Vale la pena hacer una pequeña introducción para saber de donde surge esta película compuesta por tres mediometrajes de aproximadamente treinta minutos de duración firmados por tres cineastas de reconocido prestigio como son Antonioni, Soderbergh y Wong Kar Wai. En el año 2001, Antonioni, a pesar de sus graves problemas de salud, rueda El Peligroso Filo de las Cosas, un corto basado en un guión escrito por Tonino Guerra sobre un cuento suyo. Los problemas de distribución comercial que aquejan habitualmente al cortometraje hicieron que los productores del mismo, aprovechando la temática levemente erótica del mismo, buscaran a otros cineastas que pudieran estar interesados en llevar a cabo obras con el mismo formato y orientación de tal manera que la suma de todos pudiera dar lugar a un largometraje que consiguiera mayor repercusión. En un primer momento incluso el nombre de Pedro Almodóvar estuvo ligado al proyecto pero finalmente fueron el ubicuo Steven Soderbergh y el personalísimo Wong Kar Wai quienes aceptaron el reto que ha dado lugar a una película compuesta de tres fragmentos independientes cuyo único nexo de unión, el erotismo que subyace en el argumento de las tres historias, no deja de ser una excusa para que los dos cineastas añadidos al proyecto aportaran su particular estilo a un formato poco habitual en ellos.
Miren ustedes, un servidor no se va a andar con zarandajas: Eros es una de esas películas que, si uno llega una hora tarde a la proyección, no pasa nada y aun sigue valiendo la pena pagar la entrada aunque solo sea para disfrutar el maravilloso trabajo que nos ha regalado Wong Kar Wai en su fragmento titulado La Mano, para el que esto firma una de las experiencias que, sin aportar nada nuevo a la filmografía del realizador de In The Mood For Love y 2046, es una de las más hermosas que ha vivido en una sala de cine en lo que va de 2005. Así que les voy a ahorrar comentarios sobre los aburridísimos, pedantes y anodinos cortos realizados por Antonioni (¡Que lástima estropear así su valioso legado!) y Soderbergh (¡ya le vale a este el truño que ha firmado!) y me voy a centrar en lo que verdaderamente merece la pena.
La Mano compensa de sobra los sinsabores de los dos cortos previos. Que nadie espere algo distinto del realizador de In The Mood for Love o 2046, sino exactamente más de lo mismo, para desesperación de sus detractores y para disfrute absoluto de los muchos que pensamos que el cineasta nacido en Shangai y criado en Hong Kong es una de las mejores cosas que le han pasado al cine en los últimos años. La Mano puede interpretarse, además, como un sentido homenaje a una de las facetas de su cine que más llaman la atención por el exquisito cuidado que el cineasta pone en ella: el vestuario ¿Quién no ha admirado los increíbles vestidos que paseaban con una forma de andar inimitable actrices como Maggie Cheung, Zhang Ziyi, Faye Wong o Carina Lau? Pues esta es la historia de uno de esos sastres que confeccionaban esos maravillosos trajes, que se enamora apasionadamente de una de sus clientas (una fascinante Gong Li) después de que ésta le haga sentir, una sola vez y en una secuencia magistral cargada de erotismo de muy alto voltaje, todo un mundo nuevo de sensaciones la primera vez que acude a su casa a hacerle un encargo. Anécdota tan mínima, que sin duda sería insuficiente para un cineasta con menos talento, es todo lo que necesita Wong Kar Wai para construir otra vez una de sus dolorosas historias de amor imposible que se prolongan de forma increíble en el tiempo a través de toda una serie de avatares (y gracias al dominio de la elipsis narrativa de su autor) manteniéndose sus personajes firmes en sus sentimientos
Una vez más, todos los elementos habituales de su cine están ahí: una puesta en escena medida que parece saber siempre donde colocar la cámara para extraer la máxima emoción de escenas aparentemente banales, la maravillosa fotografía del operador Christopher Doyle, tan brillante como acostumbra, y la conjunción de la música y la imagen para crear fragmentos de arrebatada y apasionada belleza. La película bien podría ser otra de las historias que conformaban anteriores propuestas: el personaje de Chang Chen es un trasunto evidente del sufrido Tony Leung -versión In The Mood for Love - mientras que el personaje de la hermosa Gong Li, que sobrevive gracias a la prostitución encubierta, tiene elementos que recuerdan al trágico personaje que interpretaba Zhang Ziyi en 2046. La Mano proporciona a los que somos amantes del fascinante universo de este personalísimo cineasta que sublima como pocos la desesperación del amor no correspondido muchos momentos de innegable belleza. La forma en la que este joven sastre queda enganchado para siempre al aroma de ese nuevo mundo de sensaciones está descrito con una minuciosidad llena de detalles: su silenciosa forma de amar se traduce en la confección de unos vestidos destinados únicamente al objeto de su pasión, vestidos a través de los cuales expresa sus verdaderos sentimientos y que a su vez le sirven para tenerla siempre cerca – que maravillosa y delicada escena, llena de sensibilidad, aquella en la que él la rememora metiendo la mano por debajo del vestido que acaba de confeccionar para ella en su taller – siendo la máxima expresión de su deseo la forma en la que toma sus medidas de su amada con sus propias manos en una secuencia embriagadora, exultante, magnífica.
Como cabría esperar, Wong Kar Wai no puede sino resultar coherente con el resto de su filmografía, y es por ello que La Mano tiene esa belleza conmovedora que surge de la infinita tristeza y el desgarro que producen sus apasionadas historias de amor, forjadas con esa reconocible estética que es marca inconfundible del realizador. Es por ello que el único argumento en su contra que es imposible rebatir es que La Mano no aporta nada que no estuviera ya presente en obras anteriores de Wong Kar Wai, pero sin embargo habrá que convenir que, con su corta duración y su estructura directa desprovista de elementos dispersos que despisten al espectador de la única historia que se narra, La Mano es una preciosa y sólida joya cinematográfica que al que escribe estas líneas, lejos de cansarle, le parece una prueba más de la al parecer inagotable capacidad de emocionarnos y acercarnos a la belleza que tiene este autor inimitable.
David Garrido, que, aunque a algunos les parezca increíble, aun tuvo tiempo en plena recta final de la Seminci – esto era el viernes 28 y ya había visto la Sección oficial a Concurso – de escaparse a un cine convencional a disfrutar de esta maravilla, que vio completamente solo (todo un cambio, después de decenas de películas vistas en compañía de multitudes en los últimos días) en su primer pase. Les aseguro que estuve tentado de pedir al proyeccionista que tuviera la amabilidad de ponerme otra vez la última media hora… A veces el cine nos regala momentos de irrepetible belleza... y este jodido genio que se llama Wong Kar Wai es uno de los que más nos ha proporcionado en los últimos tiempos.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo! ¿De qué demonios iba el fragmento de Steven? ¿Y a quién le interesa? Por no hablar de la pomposidad tremebunda de Michelangelo, que parece un conjunto de postalitas de veraneo (masturbación femenina excluída, por supuesto). Won Kar Wei ha realizado un trabajo excepcional. Es un gustazo ver que se puede llamar a las cosas por su nombre.
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