur, una mujer kurda que hasta hace bien poco tenía prohibido, como el resto de los miembros de su etnia, hablar y cantar en kurdo o cualquier otra demostración cultural propia – un momento ¿esto no lo habíamos vivido intercambiando los papeles de verdugos y victimas en la película búlgara Stolen Eyes hace un momento? Pues si: fíjense que ironías tiene la vida – hasta que la UE obligó a levantar dicha prohibición, decisión de la que se está beneficiando una sociedad que siempre ha sido multiétnica… y por supuesto, un fin de fiesta con la gran Sezen Aksu, la diosa de la canción tradicional turca.
Se equivoca el que busque en Crossing The Bridge algo más que un ínfimo intento de aproximación a parte de las músicas que invaden Estambul – destinado, obvio es decirlo, a resultar un retrato incompleto, en el que son todos los que están pero ni mucho menos están todos los que son -, o quien critique a la película por no ofrecer un trabajo de dirección con una fotografía menos sucia y directa que realce más la belleza de la ciudad o menudencias como que su guión no ofrezca una columna argumental al filme. Crossing The Bridge no lo necesita: es una experiencia visceral, y ni tan siquiera pretende ser exhaustiva ni agotarte con innumerables números musicales completos. Evidentemente, no tiene una férrea historia detrás como por ejemplo El Milagro de Candeal pero ¿a quien le importa? Lo que pretende es que todos aquellos que desconozcan la música turca hagan su primera aproximación a un universo tan fascinante de la mano de los propios artistas turcos y los que ya conocemos algo el paño, bueno, que disfrutemos de lo poco ya conocido y nos sorprendamos con lo mucho que aun nos falta por conocer. De lo más recomendable.
El turista acaba por hoy en su periplo en el estrecho del Bósforo, con el tiempo justo de echar un vistazo al continente asiático que se extiende ante sus ojos antes de, al compás de una música evocadora y extrañamente cercana, volver sobre sus pasos. Mañana volveremos a viajar por la vieja Europa y a descubrir las maravillas que sus cinematografías nos tienen preparadas. Créanme: durante esta semana el viaje no parece tener fin. Afortunadamente.
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