- Bueno, contestando a tu pregunta, te diré que el trabajo con Valeria fue estupendo. Me fui a Buenos Aires unos meses antes para trabajar bien el acento y… - Ingrid Rubio siguió hablando un rato, mirandome directamente a los ojos mientras respondía a la pregunta que acababa de hacerle en la rueda de prensa de Hermanas, la primera película de la mañana y un servidor asentía con la cabeza y tomaba buena nota de su respuestas… pero la verdad es que por dentro me parecía al personaje que hizo Michael Caine en otra peli de relaciones fraternales, Hannah y sus Hermanas, cuando miraba embobado a Barbara Hershey mientras se decía mentalmente “Dios Mío, que guapa es…” La verdad es que me estaba costando lo mío concentrarme y eso a pesar de que, perdidas de oremus aparte, me interesaba mucho lo que Julia Solomonoff y una de sus dos actrices protagonistas tenían que contar acerca de la película que acababa de ver.
Porque lo cierto es que Hermanas era una película que me había interesado bastante, pese a que antes de la proyección flotaba en el aire una sensación de “Vaya, otra película argentina sobre el tema de los desaparecidos…”, sensación que el inteligente enfoque que Julia Solomonoff se encargó de disipar. Hermanas cuenta una historia de reunión familiar que lleva a desenterrar, como suele ser habitual en estos casos, unos cuantos secretos inconfesables del pasado. Ocho años han pasado desde la última vez que Natalia y Elena se encontraron. Son dos hermanas de caracteres sumamente opuestos: Natalia sufrió la represión de la dictadura y vive desde entonces exiliada en España, arrastrando una dolorosa herida que no consigue cerrar del todo ya que aun tiene pendiente de resolver algunas incógnitas. Elena, en cambio, vive con su marido y su hijo en Texas, y su actitud es la del olvido. Quiere poner en pie una nueva vida lejos de su país y piensa que la mejor forma de hacerlo es enterrar el pasado y mirar hacia delante. En su pasado también hay heridas, pero ella las lleva ocultas bajo la superficie. La llegada de Natalia, una mujer que ni quiere ni puede olvidar el pasado, despierta todos esos fantasmas y obliga a ambas a hacer frente al tipo de relación que tienen. Julia Solomonoff plantea en paralelo, saltando de los hechos del pasado al presente, las peripecias vitales de esas dos hermanas tan distintas y sin embargo, tan compenetradas y, lo que resulta mucho más interesante, se olvida de posturas maniqueas y tiene muy en cuenta el punto de vista de sus dos protagonistas, equilibrando ambas posturas y ofreciendo las suficientes razones como para que podamos entender sus motivaciones tanto entonces como ahora.
La película se beneficia además de una esplendida interpretación tanto de Ingrid Rubio como, sobre todo, de una Valeria Bertuccelli (la vimos en Luna de Avellaneda) que hace una composición magnífica, contenida, de esa mujer desbordada que es incapaz de hacer frente a todo lo que se despierta en su interior con la llegada de Natalia. Julia Solomonoff ajusta cuentas con un pasado que en realidad, no vivió por razón de su edad de una forma directa, pero que la gente de su generación y más jóvenes viven como una pesada losa. La película jamás se plantea en términos revanchistas – más bien al contrario, su visión resulta hasta esperanzada en cierto modo, abriendo la puerta a una suerte de reconciliación dentro del drama familiar que viven esas dos mujeres – pero si enarbola bien alto una bandera contra el silencio que algunos pretenden imponer sobre ciertos hechos aun demasiado recientes.
A esta más que correcta película le perjudica, eso si, una realización quizás demasiado funcional y plana, el engorroso recuerdo de otras obras de mucha mayor enjundia que ya han tratado el tema y que su intento bienintencionado de enganchar la atención del espectador con recursos propios del suspense sobre quien es el responsable del hecho clave que cambió para siempre la vida de ambas no funciona por la sencilla razón que cualquiera es capaz de anticipar con mucha antelación la resolución de ese enigma… bueno y también que en contraposición al espléndido trabajo con el acento que lleva a cabo Ingrid Rubio, indistinguible de cualquier otro miembro del reparto en este campo, Eusebio Poncela está francamente desacertado, quizás porque tampoco el rol que le toca en suerte en este filme se acerca a sus registros más habituales. Pero más allá de estas consideraciones, hay que reconocer que Hermanas es un filme que se ve con cierto agrado tanto por la temática que trata como por la forma en la que un ajustado reparto defiende a sus personajes desde un guión que sugiere preguntas mucho más que emite juicios morales, lo que sin duda es una decisión acertada.
El plato fuerte el día – y hasta ahora, de lejos, de lo que llevamos de Sección Oficial a Concurso – vino de la mano del terrible Michael Hanecke, un director empeñado en sacudir a modo nuestras conciencias que ha presentado en la Seminci una película angustiosa en la que se da un buen repaso a los temas de la culpabilidad y la mala conciencia que se haya mucho más presente de lo que pensamos en nuestras vidas cotidianas. Caché (Escondido) empieza como un thriller inquietante: un crítico literario famoso que tiene un programa de televisión, casado con una editora y con un hijo adolescente, empieza a recibir en su casa una serie de vídeos que muestran, en plano fijo, la entrada de su casa. Las grabaciones vienen envueltas en unos dibujos simples pero un tanto siniestros a los que ni el personaje de Daniel Auteil ni su mujer, Juliette Binoche, saben darle explicación. Poco a poco, el contenido de los vídeos se hace más personal y muestra detalles que indican que quienquiera que sea el que está detrás de las grabaciones, está relacionado con el pasado de ese periodista. Recurrir a la policía no sirve de nada – no hay ninguna amenaza explícita – y la inquietud va creciendo de forma imparable, resquebrajando la seguridad, tan solo aparente, que esa familia de burgueses acomodados disfruta.
Hanecke explora a través de esta peripecia el sentimiento de culpa, un sentimiento fuertemente enraizado en un pasado que el personaje magníficamente interpretado por Daniel Auteil ha tratado de olvidar. Pero no se detiene ahí, ni mucho menos: la película también analiza la forma en la que nos enfrentamos a una amenaza, las desigualdades sociales, la enorme fragilidad de una institución familiar basada en una seguridad tan solo aparente y, por supuesto, uno de los temas más queridos por Hanecke, como es la manera en la que el cine o cualquier otro medio audiovisual manipula la realidad y la deforma hasta límites insospechados. El trabajo de dirección de Hanecke es impresionante: juega con nuestras percepciones de forma constante (hay veces en las que uno no sabe si está asistiendo a la visión subjetiva del hombre que graba los vídeos o estamos contemplando uno de esos vídeos en compañía de Auteil y Binoche) y, consciente de nuestro voyeurismo, lo explota al máximo implicándonos en una peripecia fascinante que padecemos al lado de ese periodista desbordado por los acontecimientos, un tipo que es víctima de una violencia para nada física de la que, de forma progresiva, cada vez tenemos una mayor certeza que ha ayudado a crear.
Por si todo esto fuera poco, Hanecke, mucho más cercano en esta película a los inmensos logros de obras como Funny Games o La Pianista que a los titubeos de Código Desconocido o El Tiempo del Lobo, nos golpea con una de las secuencias más demoledoras e impactantes que uno ha podido ver en una pantalla en los últimos años, una ostia de tal calibre que nos pega al asiento dejándonos sin capacidad alguna de reacción durante largo tiempo… tiempo que Hanecke aprovecha para proponer unos veinte minutos finales que, lejos de resolver algunos de los enigmas planteados a lo largo de la película, deja abiertas varias posibilidades a la imaginación del espectador, que, un tanto comprensiblemente abrumado por la dureza de la experiencia que acaba de vivir, puede perderse con facilidad en el juego planteado con mano maestra por este austriaco que está empeñado en llevar hasta las últimas consecuencias ese dogma de fe tonel que ejerce su profesión según el cuál el papel del cineasta es rascar allí donde más duele, desvelar lo que no se quiere saber ni ver y obligar al espectador a plantearse cuestiones de lo más serias.
Caché es una obra perturbadora y sumamente incómoda en todo momento para el espectador, que casi sin darse cuenta, sigue el metraje en un estado de perpetua tensión, algo que Hanecke consigue no por casualidad, sino a través de una medida puesta en escena y de un dominio del tiempo narrativo que va consiguiendo sutilmente este objetivo sin apenas proponérselo. Caché es, en fin, una de las obras más desasosegantes que este cronista ha tenido la ocasión de ver en los últimos tiempos, una obra que por su personalísima apuesta y su capacidad de sugerencia infinitamente superior a todo cuanto ha podido verse hasta ahora en la sección oficial, debería sin ningún género de dudas estar en el palmarés el sábado.
Hace unos días les hablaba de la amarga experiencia que había supuesto encontrarse a mitad del metraje de la interesante película chilena En La Cama un horrible split screen o “pantalla partida” que perjudicaba mucho al filme, un hecho sobre el que el consenso de la prensa especializada era absoluto. Imaginen ustedes la cara que se nos quedó ante la arriesgada propuesta que el director Hans Canosa nos propuso en Conversaciones con Otras Mujeres, la película que cerró ayer la jornada en lo que a la sección oficial se refiere: una hora y media de una película rodada con dicha técnica, con dos cámaras siguiendo a sus dos únicos protagonistas a la vez y mostrando plano y contraplano a la vez y componiendo una pantalla partida en dos de forma constante. La verdad es que, durante los primeros minutos de película, servidor se hallaba – como el resto de la platea – bastante descolocado. Pero según avanzaba la historia de amor de estos dos personajes que se conocen en una boda, intercambian chistes y frases inteligentes, se seducen y acaban en la habitación del hotel de uno de ellos (un planteamiento, como ya habrán ustedes adivinado, demasiado similar a En La Cama) la verdad es que uno le va cogiendo el gustillo a la cosa. Sobre todo porque el tal Hans Canosa, además de introducirnos como uno más en ese baile de seducción que protagonizan unos Helena Bonham Carter y Aarón Eckhart a los que se les nota cómodos en sus papeles – sobre todo el segundo, que ya ha encarnado roles parecidos en sus películas con Neil La Butte – aprovecha bien las posibilidades que ofrece el doble encuadre, de forma que hay ocasiones en las que a través de una de esas dos ventanas, sin dejar de ver el presente, atisbamos recuerdos del pasado de alguno de los personajes, vemos un destello de sus deseos o de sus expectativas e incluso lo que alguno piensa verdaderamente a la vez que escuchamos lo que está diciendo en ese mismo momento. Este recurso, del que por cierto Canosa tiene la inteligencia de no abusar hasta hacerlo repetitivo o cansino, configura así una propuesta de lo más atrayente en la que, dependiendo de lo proclive que uno sea a este tipo de arriesgados experimentos visuales, se entra con más o menos agrado.
Lo cierto es que el guión de la historia está plagado de situaciones ingeniosas y golpes francamente divertidos sobre los clichés comunes de las relaciones hombre-mujer (los momentos previos al encuentro sexual, por ejemplo, se cuentan entre lo más inspirado de la función) y la película aun cuenta con un elemento a su favor que también comparte con su homónima En La Cama: la intensidad emocional de la película crece según avanza el metraje y conocemos más y mejor a los dos protagonistas de la historia. En honor a la verdad, hay que reconocer que posiblemente ésta sea la apuesta formal más innovadora visualmente de lo que llevamos de festival – lo que tampoco es decir mucho, visto lo visto – y aunque Conversaciones con Otras Mujeres no es una de esas películas que dejan una huella imborrable, si es verdad que se hace sumamente simpática gracias a tratar por un lado el tema universal e inagotable de las relaciones de pareja de una forma bastante inusual como por contar con un par de intérpretes a la altura de un guión de lo más exigente que están en plano en todo momento y que aguantan el tipo con una envidiable entereza. Quizás no sea suficiente para alzarse con alguno de los premios de interpretación, pero no sería de extrañar que Hans Canosa lograra con esta propuesta alzarse con el premio a la Mejor Dirección Novel... aunque claro, entra en lucha directa precisamente con En La Cama, la película chilena que según va avanzando el Festival se rumorea que puede ser la obra tapada de esta edición. Es verdad que, comparando una y otra, En La Cama tiene a su favor ser una obra mucho más cercana y que emociona algo más al espectador, siendo la película de Canosa un tanto más distante... pero es igualmente cierto que la factura técnica de la película americana supera en mucho a la chilena, así que las cosas quedan así, así. Y ustedes dirán ¿y por qué este seño se empeña en comparar estas dos películas como si las demás no existieran? La respuesta es bien sencilla: esta es una de las discusiones más recurrentes entre la prensa que puede oírse por los pasillos del Festival, siempre ribeteada con la duda de por qué un Festival como la Seminci ha decidido elegir para la sección oficial a dos películas tan parecidas en planteamientos y resultados ¿Sería acaso que sospechaban que no íbamos a tener otros motivos para la discusión? Hmmmm....
Mañana vuelve la presencia española (si, ya se que me he dejado Iberia, pero como es de Carlos Saura y está fuera de concurso, esa me la he ahorrado, que me la conozco) con la segunda película de Daniel Cebrián, llamada precisamente Segundo Asalto. También veremos la comedia negra belga Banquete de Bodas y, como disponemos de una tarde libre de compromisos oficiales, también les hablaremos de una de las películas más interesantes a priori de la sección paralela Punto de Encuentro, Sueños de Shangai del chino Wang Xiaoshuai. De momento un servidor se queda con el buen sabor de la que hasta ahora ha sido la jornada más completa en lo que va de Seminci... y no solo por motivos exclusivamente cinematográficos.
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