martes, octubre 04, 2005

PRINCESAS, Nostalgia del futuro y puntos de fuga


Hay un equívoco que suele cometerse con frecuencia cuando se habla de Fernando León de Aranoa y es referirse a él como el autor que representa el máximo exponente del cine de denuncia social en nuestro país, como si de un Ken Loach o un Robert Guédigian patrio se tratara. Nada más lejos de la verdad: si hay un hilo invisible que conecta toda su filmografía es precisamente una mirada esquinada hacia esa dura realidad que rodea a sus personajes, auténticos escapistas capaces de construir imaginativas distracciones o incluso elaborados castillos en el aire que les permitan evadirse siquiera por un instante de la cotidianeidad de sus vidas. Aunque la posición del autor respecto a la soledad, la marginalidad o las terribles consecuencias de la falta de trabajo se refleja en sus películas, yo no me atrevería a afirmar que Fernando León es un director combativo, ni tan siquiera reivindicativo al estilo de los autores arriba citados, por la sencilla razón que esos grandes temas jamás se imponen al complejo retrato humano de sus personajes, que a León le importan siempre más que cualquiera de sus tramas. Desde este punto de vista, hay que entender que Princesas no es una película sobre la prostitución o la inmigración ilegal, sino la historia de una sólida amistad llena de complicidad que se establece entre dos mujeres muy diferentes que se dedican al mismo oficio, de cuya rutina diaria llena de miserias y tragedias, pero también de sueños, de ilusiones y de momentos de genuina alegría se nos da buena cuenta.

Caye (¡que brillante idea la de ese nombre, esa calle sin salida en la que el personaje parece atrapado!) es española, proviene de un origen humilde y desde el principio asistimos a su rutina diaria: se levanta, arregla la casa y espera el omnipresente sonido de un móvil que, conectado con la sección de contactos de cualquier periódico, la lleva de un sitio a otro de la ciudad a reunirse con sus clientes. Tiene su propio piso, ahorra y cuenta periódicamente su dinero, que guarda para una futura operación estética. Según la vayamos conociendo, descubriremos que es un personaje contradictorio: jamás se nos dejan claras las razones por las cuales se dedica a la prostitución y sus sueños se antojan difíciles de cumplir, más cuando tampoco parece interesada en poner los medios para conseguirlo. Zulema, por otro lado, representa un lado de la prostitución algo distinto. Inmigrante sin papeles, se busca la vida para poder enviar dinero a su familia mientras sueña con poder reunirse en España con el hijo pequeño que ha dejado en su país. No dispone de un sitio propio, trabaja en la calle y duerme en una de esas ‘camas calientes’ que ha de dejar todos los días a una hora determinada. Vive con el miedo diario de ser detenida y deportada por no tener papeles y su situación de necesidad permite que haya desaprensivos dispuestos a aprovecharse de ella bajo la irresistible promesa de regularizar su situación.

Caye reconoce en Zulema a otra superviviente como ella, alguien cercano con la que comparte no solo oficio, sino seguramente ilusiones y esperanzas, por lo que están condenadas a cierto entendimiento. Caye proporciona a Zulema el conocimiento del medio en el que ella empieza a moverse y el apoyo necesario para que trate de no dejarse abusar por cualquiera; Zulema obliga a Caye a desmontar sus castillos en el aire por el simple método de confrontarle su propia realidad, además de convertirse en esa necesaria amiga y confidente que hasta entonces le había faltado. Entre ambas mujeres se establece una sólida amistad que trasciende sus diferencias y es la unión de esas dos historias mínimas la que Fernando León convierte en una notable película a base de viajar al interior de esas putas princesas abatidas y algo heridas por la vida pero tan llenas de ilusiones y de contradicciones como cualquiera de nosotros. Fernando León cuenta para ello con varias cosas a su favor. Para empezar, sigue siendo el guionista que mejor dialoga en el cine español, capaz de mezclar frases de una naturalidad creíble y nada forzada con perlas de una poesía urbana que a estas alturas es una de las señas de identidad incontestables de su director. Su trabajo de puesta en escena es acertado: la desarmante naturalidad, fronteriza con el tono cuasi documental, con la que León retrata el día a día no solo de Zulema y Caye, a los ritmos de Manu Chao invita constantemente al espectador a acompañarlas en su viaje, a tragar con ellas las porciones a veces dulces, pero las más amargas, que les ofrece su vida día sí y día también. La cámara de León merodea alrededor de un par de temas delicados en los que no toma una posición definida (que nadie espere un estudio sociológico, algún alegato a favor de la legalización o incluso que aporte soluciones fáciles a un tema ciertamente complejo, esos no son los objetivos del director) sino que se limita a mostrarlos con esa mirada esquinada de la realidad a la que antes hacíamos referencia, a través de sus dos protagonistas.

Pero es Candela Peña, en un trabajo soberbio, maravilloso, la que se convierte en el verdadero alma de la película. Resulta conmovedor ver como defiende desde el corazón y la entrega absoluta a un personaje que, analizado fríamente, ofrece un buen puñado de contradicciones y debe en algún que otro momento recitar algunas líneas de diálogo si no imposibles, sí condenadamente difíciles. Hay un puñado de escenas memorables, como las que conforman esa imposible, por la propia actitud vital de Caye, relación con un informático que sirve de ilusión escapista a una realidad que termina por imponerse de forma abrumadora; o los pacíficos pero tensos encuentros con esa familia que se mueve, como la propia Caye, en la simulación. A su lado, Micaela Narváez cumple mejor de lo que cabría esperar en una debutante con un papel mucho más esquemático al que sabe dotar de alma y sentimiento, mostrando tanto la vulnerabilidad de su personaje en los momentos más delicados (esas llamadas a casa en los locutorios), su fragilidad frente a los abusos de los que es objeto y, sobre todo, su determinación.

Sin embargo creo que es obligado señalar que parte de la magia de anteriores películas del autor se pierde por la sencilla razón de que esa preponderancia que León siempre da a sus personajes por encima de la historia es aquí más patente que nunca, lo que da como resultado un guión que flojea precisamente en la ausencia de un sólido hilo conductor que una esos retazos de vida de sus mujeres, que se suceden de forma un tanto deslavazada y atropellada. Por otro lado, resulta evidente para cualquier conocedor de la filmografía del director que éste se complace en citarse a sí mismo cosa que en si misma no tiene porque tener nada de malo e incluso puede considerarse un sello de estilo (ahí está el ejemplo de Woody Allen o Almodóvar, por citar a un par de ellos) pero a un servidor le pareció que no aportaba gran cosa a la película, sino que más bien distraía la atención de la misma. En parte debido a esto, Princesas no se cuenta ni mucho menos entre las obras más redondas de su autor. Lo que no quita para que la brillantez de esa nostalgia de un futuro que aun no se ha vivido y que no se sabe a ciencia cierta si algún día llegará a convertirse en realidad que expresa Caye de forma tan rotunda como poética o esos nuevos puntos de fuga de la realidad que ofrece esta hermosa historia de amistad femenina no conviertan a Princesas una de las películas más notables que nos ha ofrecido el cine español en lo que va de 2005.

Por otro lado, estoy desesperado por conseguir los dos nuevos temas que Manu Chao ha compuesto para la película (‘Me Llaman Caye’ y ‘Cinco Razones’) cuya BSO aun no se ha puesto a la venta. A ver si es verdad que conseguimos que F. León venga a Mérida presentar Princesas cuando la estrenen en los Multicines Mérida y se lo pido...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con tu crítica y se nota el despegue de Fernando de la mano de Elías Querejeta, hombre a quien se le puede reprochar que nos dejara sin conocer a Fernando Fernán-Gómez en "El Sur" pero al mismo tiempo hay que felicitarle por su "sello" característico en todas sus producciones.
Lo mejor, ese aire de documental junto a la interpretación de Candela. Lo peor, la escena en la que se suben al Mercedes y van recorriendo las calles. A todos aquellos que utilizan el latiguillo de que el cine español solo habla de la guerra civil (excusa, seguro que las únicas películas españolas que ven son las de Santiago Segura) les diría que se acercaran a ver este tipo de cine; sus neuronas se lo agradecerían.

Alberto Abuín dijo...

Más o menos de acuerdo con tu crítica, y digo más o menos porque a mi me parece perfecta de principio a fin, la mejor película de Fernando León (hasta ahora la que más me gustaba era FAMILIA)
Un saludo y nos leemos. Bienvenido a esto de los blogs.

Unknown dijo...

Princesas es una película, aparte de entretener, logra cautivar al espectador con las temáticas que aborda, vale mucho la pena. Además me recuerda a la serie El negocio cuya historia está basada en la prostitución.