sábado, octubre 22, 2005

SEMINCI, Crónica 1: Un encuentro inesperado, Arcadia y Keller (Sótano)

(David Garrido Bazán. Cobertura de La Butaca.Net de la 50 Edición de la Seminci. Todos los derechos reservados)
La verdad es que era una escena curiosa. Un equipo de televisión completo, con focos y todo y un puñado de gente se arremolinaba alrededor de un hombre de pelo cano y gestos educados que atendía pacientemente los requerimientos de los muchos periodistas en busca de su acreditación que hacían cola o simplemente pululaban por el vestíbulo del Hotel Olid Meliá, centro neurálgico y primera parada obligatoria de la Seminci. El hombre alto y afable era Costa Gavras, que inauguraría en unas horas el festival con su película Arcadia. De repente, mientras un servidor observaba desde lo alto de la escalera aquello que amenazaba con convertirse en cualquier momento en una rueda de prensa improvisada, hubo una especie de conmoción. Ang Lee, de forma tímida, vestido con unos simples vaqueros y una camiseta, acababa de hacer su aparición en el vestíbulo y esbozaba una sonrisa nerviosa, sabiendo de antemano lo que iba a suceder. Como un solo hombre, la multitud ingente de periodistas giró sobre sus talones y, cámara o grabadora en mano, se apresuraron a inmortalizar el momento. Las relaciones públicas de ambos directores reaccionaron igual: haciéndose hueco, presentaron a sus clientes entre sí. Se estrecharon las manos, intercambiaron unas palabras y se miraron por un instante, (“¿Qué será eso?”), cuando, al poco, una pequeña mancha roja cruzó raudo el vestíbulo, deteniéndose en seco ante esa multitud que observaba su irrupción. El niño giró la cabeza en busca de alguna indicación a seguir, y seguí su mirada para encontrarme de frente con los enormes y hermosos ojos de Maria de Medeiros, miembro del jurado de este año, que miraba divertida la escena.


Si, señores, esto es Valladolid y esto es la Seminci, un sitio donde no solo uno puede encontrarse a Ang Lee y a Costa Gavras en el mismo vestíbulo del Hotel, sino también ellos entre sí. Pensé con cierta tristeza que pocas ocasiones iba a tener ese año de ver a los directores en sus ruedas de prensa. La Organización de la Seminci, de nuevo, solo nos había facilitado una acreditación completa (o pase A), que permite el libre acceso al Teatro Calderón y un pase de prensa (o pase B) que obliga a su portador a peregrinar a los cines Roxy para seguir la Sección Oficial y ver las películas con 24 o 48 horas de retraso… eso en el mejor de los casos, porque en otros, ni eso. Y a un servidor, que ya tuvo la suerte el año pasado de ir acreditado como A, este año le toca padecer el exilio del pase B, que encima tampoco da derecho a agenciarse un casillero de esos que se llenan de pressbooks, invitaciones, notas de prensa y convocatorias de última hora de las que, si no es por los colegas, a veces ni te enteras. Sin duda va a ser un Festival visto desde una óptica diferente porque, claro, uno puede, bajo su propio riesgo, atreverse a ir, llevado por la curiosidad y, por qué no decirlo, la admiración que siente por el personaje, a la rueda de prensa de Ang Lee sin haber visto En Terreno Vedado, por ejemplo, pero luego no puede uno decirle a nadie que no le chafe la peli con sus preguntas. O al propio Ang Lee con sus respuestas. Estaría feo. Claro que esto del pase B también tiene sus ventajas. Para empezar, menos presión para hacer las crónicas diarias y más libertad de movimientos para ver películas de Punto de Encuentro (que parece ser que este año ha mejorado bastante la calidad de su selección, aunque la primera experiencia que he tenido hoy parezca indicar todo lo contrario) o de la interesantísima sección documental Tiempo de Historia. Esa es otra de las ventajas de la Seminci: aquí el que no se consuela es porque no quiere.

La Sección Oficial arrancó ayer a un buen nivel con una obra fuera de concurso, Arcadia, título hispano muy celebrado por Costa Gavras (¡Vaya, eso si que es una novedad: un director contento con el cambio de título original!) de su película Le Couperet – La Cuchilla – ya que, como aclaró el propio interesado “No pudimos ponerle ese título en Francia por problemas legales, pero es el que me hubiera gustado darle”. Basada libremente en una novela original llamada The Axe de Donald Westlake, el punto de partida de esta, en palabras de su realizador, “fábula inmoral pero que pretende tener una lectura moral para el espectador” es francamente irresistible: por estas cosas que tiene a veces los principios del ultraliberalismo a ultranza que dominan la economía moderna de las sociedades occidentales (ya saben: reestructuraciones en busca de mercados más competitivos, incluyendo deslocalizaciones de empresas que funcionan perfectamente para radicarlas en países como los del Este de Europa, que rebajan ostensiblemente los costes, etc) un buen día un ejecutivo de clase media de una empresa papelera se ve en la calle y, tras dos años de intentos infructuosos, le resulta imposible encontrar un nuevo empleo, ya que su campo es tan específico que la competencia para lograr los pocos puestos disponibles que quedan libres es salvaje.

Así que nuestro hombre, un tipo educado, amable, culto, con una esposa, dos hijos, un cierto nivel de vida y una hipoteca de una bonita mansión que mantener, va cayendo en la desesperación… hasta que un día da con la solución: eliminar físicamente (esto es, asesinándolos) a toda la competencia disponible para conseguir el puesto que desea. Si ya han cerrado las bocas después del asombro, les diré que Costa Gavras ha construido una película sumamente inteligente en la que la fuerza de su mensaje se transmite alrededor de una comedia negrísima repleta de momentos francamente hilarantes que se alternan con precisión artesanal con momentos realmente dramáticos. La soberbia interpretación del actor francés hijo de emigrante españoles José García en el papel protagonista, exhibiendo una amplia variedad de registros que van con facilidad de la comedia a la frustración, la rabia y, por supuesto, el drama, es uno – pero ni mucho menos el único – de los atractivos de una película sobre la que, a la salida, uno no tiene muy claro que es lo que ha visto: si una comedia negrísima y amarga o uno de esos dramas ribeteados de ocasionales puntos de fuga humorísticos que, a poco que uno los considere seriamente, la verdad es que no tienen ni puta gracia.


“A mi me interesan las víctimas de cualquier situación. Y la sociedad es hoy muy distinta de cómo era hace 20, 30 o 40 años. La sociedad obliga a la gente a hacer cosas extremas llevadas por un sistema de valores que potencia ferozmente el individualismo y cuyo dogma principal es el economismo y nunca el humanismo” declaraba Costa Gavras en la ruieda de prensa posterior “La violencia del personaje de Bruno es evidentemente una exageración, humorística si se quiere, que sirve como metáfora de una situación muy real y trágica. La tragedia tiene siempre una parte de comedia. El humor es una esperanza” Lo cierto es que una de las cosas que llaman la atención de la nueva película del director de obras tan contundentes y dramáticas como Estado de Sitio, Z o la más reciente Amén es que muestra una desaparición progresiva de la lucha de clases como fuente de conflicto. La culpa ya no es solo de un patrón que echa a la calle a miles de obreros, sino que aquellos que nada tienen que ver con estos negocios pero que los controlan a través de sus acciones, son los que toman decisiones a menudo paradójicas que afectan a miles de vidas. La tragedia del personaje de Bruno, un mando medio venido a menos, es la misma que la del mecánico que tiene que arreglar su coche. Y ambos sufren, (como todos, nosotros, vaya) la frustración de ser incapaces de cumplir con las expectativas de una sociedad de consumo que los incita constantemente a comprar cosas inútiles a través de anuncios sugerentes que usan el sexo (abundan en la película, como fondo nada inocente a la historia quenos ocupa) o con aparatitos electrónicos que, de repente y vaya usted a saber por qué arcano motivo, se han vuelto imprescindibles hoy en día, dificultando las relaciones de todo tipo.

En realidad, se equivocan los que creen que con esta comedia negrísima Costa Gavras se ha domesticado y por lo tanto renunciado a sus combativas denuncias. Todo lo contrario: los años le han hecho ser mucho más sutil, y sus ganas de contar cosas y entrar a matar con aquello que ve y no le gusta permanecen intactas. Habrá quien se quede con que la situación planteada es una exageración, que es discutible que a través de la comedia no se pueden conseguir esos objetivos, que si la evolución del personaje de Bruno (al que primero odiamos por verle cometer un acto infame, para luego conocerle, comprenderle y acabar por identificarnos con él, lo que resulta algo verdaderamente incómodo, además de un prodigio de evolución del personaje a la vez que el espectador) no puede tomarse en serio, etc. Tonterías. La cosa está muy clara: Entre todos nos estamos construyendo una sociedad que se va a la mierda cada vez más rápido y en la que cada uno mira por lo suyo y nada más. Un proceso imparable e irreversible, como demuestra el último plano de la película. Y Costa Gavras nos lo ha contado con una inteligencia y un sentido del humor (negro) demoledor. Y el que no quiera verlo, pues allá él.


Mientras venía a Valladolid en el autobús que me traía esta mañana desde Palencia, con música de lo último de Mike Oldfield de fondo (joer, Miguelito, macho, cada vez te pareces más a uno de esos amiguitos del progressive que tanto gustan al neng de Castelfa XD) me esforzaba por decidir cual de las dos películas de la Sección Punto de Encuentro iba a ver a primera hora. Una opción era la inglesa Frozen (Helada), una peli de una tipa obsesionada por la pérdida de su hermana que empieza a tener visiones sobrenaturales sobre parajes helados. Otra era Séller (Sótano) una austriaca sobre dos adolescentes gañanes que secuestran a una moza así por las buenas. Cuando me bajo del autobús, visto la que está cayendo (la lluvia persiste infausta) y el frío reinante, me decido por la segunda por cuestiones puramente ambientales. Craso error.

Keller es una de esas películas que te hacen pensar que si nunca se hubieran hecho, el nivel medio del cine mundial subiría espectacularmente. Aparte del atrevimiento de esta directora austriaca a hacer una película en la que dos adolescentes idiotas, por puro aburrimiento, secuestran a una señora y la encierran en una fábrica abandonada, teniendo un precedente tan tremendo como la espléndida y perturbadora Funny Games de su paisano Michael Hanecke, nada tiene el más mínimo sentido en esta película absurda de principio a fin, torpe, mal contada, aburrida hasta la saciedad y cuya máxima virtud consiste en las carcajadas que consigue provocar – por supuesto, de forma involuntaria – con la sucesión de sandeces que provoca un guión inconcebible que nadie en su sano juicio se hubiera atrevido a rodar tal cual y que concluye con uno de los planos más ridículos que un servidor ha visto en años en una pantalla de cine. Para que se hagan una mínima idea de algunas de estas delicatessen, en la película hay hasta cinco golpes en la cabeza de algún personaje con la culata de una pistola. Pues bien, la efectividad es máxima: cinco de cinco personajes inconscientes con un solo golpe. No está nal ¿verdad? Los dos adolescentes son dos descerebrados que no tienen ni la más remota idea de lo que van a hacer con su cautiva, de la que por cierto pasan olímpicamente. Uno está obsesionado con salir de una vez del armario y confesarle a su amigo que le pone mucho, mientras que éste, alma cándida que no se entera de nada, se debate entre sus deseos de beneficiarse a la víctima secuestrada y hacer lo que cree correcto. Bueno, les puedo asegurar que mientras veía a estos dos gañanes haciendo estupideces en la pantalla, mi mente volaba una y otra vez al Teatro Calderón, donde en ese momento Ang Lee estaba presentando su historia de amor homosexual entre vaqueros (que un amigo crítico, con no poca mala leche, dice que podría titularse Sillas de Montar Calientes) y de la que les hablaré en cuanto pueda verla. Pero eso ya será mañana.

De momento, esta tarde, aunque podría ver El Hijo, la peli triunfadora en Cannes de los Hermanos Dardenne (por cierto productores ejecutivos de Arcadia, la peli de Costa Gavras), prefiero dejarla para más adelante por hallarse fuera de concurso, toca una peli documental de la sección Tiempo de Historia , La Dignidad de los Nadies, segunda parte de la trilogía sobre la crisis argentina que tan brillantemente inició Pino Solanas con la estupenda La Memoria del Saqueo y el primer plato fuerte de la Sección Oficial a Concurso, La Espada Oculta de Yoji Yamada, autor de la espléndida El Ocaso del Samurai. Seguiremos informando.

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