lunes, octubre 10, 2005

DIANE LANE, esa espléndida madurez...

La semana pasada me dejé caer una tarde desocupada por el cine para ver “…Y que le gusten los Perros” una comedia romántica que reconozco abiertamente que si no hubiera estado protagonizada por el objeto de estas líneas no me hubiera dignado siquiera a considerar. La película es tan previsible como cabría esperar: una mujer madura abandonada por su marido por un modelo más joven busca rehacer su vida sentimental por la insistencia de unos pesados familiares bienintencionados y acaba explorando las posibilidades que ofrece hoy en día Internet en tales menesteres, dando con otro tipo pelín excéntrico (John Cusack, menos afortunado que en Serendipity, que interpreta a un constructor de barcos tan romántico que es capaz de pasarse las horas muertas viendo Dr. Zhivago una y otra vez, en un curioso ejercicio de morbosa autocomplacencia cinéfila), también en pleno proceso de superación de un divorcio, tipo con el que, pese a la presencia de un atractivo tercero (el habitual en este tipo de papeles Dermot Mulroney, tan insulso como siempre), acabará la estupenda Diane Lane partiendo peras.
Mi devoción por esta señora nace de lejos. En realidad, nace incluso de antes de que yo supiera que existía una actriz llamada Diane Lane. A mediados de los 80 vi una películita llamada Un Romance Nada Pequeño en la que un quinceañero francés que se encerraba en un cine de París acababa conociendo a una joven americana con la que se escapaba hacia Venecia, con el sano y cinéfilo fin de besarse bajo el Puente de los Suspiros, empeño en el que le ayudaba un encantador anciano llamado Lawrence Olivier. Me quedé prendado al instante: que una belleza como aquella chica pudiera estar interesado en un tipo obsesionado por el cine sin mayor atractivo aparente era, a mis escasos dieciséis años, una promesa irresistible de esperanza. Luego vinieron Rebeldes y La Ley de la Calle, donde esta mujer de hermosa sonrisa e innegable clase se dejaba tentar por especimenes tan macarras como Matt Dillon, aunque el colmo de esta época de parejas un tanto gañanes sería el chulo de Michael Paré en Calles de Fuego. La cosa ya no pintaba tan bonita, pero Diane Lane seguía siendo una presencia de lo más embriagadora. Tanto que cuando conquistó a Richard Gere, con el que compartió una química de lo más especial en Cotton Club a nadie le llamó especialmente la atención.

Después, misteriosamente, desapareció durante casi una década. Tomó decisiones extrañas y aceptó aparecer en películas que no hacían justicia casi nunca a su talento, como las muy horrendas Jaque al Asesino o Juez Dredd. Solo su interpretación de Paulette Godard en Chaplin la sacó un poco de la mediocridad e hizo que todos nos preguntáramos como podía preferir Robert Downey Jr. (es decir, Chaplin) la sala de montaje de sus películas a pasar mas tiempo con aquella criatura maravillosa que por entonces era su esposa y que se cansó de esperarle eternamente. En su ayuda en este largo período en el limbo acudió de nuevo Francis Ford Coppola, quien le dio el papel de la madre de Robin Williams en Jack, donde pudimos comprobar que los años, como a los buenos vinos la trataban cada vez mejor. Pero no fue suficiente. En 1999 hizo una película para televisión que no vio casi nadie (un servidor la descubrió por casualidad hace unos meses en Canal Plus) llamada La Tentación, donde una aburrida ama de casa de camping y casada con un insulso Liev Schreiber vivía una tórrida aventura con una especie de hippy encarnado por el fornido Viggo Mortensen que no solo se la llevaba a Woodstock, sino que aprovechaba para meterle mano en una antológica escena mientras ambos veían en un pequeño televisor la llegada del hombre a la Luna. Digamos que fue una especie de ensayo general para su gran regreso del 2002.

Porque fue entonces cuando Adrian Lyne decidió que protagonizara Infiel, película de temática similar en la que Diane Lane, a sus esplendidos 37 años, llena de un encanto y una clase que ya le gustaría tener a muchas jóvenes actrices advenedizas de hoy en día, clavaba su papel de esposa que le ponía los cuernos a Richard Gere con es muy estúpido pero atractivo francés que hacía Olivier Martinez. Solo la antológica escena en la que, tras su primer encuentro con éste último, ella rememora en el tren de vuelta a casa las sensaciones vividas apenas unas horas antes, con esos flashbacks en los que se la ve temblando de la cabeza a los pies mientras es desnudada por su amante, le valió a Diane Lane una merecidísima nominación al Oscar a la Mejor Actriz que la volvió a poner en un lugar del que nunca debió salir. Atrás quedaban sus papeles de pérfida villana en La Casa de Cristal, sufrida novia en La Tormenta Perfecta o tonterías tipo Mi Perro Skip o Hardball que conformaban su filmografía en este siglo. Pero desde esa gran reaparición la hermosa Lane se lo ha tomado con calma. Encarnó a una mujer abandonada por su marido que rehace su vida en Italia en Bajo el Sol de la Toscaza y ha insistido con el rol en esta …Y que le Gusten los Perros. Pero es inútil: jamás conseguirá convencerme de hay hombres en su sano juicio capaces de abandonar a una mujer tan espléndida como ésta que luce su madurez con tanto orgullo como clase y que sigue embelleciendo las pantallas con esa luz propia tan particular, brillando incluso en películas tan anodinas, previsibles y repletas de tópicos como estas dos últimas. Porque Diane Lane es una de esas actrices cuya presencia dignifica casi cualquier película.

"He hecho tantas escenas de cama que mi maquilladora me regaló una camiseta que ponía: 'Soy una actriz porno'" Declaraciones recogidas en Imagenes de Actualidad, Agosto 2005

1 comentario:

Su dijo...

Muy bueno tu blog. Creo que te vincularé muy pronto...